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Ensayo sobre la Cultura

José Luis Herrera Arce

Promover la lectura

A veces se me antoja que las campañas políticas se reducen a meras palabras, buenas intenciones o pretextos para ejercer un presupuesto, sin que exista un profundo propósito de renovar las cosas. Cuando pienso en la promoción de la lectura, se me antoja que se hace ruido pero las nueces resultantes no son tantas como se pretendiera porque en sí no están bien delineados los planes y las estrategias y mucho menos bien instrumentados los mecanismos para saber si las políticas dan resultado o no.

Las buenas intenciones no bastan.

Por principio de cuentas, la verdadera promoción de la lectura debe de comenzar en la escuela y sería hacia las escuelas donde deberían de instrumentarse los planes de acción sobre todo al tratar de abarcar a niños y jóvenes. Si en la escuela no se hace leer, va a ser muy difícil que fuera de la escuela se consiga ese propósito. Supuestamente los fines de la educación son enseñar a leer y a escribir; para qué se quiere saber leer si no se realiza esa acción.

A los libros los podemos encerrar en dos clases generales: obras expositivas, en donde se desarrolla todo lo relacionado con la ciencia y obras de ficción en donde se desarrolla todo lo relacionado con la literatura. En otras palabras, podríamos decir que son la interpretación que trata de ser objetiva y subjetiva de la realidad. Cuando mandamos a nuestros hijos a la escuela los mandamos a conocer la realidad; los mandamos a que les den instrumentos para conocer y enfrentarse con esa realidad y uno de los mejores instrumentos que ellos pueden tener es la lectura.

Cualquier tema que quieras conocer del mundo está en los libros. El buen profesionista es aquél que se informa a diario sobre su profesión. Es el que busca las novedades, los nuevos descubrimientos, las nuevas metodologías. La información es un tesoro invaluable y la información está en los libros.

Estoy consciente de que producimos profesionistas que no leen. Como el técnico se conforma con aprender algunos cuentos procesos y los pone en práctica siempre de la misma manera. De ahí no pasa.

Con toda esta proliferación de literatura de superación personal, al hombre lo conforman con recetas simples sobre el sentido de la vida; en otras ocasiones, la charlatanería teje sus redes a nuestro alrededor y seguimos pensando que las pociones mágicas resuelven nuestros problemas existenciales.

A nuestras capacidades racionales las conformamos con muy poco. Este conformismo social se ve reflejado en las aulas escolares. Uno como maestro se enfrenta a alumnos apáticos que tienen un saco de pretextos para no hacer lo que tienen que hacer y que cada vez que se trata de comprar un libro se refieren a la economía, cuando seguramente los regalos de Navidad fueron juguetes electrónicos o digitales caros. El celular, los I pots y demás chácharas se han convertido en artículos de primera necesidad. Los libros son artículos de los que los escolares pueden prescindir.

Si esto pasa con los textos escolares mucho más pasará con los libros de ficción o de literatura. Nos conforma una telenovela o una película pero nos aterra enfrentarnos a una buena novela, un libro de cuentos, un poema o una obra dramática. Nos apasionan las historias melodramáticas en las que reconocemos la falsedad y nos aburre el drama o la tragedia que nos enfrenta a nuestro propio destino y que está estupendamente desarrollado por un buen autor.

Nos alimentamos de papas fritas y nos olvidamos que la verdadera alimentación consiste en la comida bien balanceada. Es en la escuela en donde debiéramos aprender de estas cosas y si no en la escuela, en nuestras casas.

Es inconcebible que alguien mande a sus hijos a la escuela y que diga que no tiene para comprar libros. (Pero van a los partidos de fútbol y tienen para comprar camisetas y banderas). Insisto, es en la escuela donde nos enseñan a leer y a escribir y es en los libros donde se encuentra toda la información requerida para lograr esos objetivos. La escuela sin libros, irremediablemente fracasa en sus propósitos.

Hablar de libros caros o baratos es otro problema. Ciertamente hay libros caros pero no son los más. Afortunadamente, uno puede encontrar libros baratos; curiosamente más de editoriales españolas que de editoriales mexicanas. Aparte de esto, nuestra ciudad tiene varias bibliotecas públicas con acervos de 20 mil volúmenes, de todos tipos. (Hasta Proust lo encuentras). No tenemos la cultura de acudir a la biblioteca pública o a la escolar.

Si el mexicano sigue teniendo como promedio de lectura un libro por año, es que al mexicano no le ha llegado la onda de la modernidad, ni del primer mundo. De esto hay mucha tela de donde cortar. JOLHE

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