En memoria de Isidro y Javier López del Bosque
Hace días criticamos las acusaciones que el cardenal de Guadalajara, Juan Sandoval Íñiguez lanzara, desde la sede de su arzobispado, contra “los ricos” del país. No fuimos únicos en reprobar lo dicho; otros editorialistas, comentaristas radiofónicos y caricaturistas lo hicieron. La adjetivación había sido genérica, injusta e indigna de un dignatario eclesiástico que debe observar discreción y justicia en sus opiniones y en sus actos.
Lo evidenciado por el señor Sandoval es que, para nuestra fortuna, tampoco los jerarcas de la Iglesia Católica son precisamente idénticos a él: existen prelados juiciosos, de lenguaje morigerado, incapaces de cometer desacatos semejantes.
No se puede negar que existan en el país personas pudientes y ambiciosas como las descritas por el arzobispo de Guadalajara, pero ciertamente hay ricos que saben invertir la fortuna que Dios o el destino les discernió para emprender negocios productivos que promuevan seguridad laboral a sus empleados, bienestar a sus familias y suficiente tranquilidad para que todos podamos conseguir la felicidad asequible en la Tierra a cambio de un trabajo honrado.
Esto, precisamente, es lo que han hecho en el pasado, lo que hacen en el presente y lo que sin duda harán en el futuro los miembros de la familia saltillense López del Bosque, propietarios del Grupo Industrial Saltillo, fundado en el segundo decenio del siglo XX por don Isidro López Zertuche cuando inició su primera sociedad fabril: ILNOS, pequeña empresa troqueladora de útiles piezas de aluminio para el uso doméstico.
Ni siquiera el más desaforados crítico del capitalismo industrial puede acusar que alguna empresa, entre las más de 30 que integran el GIS, haya tenido una conducta vergonzosa con los trabajadores, frente a sus clientes o ante la sociedad. Por el contrario este próspero “holding” creció gracias al honorable y eficiente manejo que aplicó en la dirección de sus negocios don Isidro López Zertuche. A través de normas éticas creó un paradigma de conducta empresarial, después imitado por el trabajo e integridad de sus hijos Isidro y Javier López del Bosque que se inspiraron en el ejemplo de su padre y quienes han sido, por muchos años, directivos, administradores y obreros responsables de estas empresas: un ahínco laboral destacado, reconocido y recompensado por su principal fundador y luego por sus inmediatos herederos. Lo mismo harán en adelante, estamos seguros, los flamantes y capaces copresidentes del Grupo Industrial Saltillo, Juan Carlos López Villarreal y Ernesto López Denigris.
Conocemos a muchos empresarios igualmente diligentes y honestos en Coahuila. En nuestra infancia, transcurrida en Parras, se nos enseñó a admirar la modestia, asiduidad y cordura con que los numerosos herederos de don Evaristo Madero Elizondo lograban rescatar las empresas de este patricio, puestas en riesgo por los avatares de la Revolución Mexicana; entre otras la Fábrica La Estrella, operada por la Compañía Industrial de Parras y las antiguas Bodegas de San Lorenzo, reorganizada bajo la denominación social Casa Madero, S.A. actualmente destacada productora de excelencia en vinos generosos de fama internacional.
Hay empresas y empresarios honestos en todas las ciudades de Coahuila que a diario se empeñan en hacer producir su capital para recompensar el esfuerzo de sus trabajadores y promover nuevas industrias. La Región Lagunera constituye un ejemplo de tenacidad, inventiva y laborío constante que avanza al ritmo de los tiempos y al parejo de la modernidad. La región Sureste, conformada por Saltillo, Ramos Arizpe y Arteaga es un vértice de desarrollo económico de la mayor importancia, a la medida de las regiones del Centro, Carbonífera y Fronteriza del estado. Quizá tengamos altibajos en áreas donde subsiste una aleatoria industria de maquila, la cual no obstante actúa como oportuna y eficaz remediadora en algunas crisis pasajeras de nuestra economía.
Creemos que el desafuero cometido por el señor Sandoval Íñiguez no fue dirigido a los empresarios coahuilenses. Es evidente que desconoce el Septentrión mexicano, y la calidad humana de sus habitantes y resultó incontrovertible su ignorancia sobre la capacidad de nuestros empresarios. Lo malo es que en su alegato no haya establecido directas responsabilidades ni excepciones y lo peor, que haya puesto argucias vulgares en una boca que se supone consagrada por la Iglesia Católica. Cosas veredes, mío Sancho...