Hace unas semanas, luego de dar una conferencia para empresarios en Aguascalientes, un servidor estuvo platicando con uno de ellos, dueño de una planta congeladora y empacadora de verduras. Animadamente me contaba cómo habían aumentado sus ingresos, inversiones, planta laboral e infraestructura en los últimos años. Se mostró muy orgulloso de contar con maquinaria y tecnología alemanas que le permiten saber de qué metro cuadrado de invernadero salió qué lechuga empacada en qué bolsa que le llegó a qué cliente. Un control de calidad que excede las normas de la Unión Europea, que ya es decir. Por supuesto, como suele ocurrir con las cosas que se hacen bien y con sentido de la economía moderna, esas aquicalentenses lechugas, brócolis y betabeles se exportan a más de una docena de países. Remató diciéndome que, con la apertura total de fronteras empezando el año 2008, le iba a ir todavía mejor. Pues sí. En un ambiente competitivo y globalizado, el que invierte, se prepara y le echa ganas, por lo general sale ganando… junto a su comunidad.
En los 14 años que lleva en vigor el TLC, México ha multiplicado sus exportaciones por un factor de once. De tener una balanza comercial deficitaria desde la caída de don Porfirio (durante toooodos los gloriosos Gobiernos de la Revolución), el año pasado tuvimos un superávit de 70,000 millones de dólares. Parte de ese ingreso proviene de nuestras exportaciones agrícolas. México es el segundo proveedor de alimentos de los Estados Unidos. Casi todo el aguacate, la mayoría de las fresas y muchas de las lechugas consumidas al norte del río Bravo provienen del campo mexicano, del competitivo y tecnificado, del que supo ver al futuro y no se quedó babeando y pateando terrones en la milpita prehispánica. Recuerdo mi orgullo (y sorpresa) cuando me encontré un brócoli michoacano en un supermercado de Calgary, en Canadá… un lugar que en invierno no se ve algo verde más que en los tapetes de las casas y, precisamente, el súper. Por supuesto, poner al alcance del consumidor un producto tan preciado ha de ser un negociazo. La pregunta es por qué hay tanta queja por la ampliación de la oportunidad de hacer negociazos.
“Ahhh…” dicen los cavernícolas de siempre: “¡Pero los gringos nos van a invadir con su maíz!” Cosa curiosa, dado que la producción mexicana de maíz blanco se ha duplicado… tanto, que exportamos un poco a Estados Unidos. Con otra: si nos inunda el maíz americano, y si Adam Smith no está equivocado (y no se ha equivocado en dos siglos y cuarto)… los precios del maíz ¡van a bajar! O sea, ese fenómeno va a beneficiar al 99.3% de los mexicanos que no cultivamos maíz como en tiempos prehispánicos, dependiendo de si llueve y en parcelas atomizadas por ese invento demagógico que hizo de la improductividad todo un arte: el ejido. El cual, por cierto, antes del TLC ya llevaba medio siglo sirviendo para dos cosas.
Por supuesto, el defender al 0.7% de improductivos que en 14 años no se pusieron las pilas, es lo que para la momificada CNC y la izquierda paleolítica pasa por defender al país. En vez de movilizarse para pedir imposibles, quizá sencillamente deberían sentarse a pensar. Es un ejercicio muy útil en el siglo XXI… aunque, evidentemente, estén desencanchados.