El país vive un juego de engaños, donde los grandes asuntos se tratan a gritos o en secreto.
No se debate abierta ni seriamente la reforma de Pemex porque en un mes se conmemora la expropiación y, entonces, cualquier idea al respecto se pronuncia a gritos o en susurro. No se habla de la construcción del nuevo aeropuerto porque las condiciones políticas no son las adecuadas, y mejor es no andar haciendo ruido. No se plantea con seriedad la dimensión del desafío del narcotráfico porque, más allá de la espectacularidad de la violencia, no se ha hecho el trabajo de Inteligencia prometido. No se ataca el problema de la educación porque teniendo por aliada a la maestra lo conveniente es dar clases de atole con el dedo. No se abre la caja de fusibles de la Compañía de Luz y Fuerza porque la negociación laboral está en enfrente y, de momento, no hay que moverle al asunto. Vamos, ni siquiera se sabe cuál es el acto central del festejo del Bicentenario porque, como están las cosas, a lo mejor no se hace.
Con todo se juega y se engaña, dejando por herencia una red de problemas que amenaza convertirse en una crisis. Pero, por favor, no hay que andarlo diciendo.
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La única bandera que, hasta ahora, el Gobierno calderonista ha logrado enarbolar y desplegar es la del combate al crimen. Una causa que, agotada su dosis de espectacularidad, exige encarar en serio el problema, sin desfiles ni alardes de bravuconería y con muchísima mayor inteligencia.
A 14 meses de haber emprendido esa demostración de fuerza falta por demostrar la inteligencia. Se engaña a la nación y probablemente al presidente de la República haciendo alarde de la captura de éste o aquel otro importante criminal, cuando en el fondo la reestructuración de la Policía continúa siendo una quimera. A más de un año de Gobierno, la SSP y la PGR tendrían que rendir cuentas en torno a la unificación del mando policial y la creación de la nueva policía nacional.
De eso ni una palabra se menciona. Y aunque nada se dice, los hechos revelan que la corrupción de las policías federales, estatales y municipales, preventivas y ministeriales es el talón de Aquiles por el que el Gobierno sangra al Ejército, dejándole caer el peso de ese combate. Sobran los spots de radio, faltan los informes serios.
Por lo demás, ese combate sigue dándose exclusivamente en el campo de la violencia, pero no en el de la inteligencia. Ni una palabra se dice de los golpes (si los hay) en el campo del “lavado” de dinero, directamente relacionado con las drogas. Ni un solo criminal de cuello blanco aparece en la propaganda oficial que se conforma con la captura de sicarios, operadores y burreros. En la lógica del Gobierno, la industria del narco no tiene cerebros financieros y ni un solo político de talla está metido en ella. ¿A poco no existen?
En ese combate destaca la gala de fuerza (no muy bien aplicada), pero no de inteligencia. Catorce meses han pasado y se juega al engaño. ¿Alguien le ha dicho al presidente Calderón que las cosas no son como las pintan? ¿Que el mando único no existe, que la Policía nacional sigue siendo un agujero, que no hay coordinación entre la Secretaría de Seguridad Pública y la Procuraduría General de la República?
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En el campo del petróleo, el Gobierno le tiene miedo a las palabras y Andrés Manuel López Obrador disfruta echando gritos.
El Gobierno rehúye exponer su postura y López Obrador precipita y polariza el debate para reventarlo. El nacionalismo de temporada animado por la conmemoración de la expropiación de ese recurso le da una oportunidad de oro al tabasqueño y deja mudo al Gobierno. Ambos se complementan y se dividen la chamba: uno grita, otro calla.
Más interesante que la postura oficial y la oposicionista radical es la del priismo que trae el pandero del debate y tiene mucho más claro el contenido, el alcance y el ritmo de la reforma. En el contraste, por estrategia o más bien por falta de estrategia, la Secretaría de Energía guarda silencio o, peor aún, cuando habla no dice lo que quiere y, entonces, entre balbuceos, contradicciones y silencios, ni gana tiempo ni se anima a tomar la iniciativa. Por su parte, en defensa de la nación, López Obrador le hace la chamba a quienes en el fondo han hecho un botín particular del recurso nacional y, sin darse cuenta, pasa por cómplice de quienes precisamente han quebrado a esa industria.
De reformista con temores pasa el PRI, de mudo sin ideas el Gobierno y de conservador vociferante Andrés Manuel López Obrador.
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La energía eléctrica en el centro del país es una amenaza al desarrollo.
A la crisis crónica de la Compañía de Luz y Fuerza se le colgó “el diablito” del crecimiento anárquico de la vivienda en varias delegaciones del Distrito Federal, curiosamente alentada por el Gobierno de López Obrador, y el menor incidente puede llevar al colapso eléctrico. El Gobierno Federal, sin embargo, no tiene claro si debe entrarle de frente al problema porque, como quiera, el Sindicato Mexicano de Electricistas es bravo y, a su vez, el propio sindicato se niega a reconocer que ha convertido los derechos laborales en una colección de privilegios que ponen en peligro su propia fuente de trabajo. A la inercia y a la posibilidad del cortocircuito se deja el problema.
Cualquier viento, cualquier lluvia, cualquier recarga puede dejar a oscuras a la capital de la República, pero como el calendario político no favorece las acciones, mejor todos se hacen de la vista gorda. Engañar lo que se pueda y rogarle a las circunstancias que no se vaya a complicar las cosas.
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En la esfera federal se habla en voz baja de la idea de retomar la construcción del nuevo aeropuerto internacional.
Algunos funcionarios federales tienen muy claro el asunto, pero las autoridades del Distrito Federal, del Estado de México y las de Texcoco saben muy poco sobre el particular. Y como saben muy poco, niegan saber algo.
Tal parece que el Gobierno Federal está dispuesto al resolver en secreto el problema. Será así porque, de otro modo, se podría encontrar resistencias. Entonces, ni dicen sí ni dicen no, nomás esperan que haya condiciones para abrir el asunto y, de seguro, si no hay condiciones, ni mencionar la idea para que no se cargue a la cuenta de las frustraciones sexenales.
Total, si no se logra construir ese aeropuerto, la Terminal 2 sacará al país de apuros.
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Así han transcurrido los primeros 14 meses del sexenio. En un juego de engaños, donde todo está sujeto a la posibilidad o la adversidad que marque el calendario político.
La circunstancia gobierna y, en medio de ella, se dan palos de ciego. El problema es que se pierde el tiempo y es la hora en que ni el Gobierno ni los partidos dan muestra de arrojo político. El punto delicado es que, para todo fin práctico, la elección intermedia arranca en octubre. En otras palabras, quedan sólo seis meses para intentar emprender algo, lo que sea.
De hecho, a partir de septiembre será todavía más complicado desarrollar alguna política de importancia para el país porque el interés electoral presionará por igual a los partidos y, ya se sabe, la competencia electoral se marca en las diferencias, no en las coincidencias.
Los distintos actores políticos han dado prueba suficiente de fuerza, nula de inteligencia. La pregunta es si pondrán en juego ese otro resorte o si seguirán en el engaño. El tiempo corre.
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