Los clamores ciudadanos de los últimos tiempos han centrado la atención en un hecho indiscutible y escandaloso: que en este país es más fácil sacarse la lotería que, siendo criminal, resultar castigado. La impunidad alcanza niveles demenciales, y parece haberse corrido la voz: los delincuentes tienen un 98% de probabilidades de no ser molestados. Algo me dice que mucha gente que, más por inercia que por convencimiento, no delinquía, se lo ha pensado dos veces al conocer tan penosa noticia. Y ha procedido en consecuencia.
Lo peor es que quienes son aprehendidos con pasmosa frecuencia son juzgados y sentenciados por algo que no hicieron. Nuestro sistema judicial es tan perverso, tan disfuncional, que sobran los inocentes que pagan por pecadores. Y la Ley suele ser usada para castigar enemigos políticos o simples cabezas de turco. ¿Verdad, gobiernos perredistas del DF?
Por ello resulta gratificante ver que una mala sentencia, una injusticia flagrante, resulta corregida… así sea más de dos siglos más tarde; aunque la víctima tenga ya buen rato empujando margaritas y sirviendo de aperitivo a los gusanos.
Resulta que, la semana pasada, el cantón suizo de Glarus revocó la sentencia de culpabilidad que en 1782 había recaído sobre una mujer llamada Anna Goeldi. Ésta fue juzgada por hechicería y ejecutada mediante decapitación por bruja. Fue la última ejecución por esos cargos en la historia de Europa. El Gobierno cantonal declaró que con la revocación se corregía una patente injusticia… pero no asumía ninguna responsabilidad por esos hechos. Dejarían de ser suizos.
Uno puede preguntarse qué caso tiene el andar desfaciendo entuertos de hace 226 años. Pero insisto: como mexicanos, deberíamos verle el lado amable al asunto, dado que aquí las injusticias tienden a perpetuarse. Además, el caso tiene sus aristas interesantes.
Anna Goeldi fue acusada de brujería porque, según esto, provocaba que algunos niños vomitaran alfileres y acciones diabólicas por el estilo. ¿Quién rayos puede probar algo semejante?, se preguntarán ustedes. Nadie. Y ni falta que hacía. Precisamente por eso, entre los siglos XIV y XVIII, en países tanto católicos como protestantes, decenas de miles de mujeres fueron ejecutadas por brujas. En la horca, la hoguera o bajo el hacha del verdugo, como Anna. Y con el visto bueno de las iglesias y sus vecinos.
En el caso de Anna, parece que hubo mano negra: que el buen burgués que la empleaba en su casa quiso borrar del mapa las evidencias de los ilícitos amoríos que tenía con ella; y se le hizo fácil manipular a las autoridades y que la silenciaran para siempre. Total, una acusación de brujería era por naturaleza incuestionable.
Pero ¿en 1782? ¿Después de la Ilustración, la Enciclopedia y el supuesto triunfo del racionalismo? Para que vean. Cuando la injusticia es brava, hasta a los educados muerde. Aquí y en China. Y en Suiza.