En México el consumo de drogas es cosa de jóvenes por no decir de niños. (El Universal)
No son chavos banda ni adictos, pero empezaron a probar estupefacientes desde la secundaria; por curiosidad, por verse a la moda o porque simplemente se los regalaron.
“Tengo 16 años y he probado alcohol, marihuana y coca”; “En primero de secundaria probé marihuana; a los 13 empecé con PVC”.
Así se presenta un grupo de jóvenes de la Gustavo A. Madero que accedió a platicar sobre drogas y alcohol bajo anonimato.
No son chavos banda, ni tampoco adictos. Son literalmente adolescentes del montón. Y sus declaraciones lo son también.
En México el consumo de drogas es cosa de jóvenes por no decir de niños. Según datos de la última encuesta nacional sobre adicciones, la edad del primer consumo es entre los 12 y 17 años.
Y la tendencia es hacia abajo: “Hemos encontrado que la edad disminuye cada vez más”, asegura el encargado de los 110 Centros de Integración Juvenil del país.
¿Por qué?, ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿quiénes? No existen respuestas exactas.
“Empecé a fumarla por curiosidad”; “por moda, para verme más grande”; “en la borrachera y en las fiestas”; “la coca la probé con mi novio” barajan los cuatro chavos y chavas que prefieren guardar anonimato.
Mientras más temprano el primer consumo, mayor la probabilidad de desarrollar adicciones.
Y en México la mesa parece puesta.
“Cuando existe la disponibilidad y no hay percepción de riesgo es mucho más fácil”, indica Ángel Prado, Director Técnico del Consejo Nacional en contra de las Adicciones, Conadic.
“Aquí en la cancha de futbol encontré un pedazo de marihuana”, relata Diego, sentado a escasos pasos de su madre. “Se me hizo fácil recogerlo y venderlo a cinco pesos en la escuela”.
Ella lo trajo a este Centro De Integración Juvenil, en la Delegación Benito Juárez, en La Conchita, luego de una advertencia en la escuela.
Pero el ingreso al deportivo donde se ubica el centro parece ilustrar la esquizofrenia informativa en la que se desenvuelven los jóvenes.
No a las drogas, pero abundan. No a las drogas, pero es cool hacerlas… no, pero sí.
Los 50 metros de recorrido hacia el Centro De Integración Juvenil es un desfile de tentaciones.
La droga se ve, se huele y se consume a plena luz del día. En las canchas de futbol rápido, en las gradas, en los pasillos, junto a los padres de familia que intentan apoyar a sus hijos, a centímetros de ellos.
La marihuana pasa de mano en mano, entre golpe y golpe a una pelota de tenis que se estrella al fondo de la cancha de frontón.
Los chavos no se inmutan al ver la cámara. Extienden la mano para la foto y piden ocultar tatuajes y rostro. No hay nada qué
esconder.
“Allá afuera está el olor a la marihuana y a la vez un muchacho que busca no drogarse. Como que hasta le hacen burla”, relata frustrado el padre de un niño de 14, quien llegó al centro por consumo de PVC.
Robaba, mentía, pedía para libros y útiles escolares, pero sus padres no se atrevieron a dar el paso de encararlo hasta que llegó la advertencia escolar. Justo a espaldas del padre de familia, en la barranca, se avista a un grupo de cuatro menores con “monas” en el rostro.
De hecho, en la sala de reuniones del centro donde hijos y padres abordan el problema del consumo de drogas, se escuchan las carcajadas de los que se las “truenan”. La batalla pareciera imposible.
A los 13, alcohol; a los 14, ‘mota’; a los 15, ‘tachas’...
¿Por qué? “Empecé a fumarla por curiosidad, hasta que de repente dije “... ya no hay paso para atrás”.
¿Cuándo?
“Unos amigos me dijeron, cómete esto, era una ‘tacha’”.
Dije: “A ver ¿qué otra cosa química puedo comer? y ya probé los cristales, los aceites y así de todo. Las primeras drogas que yo probé no las compré, me las regalaron”.
¿Dónde?
“En la casa de tus amigos, cuando tus papás se van a trabajar, en cualquier lugar, de hecho uno se las ingenia para meterse cualquier droga”.
Lalo comenzó a los 13 con alcohol, a los 14 fumó “mota”, a los 15 conoció las “tachas” y a los 16 perdió la escuela. Tiene 18.
Es alto, delgado, de cabello oscuro y ojos grandes. Guapo. Además es agradable. Lejos de la imagen del adicto.
Porque el mundo del consumo de drogas se mueve muy lejos de los prototipos y sus extremos.
“Yo nunca he robado, ni me pongo agresivo”, aclara Lalo. “No tengo un problema real con las drogas”.