La penúltima jornada del Clausura 2008 ha evidenciado la pobreza que vive el arbitraje mexicano. Parece que los silbantes en masa han renunciado no sólo a su derecho sino a la obligación de tomar decisiones importantes en los partidos, dejando al azar el destino de los mismos.
A la ausencia de un instructor de categoría se suma la carencia de un líder positivo que en la cancha ponga el ejemplo a los demás, y es este momento, el vacío es desolador, pagando un doloroso impuesto a la falta de compromiso de los actuales dirigentes.
Los árbitros forman un bloque desunido desde siempre, quizá por lo heterogéneo del grupo, donde conviven personas de diversa formación, educación e incluso posición social y económica, a las cuales lo único que las identifica es el arbitraje en sí, y esa competencia por sobresalir es la raíz de todos los males.
Sin embargo, el arbitraje como grupo organizacional posee vida y sus integrantes están dotados de una gran sensibilidad para percibir el entorno.
Por lo mismo, si captan ignorancia en sus instructores, incapacidad en su administración, desinterés en su dirigencia y falta de compromiso reglamentario en los jueces-emblema del país, se agrupan en una perversa asociación de apáticos y desleales defensores sólo de sus prerrogativas y no de su profesión.
El incierto panorama se agrava al percatarnos que falta una fecha para el inicio de la repesca, y luego la llamada “fiesta grande” del futbol mexicano, donde la aplicación de los silbantes es menester.
Como decía mi abuela cuando había visitas y nos comportábamos como apaches marihuanos: Se lucen. Pues a nuestros árbitros les gustó la fecha 16 para lucirse, con trabajos que denotaron la más ínfima calidad reglamentaria.
Penoso fue ver a Marco Rodríguez en Veracruz como metido en un traje que no le quedaba, obedeciendo absurdas indicaciones como “que no te echen la culpa del descenso”; alarmante observar a Germán Arredondo marcar un penal contra el Puebla y luego con un par sancionar falta al revés, en una verdadera pillería; lamentable Mauricio Morales, perdonando expulsiones y penales a Cruz Azul y perjudicando a Monarcas con una pena máxima inexistente; inexplicable que Jorge Gasso no se percatara de la agresión de Gastón “Gata” Fernández sobre Fernando Arce; increíble la prepotencia de Paul Delgadillo y Gabriel Gómez, cuando en sus partidos los dos equipos se quejan de lo mismo, independientemente del resultado; interesante sería saber qué pasó por la mente de Roberto García Orozco cuando, con una plancha inmisericorde, Luis Francisco García casi fractura a Salvador Cabañas y ni siquiera falta marcó.
En fin, largo es el rosario de las imprecisiones, pero lo preocupante es que no son producto del mero error en la colocación o la apreciación, sino producto de una desorientación colectiva y de la defensa de intereses personales de los propios jueces involucrados, y eso, no se vale.
Eligieron para mostrar todas las deficiencias... el peor momento.