La alegría de los niños y sus padres de familia que no pudieron salir del DF, está en las albercas o playas artificiales
La música de Alejandro Fernández está a todo volumen. Antes de entrar ya se escucha a “El Potrillo”.
“Hay fiesta adentro amá”, pregunta un hijo a su madre. “No, es la playa mijo”, le contesta.
Al ingresar, el olor a cloro invade el olfato. Hay 7 albercas y un chapoteadero para niños que lo generan. Es una de las llamadas playas artificiales del Gobierno del Distrito Federal instalada en el Deportivo Emilio Sáenz, de la Delegación Iztacalco. Son las albercas para el barrio. Y son gratis.
No son profundas, medirán metro y medio cuando mucho, pero son suficientes para los visitantes.
La cancha de futbol de la Unidad Deportiva está acordonada. Se supone que no la deben usar, pero aunque la selección mexicana no vaya a ir a las Olimpiadas de Beijing, la fiebre futbolera de los adolescentes no cesa. Toman la cancha por asalto. El agua puede esperar.
Pero la diversión no está ahí. La alegría de los niños y sus padres de familia que no pudieron salir del DF, está en las albercas o playas artificiales; está en la arena reciclada del año pasado, traída desde Veracruz; está en la cancha de volibol que colocaron en medio.
Para comer, no hace falta el coctel de camarones ni las tostadas de jaiba. Los sándwiches de jamón, sardinas en tostadas, arroz, mole y pechugas de pollo, están sobre las mesas bajo las sombrillas de los visitantes. Y las sodas de todos los sabores para empujar el bocado. Nomás. Así de simple y sencillo se disfruta la Semana Santa en Iztacalco, Distrito Federal.
Los que siguen…
Aunque la felicidad de chapotear en el agua está limitada. Dos horas cuando mucho, en este deportivo. Y es que ése es el tiempo que pueden estar dentro de la alberca.
“Quedan 5 minutos para desocupar la alberca… por favor pueden ir desocupando para que entre el segundo grupo”, pide una voz de un hombre mediante megáfono.
Son las 11:55 de la mañana. Jazmín Pérez de 11 años de edad, junto a sus amiguitas, ya tiene que salirse.
“Me la pasé ‘chido’, pero pues ya los que siguen”, dice al salir del agua titiritando por el aire fresco que pega en su cuerpo. Y así transcurre el cambio de personas hasta las 17:00 horas que cierran la playa.
Tania, su amiga de 16 años y vecina, señala que es mejor tener una playa a la vuelta de su casa.
“Está a dos cuadras de donde vivimos. No trajimos ni lonche porque vamos a ir a comer a la casa. Es lo más ‘chido’”, afirma. El deportivo tiene capacidad para mil personas. La diversión comienza a las 10:00 horas. A las 17:00 horas se acaba.
Limpios y checaditos…
Al menos en esta playa, sí hay un control de quiénes ingresan y cómo lo hacen a las albercas.
El primer filtro es pasar con los instructores para que les hablen de las reglas de uso del balneario. Después, tres doctores hacen un chequeo médico de cada niño, joven o adulto que se va a sumergir en el agua.
Si se detecta una infección, enfermedades como sarampión o viruela, se cancela su ingreso.
“Sólo un caso de infección detectamos, de sarampión y no lo dejamos entrar. Lo devolvimos a su casa”, afirma la doctora Miriam García que se encarga de la supervisión de menores.
Personal de Salubridad del Gobierno del Distrito Federal, supervisa tres veces al día la calidad del agua.
Son las 13:00 horas y la gente sigue llegando. Si no alcanzan a entrar a la alberca, van a alcanzar el baile que comienza a esa hora. Baile con sonido, pero al fin baile que se hace en la cancha de basquetbol.
“Playas” de Aragón…
Al otro lado de la Ciudad, en los límites con el Estado de México está Bosques de Aragón, en la Delegación Gustavo Madero. Allí también llegaron las playas artificiales de Marcelo Ebrard… y llegaron con todo y música de cumbia, ranchera y baladas.
Hay gente de todas las edades. Todos disfrutan. Sienten como que se fueron a la playa en verdad. Así se dejan ver.
Mujeres mayores en sillas tomando los rayos del Sol; otras tiradas en el zacate sobre una toalla, arropadas en vestidos cortos casi luciendo su escondido traje de baño. Mesas llenas de sodas, agua y comida. Milanesas, atún, huevos cocidos, arroz y sardinas. Los platillos se parecen a los de Iztacalco. Pero los de Bosques de Aragón, se divierten de otra manera.
Ni checados
ni limitados
Aquí no se mide el tiempo para estar en el agua. Quien llega primero se hace de su espacio y se sale hasta que se canse.
A diferencia del balneario de Iztacalco, en esta alberca puede entrar quien quiera y como sea. No hay revisión médica de las personas.
“Este es un balneario público, no privado. No podemos estar checando a quien entra y sale del agua”, enfatizó Roberto Martínez, encargado de la Playa Aragón. No es playa, pero la arena esparcida en cuatro espacios, le dan el toque de mar. Ahí, se entierran los niños y niñas.
Mientras niños, jóvenes, adolescentes y adultos pelean espacio en la alberca, se echan clavados y chapotean con el agua, una banda musical del Estado de México no deja de amenizar el ambiente.
“Agarra su parejita, no la suelte”, grita el vocalista mientras canta Hechicería, una cumbia clásica del DF.
Al que madruga…
Para las 14:30 horas se saturó el balneario. 4 mil 500 personas, aproximadamente según los organizadores, eran ya, literalmente, los dueños de la playa.
A esa hora, el olor a sopas Maruchas, papitas, comida y fruta, se mezclaba con el hedor de cloro que despide el agua de la alberca. A esa hora, en la puerta de entrada se está peleando una señora con un policía porque ya no le dejaron entrar.
“Ya váyase, no puede entrar. Quiere playa y llega tarde”, le dice un agente a la quejosa. “Pero este es un lugar público, pagamos con nuestros impuestos” le revira ella. Y pierde la batalla. Se retira del lugar junto cuatro personas más que cargaban su lonche y un galón de agua.
“Ahí pa’ mañana a ver si llegamos tempra”, dijo un acompañante.
Dos pesos para llegar a la playa…
La familia Medrano Rizo no la pensó dos veces: Tomó el Metro en Ecatepec, Estado de México, y se fueron a las Playas de Aragón, en el Distrito Federal.
Dos pesos les costó el viaje. Es lo que cobra el tren que llega hasta la estación Ciudad Azteca, que pasa por su casa, y los deja en la puerta del Bosque de Aragón.
Son 30 los que llegaron. Es decir, 60 pesos por el pasaje. Prepararon atún para sándwiches, sardinas en tostadas, sopa de fideo, frijoles, ceviche de pescado y hasta huevos cocidos en su casa. Hambre no pasaron.
Y de postre: fruta.
“Caviar también”, dijo el hijo de Mireya Medrano. “No, ése se quedó en la casa” aclaró ella sonriendo.
El año pasado también vinieron a este mismo lugar. Antes de que el Gobierno del Distrito Federal pusiera en marcha las playas, visitaban Tepeji del Río, Hidalgo.
“Pero nos gastábamos 150 por persona en el viaje, más lo que comprábamos allá. Era un dineral. Ahora nomas pagamos 2 pesos por el Metro y entre 5 ponemos 100 pesos para la comida y listo”, afirmó Mireya.