Don Pablo Cuéllar Valdés dejó escrita en su libro “Historia de la ciudad de Saltillo” una versión del proceso de expansión colonial española en el Noreste de México en el siglo XVI. Él pensaba que otros historiadores le habían dado una antigüedad mayor “de la históricamente comprobable” tanto al avance de la colonización española en esta zona como en la fecha de fundación de Saltillo”.
El ingeniero Cuéllar asentó que la primera entrada de los conquistadores en los alrededores de Saltillo fue la que encabezó en 1568 el capitán Francisco Cano, alcalde mayor del poblado Real de Minas de Mazapíl con una excursión exploradora que lo condujo hacia lo que hoy es General Cepeda, pasando por el hermoso enclave que forman las sierras de Hediondita y de General Cepeda. A esta región se le puso el afortunado nombre de “Valle de Buena Esperanza”.
Don Pablo sitúa el Valle citado en la parte Occidental del actual Municipio de Saltillo, donde están las rancherías que se extienden desde Encantada, Derramadero y Los Muchachos hasta la Villa de Patos. En Derramadero se construyó, hace dos sexenios, una ensambladora automotriz de Chrysler, hoy detonante de lo que será en breve tiempo el mayor desarrollo industrial automotriz de México, y quizá de la América Latina.
“Valle de Buena Esperanza” fue el nombre escogido por el capitán Francisco Cano, para designar a esta región a la que contemplaron con arrobamiento los colonizadores ibéricos que advirtieron la fertilidad de la tierra y la abundancia de agua que brotaba en la Sierra y descendía para desplazarse, de Sur a Norte, por los cauces de los arroyos y arroyuelos. Con seguridad no hubo entonces quien opinara sobre un mejor destino para estas tierras, además de la agricultura y la ganadería; no imaginaba nadie que después de más de cuatrocientos años aparecería otra diferente colonización económica para trocar la vocación agropecuaria del Cañón de Derramadero en vocación industrial.
Las regiones geográficas y los seres humanos que las habitan viajan en paralelo –compautados, diría don Braulio Fernández Aguirre– a través de los tiempos para realizar objetivos vitales y cambiantes Los españoles del siglo XVI se entusiasmaron ante el potencial agrícola y ganadero que prometía cristalizar mediante el trabajo del hombre y dedicaron su mejor esfuerzo a convertirlo en fuente de riqueza y bienestar. Por decenas y decenas de años los hombres de campo saltillenses se aplicaron a esa actividad primaria, por la cual lograron materializar las expectativas que el Valle de la Buena Esperanza había despertado en los fundadores ibéricos. Pero después del largo transcurso de más de cuatro siglos, los empresarios de Estados Unidos advirtieron, en esta misma región, las condiciones necesarias para concretarle otro destino en el marco de la globalización económica: albergue para la floreciente industria automotriz internacional. Empresarios aquéllos, empresarios éstos, la perspectiva de alcanzar una vida mejor ha sido el motivo conductor de múltiples esfuerzos que antes y ahora se han concretado en realidades.
Aquellas tierras que en los siglos XVI y sucesivos se labraron desde la primitiva coa hasta los modernos tractores con sistema lasser, en el siglo XXI devienen codiciadas, apreciadas y revaluadas para el alojamiento de modernas plantas ensambladoras del ramo automotriz y complementarias. Antiguas familias que fueron dueñas de la tierra –pequeños propietarios o ejidatarios sobrevivientes a las sequías, heladas, ventarrones, granizadas, crisis económicas y repartos agrarios– tienen ahora la oportunidad de enajenarlas a título oneroso, en su calidad de propietarios; quizá también se hagan de un apreciable capital para emprender otros negocios; mientras que quienes fueron antes simples asalariados, tendrán la opción de convertirse en obreros calificados. Intento destacar que el histórico Valle de Buena Esperanza ha satisfecho viejas y modernas expectativas de los habitantes del Valle y sus contornos lo que justifica su topónimo y lo hace vigente.
Según nos anuncia el gobernador del Estado de Coahuila, Humberto Moreira Valdés, pronto llegarán a Derramadero, atraídas por la Administración Estatal, nuevas y cuantiosas inversiones: miles de millones de dólares en inversiones, miles de empleos bien remunerados, grandes avenidas para facilitar la comunicación internacional, una moderna zona habitacional con traza y equipamiento urbano, tanto en el aspecto comercial como en el social, más los servicios de salud pública, deportes y las áreas ecológicas para la distracción familiar.
Y ya para finalizar, una petición al señor gobernador Humberto Moreira Valdés: como el Valle de Derramadero ha justificado plenamente las expectativas puestas en su progreso desde hace más de cuatrocientos años, quizá le simpatice la siguiente y mínima sugerencia de un latoso columnista: por su prestigio histórico y buena fortuna, conservémosle su antiguo nombre:Valle de Buena Esperanza.