Cace ya varios años, leí un ensayo de un historiador italiano –Carlo Ginzburg— bastante original. Se llama Historia nocturna (Muchnik, 1991) y parte de un hecho: un culto agrario difundido en la zona de Friuli, en Italia, entre los siglos XVI y XVIII y que pudo salir a la luz gracias a que los benandanti, “buenos viajeros” —quienes efectuaban el culto— fueron acusados ante la Inquisición. Éstos decían haber nacido con la camisa (es decir, envueltos en el cordón umbilical) y por lo tanto, según su tradición, elegidos para combatir cuatro veces –en espíritu— contra brujos y brujas por la fertilidad de los campos. Este asunto le sirve como punto de partida para explorar una multitud de fenómenos que parecen remitir a una tradición antiquísima y común prácticamente en todo el mundo: la oposición entre los vivos y los muertos, que dio origen, entre muchas otras y de manera reelaborada, a las festividades originales del Halloween.
Como otros historiadores, está de acuerdo con la tesis de que la persecución de brujos y brujas fue un fenómeno colectivo que tuvo lugar debido a la crisis europea experimentada en el siglo XIV, así como a la carestía, la peste y la segregación de grupos marginales que la acompañaban. En esta crisis nació la idea de un supuesto complot que algunos sectores organizaban para envenenar a la mayoría de la población: en este complot se culpará a los grupos estigmatizados: los leprosos y los judíos (¡para variar!). En 1347, con la llegada de la peste, la obsesión del complot vuelve a resurgir, culpando primero a los judíos, luego a los pobres y mendigos y posteriormente a los brujos y brujas. Esta última versión se impone y todavía, cuando tiene lugar el asunto de los benandanti que ocupa al historiador, se les juzga precisamente por esta razón.
Sin embargo, en los testimonios de los benandanti no encuentra ningún elemento típico por el que procesan a las brujas: más bien ellos dicen que se reúnen con la “buena gente”, los “buenos vecinos”. Una procesada apuntaba: “… la reina de las Hadas me dio carne, más de lo que podía comer. La reina de las Hadas viste espléndidamente con ropas blancas y moradas (…) y el rey de las Hadas es un hombre apuesto, con el rostro alargado…”. Estas “buenas mujeres”, ligadas a la fertilidad, conminaban a sus seguidores a entrar en éxtasis (una suerte de muerte provisional). Aquí, dice el autor, se confunden tradiciones célticas, artúricas y griegas. En esas tradiciones, las mujeres benéficas se conectan con la fertilidad de los campos (en la griega, por ejemplo, existen mitos cretenses de las diosas “madres”, asociadas a osas nutricias como Artemisa: “señora de los animales”), lo que implica una frontera entre lo humano y bestial. Estas damas devolvían la vida a los animales tocando con una varita sus huesos metidos en las pieles. Este mito y rito de la recogida de huesos para hacer revivir a los animales se encuentra en variadísimas culturas.
Ginzburg encuentra que el éxtasis de las mujeres que siguen a la diosa remite definitivamente a los chamanes –hombres y mujeres— de Siberia o Laponia. En ellos están elementos comunes: el vuelo del alma hacia el mundo de los muertos en forma de animal o a lomos de animales. También la varita usada por las diosas tiene relación con el bastón de los chamanes y la escoba sobre la cual afirmaban las brujas dirigirse al aquelarre.
Así, el núcleo folklórico del aquelarre por el que procesaban a las brujas –vuelo mágico y metamorfosis— parece proceder de un remoto sustrato euroasiático.
En 1692, un viejo de ochenta años confesó a unos jueces que era licántropo (hombre-lobo) y que tenía como tarea, tres meses al año, luchar contra los demonios y los brujos por la fertilidad de los campos (características que suenan bastante similares a los del asunto de Friuli). Esos licántropos, como los benandanti, también nacían con el amnios (el cordón umbilical enredado en el cuello). Ejemplos comunes se encuentran en Eslovenia, Croacia, Dalmacia, etc.
Junto a estos rituales, también pone de relieve las creencias de las bandas de los muertos que se ritualizaban frecuentemente en bandas de niños que se enmascaraban de caballos u otros animales mendigando dulces o dinero (menciona precisamente a Halloween como un ejemplo viviente de esta costumbre). Al parecer, era una representación de la manera de entrar en relación con los muertos, “ambiguos dispensadores de prosperidad, en el periodo crucial en que el año viejo termina y se inicia el nuevo”.
El autor también explora cómo muchos personajes míticos tienen el detalle de la cojera, que se asocia a la ambigüedad de permanecer entre el reino de los vivos y los muertos. Muchos de estos personajes míticos con cojera, viajaban al más allá para robar el ganado que poseía un ser monstruoso o procurar caza a la comunidad.
Incluso, un cuento por demás conocido para nosotros, la Cenicienta, lo asocia a un mito de procedencia probablemente mongólica. Este personaje porta una sola sandalia (una zapatilla), símbolo de quien ha estado en el reino de los muertos (el castillo del príncipe) y recibe el vestido y los zapatos de un ayudante mágico que en la versión moderna es el hada madrina, pero que en la tradición antigua es un animal (en el relato hollywoodense de alguna manera este símbolo está presente en los ratones que le hacen un vestido y la adornan). Existen múltiples versiones antiguas de este relato. En varias, el animal-ayudante es aniquilado por la madrastra, por lo cual éste confía a la heroína, antes de morir, sus propios huesos, pidiéndole que los recoja, los entierre y los riegue. En unos casos, los huesos se convierten en sus dones; en otros resucita y otorga a la heroína los dones mágicos. El hueso ausente o el zapato perdido remite a una idea de la vuelta al más allá.
Todos estos mitos, que confluyeron en la construcción del aquelarre, reelaboran un tema común: el ir al más allá, volver del más allá. Es un núcleo narrativo elemental que ha acompañado a la humanidad durante milenios y que incluso, también está presente en la tradición prehispánica del altar de muertos, en los que se supone que nuestros finados vienen del más allá a acompañarnos en esos días, asociados también a la prosperidad del tiempo de la cosecha y que se refleja en las comidas preparadas para tal ocasión.
Para Carlo Ginzburg, la participación del mundo de los vivos en la de los muertos, en la esfera de lo visible y de lo invisible, se reconoce un rasgo distintivo de la especie humana. Así, al poner un altar de muertos o disfrazarse para el Halloween recordamos a la matriz de todos los relatos posibles, la oposición suprema: la de los vivos y los muertos.
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