La esperanza es un material muy extraño. Igual es invocada por las religiones que medida a través de la estadística todos los días. Para algunos tener esperanza es un acto de fe, en pleno valle de lágrimas se debe tener esperanza de que vendrán días mejores. Frente a la adversidad, una enfermedad por ejemplo, siempre la llamamos: ten esperanza, el tratamiento va a funcionar. Incluso más allá, para los creyentes profundos todo sufrimiento tiene una explicación en la mirada del Creador. Para los no creyentes, como es mi caso, la esperanza debe ser fundada, debe existir un camino racional para arribar a esa esperanza. El hecho es que vivir sin esperanza pareciera un contrasentido: todo aquel que tiene ganas de vivir construye su esperanza, racional o basada en la fe. Viceversa también opera, el que tiene esperanza conserva ganas de vivir.
El asunto es de tal manera apasionante que un gran filósofo alemán, Ernest Bloch, escribió a finales de los años setenta todo un tratado, El Principio Esperanza, (Aguilar) en que eleva la esperanza al nivel de un elemento esencial en la vida. Son cuatro tomos para quien esté interesado. En 1994 Francis H. Compton Crick escribió un texto que levantó un gran barullo La Búsqueda Científica del Alma. (Debate) Cualquiera que se quede en el título pensará que se trata de un libro de autoayuda, pero no. Es una investigación clínica que demuestra cómo pacientes con padecimientos muy similares y con tratamientos también equivalentes muestran resistencias y rangos de supervivencia muy diferentes. La única explicación es la compañía y el ánimo que parientes y amigos inyectan a los pacientes, es decir qué tan prendidos estén éstos de los deseos y esperanza de seguir viviendo. Para quien dude de la seriedad de Crick le recuerdo que es uno de los descubridores del ADN y por ello Premio Nobel.
A la tesis filosófica de Bloch se suma el contenido científico de Crick. Así que la esperanza no sólo es un principio vital sino una actitud del superviviente. Ahora bien, pareciera haber dos puertas de entrada a la esperanza: la que se sostiene exclusivamente por un dogma de fe y otra a la que se arriba por vía de las pruebas. Pero el resultado es el mismo: las diferencias entre quienes actúan con esperanza o sin esperanza son diferentes y, en ocasiones, diametralmente opuestas. De ahí el interés de la demoscopía, de los estudios de opinión pública, por conocer el estado de ánimo de la población. Recuerdo al lector que ánimo y alma van de la mano. Si el estado de ánimo del consumidor y del inversionista decae los pronósticos económicos se van al piso. Al derrumbarse los pronósticos hay más motivos para que el ánimo desfallezca y así se resbala en lo que los autores llaman una profecía autocumplida.
Todo esto viene a cuento porque 2009 pondrá a prueba nuestra capacidad para fundar la esperanza y romper el círculo perverso. Por supuesto que la llamada crisis sacudirá al mundo, en particular a los Estados Unidos y a las economías más vinculadas con esa potencia. México es una de ellas. Habrá ciertas ramas como la automotriz y autopartes que se verán seriamente afectadas. No pretendo decir que podemos escapar a esa realidad. Pero también es cierto, basta con leer a los propios analistas económicos, que en toda crisis hay un rango en el cual lo que predomina es la subjetividad, tanto en Estados Unidos como en México. En este momento los analistas debemos ser muy responsables pues no se trata de “dorar la píldora”, de subalertar, sobre las dimensiones de la crisis. Pero tampoco podemos fomentar una histeria colectiva que lo único que va a producir es mayor caída en la inversión, mayor desempleo y, dolorosamente, una dilación de la propia crisis.
En unas horas se inicia el temido 2009 y debemos poner las cosas en perspectiva. Los datos muestran que la duración histórica de las crisis se ha reducido. (ESTE PAÍS, dic. 08) El promedio pasó de dos años a menos de uno. Por supuesto que esta podría ser diferente pero no adelantemos. La crisis empezó formalmente hace poco tiempo pero los signos venían de atrás, finales de 2007. A casi tres meses de la primera caída fuerte, mediados de septiembre, la economía mexicana pareciera mostrar mayor solidez que muchas otras. Las instituciones financieras, la banca, en lo general está mucho mejor capitalizada que la de otros países. El fuerte ajuste en la paridad no tuvo un carácter traumático como ocurría antes. La flotación ya no es solamente una fórmula monetaria sino una incipiente cultura ciudadana. La moneda sube y baja y que cada quién tome sus riesgos. Las empresas mexicanas con tropiezos serios han llegado ahí por un ánimo especulativo irresponsable. El esperado regreso masivo de trabajadores no se ha presentado. La caída de las remesas tuvo un fuerte repunte en octubre. Con otra, el impacto de la devaluación hará que en muchas zonas pobres del país, a las que se envían esos dólares, de pronto las familias tengan un mayor poder adquisitivo. Las exportaciones de otros productos se verán alentadas porque un diferencial de 30 o 40 por ciento es muy amplio. El PIB será menor a un punto y negativo en los primeros trimestres. Pero recordemos que en 2005 cayó a menos seis puntos.
Los próximos meses serán muy duros. El Gobierno ha tomado medidas adecuadas para mitigar la crisis. Pero habrá dolor. Falta que el sector privado reaccione con una estrategia de salvamento del empleo. A diferencia de otras crisis, al no poder trasladar el costo al trabajador por vía de la inflación, solo tendrá dos opciones: el despido o la reducción salarial para salvar los empleos. La histeria no es un buen negocio. Que prive la esperanza.