¿Quién pondría hoy en duda que la alfabetización de los pueblos es la base fundamental para el progreso? ¿En qué país de este planeta no existe la firma intención de que todos sus habitantes adquieran las habilidades de la lectura y la escritura? A estas herramientas se les ha asociado con la evolución, el desarrollo social, la democracia, las posibilidades de mayor justicia y participación en la sociedad. Sólo habría que recordar que a mediados del siglo XIX, se debatió en el seno de la política mexicana si los analfabetas tendrían derecho a emitir su voto en las urnas: el privilegio existía para la gente de “razón”, es decir, letrada.
Sin embargo, aunque la cultura previa al siglo XX se caracterizó fundamentalmente por el desarrollo de la oralidad y la escritura, desde finales del decimonónico, el desarrollo del daguerrotipo anunciaba que las imágenes, en muy pocos años, vendrían a colocarse en el mismo pedestal que la palabra impresa, a la que había tomado por lo menos cuatro siglos difundirse y arraigarse. El invento del cinematógrafo, la producción de comics en serie, de la publicidad y más tarde el surgimiento de la televisión, transformaron nuestro mundo en uno de carácter audiovisual.
Para quienes fueron sorprendidos por la irrupción de las imágenes siendo adultos, el aprendizaje no fue fácil. Sólo basta citar ejemplos ya conocidos para ilustrar el choque con la nueva cultura visual. Uno multicitado es el de la campesina de Siberia, quien en la época de los veinte, al estar viendo por primera vez una película exclamó: “¡Qué horrible!: hombres sin piernas, cabezas sin cuerpo”.
Si hemos visitado San Juan Chamula, en el estado de Chiapas, nuestra referencia puede ser más cercana: en el pueblo, mediante avisos en la calle, se advierte a las personas que fueren sorprendidas tomando fotografías de los chamulas que irán a la cárcel. Estos letreros pueden pasmar al visitante que carece de referencias culturales mínimas sobre los indígenas chiapanecos, pero ellos piensan que al tomar su imagen y quedar impresa en el papel, se les ha robado el alma.
Estos dos casos muestran, no la ingenuidad o ignorancia de unos cuantos, sino el complejo lenguaje que se encuentra detrás de los medios audiovisuales, otro “alfabeto” que requiere ser aprehendido para hacer comprensibles los imágenes y sus mensajes. Los programas de televisión o las películas están elaborados con una estructura narrativa embrollada que considera cambios en el tiempo y en el espacio en unos cuantos segundos; que integra diversas historias a la vez; cuyos personajes o escenarios son tomados desde diversos planos que pudieran indicar supremacía o debilidad; con música y sonidos que crear sentimientos y emociones, entre otros aspectos.
Así, al parecer, todos hemos necesitado de un aprendizaje, que aunque sea mínimo para acceder a estos medios. Por ello, diversos investigadores del proceso de comunicación se hacen preguntas como las siguientes: ¿sabemos leer las imágenes? ¿Es necesario educarnos para los medios de comunicación, en un mundo que ellos mismos estructuran? Según Roberto Aparici, profesor de la Universidad de Educación a Distancia de Madrid, la “alfabetización” audiovisual es un proceso que implica la lectura y la producción de medios y debe considerársele como si fuera el aprendizaje de una segunda lengua. Este mismo autor señala que: “Los medios de comunicación emiten mensajes organizados y jerarquizados que pueden influir en la forma en que un individuo descodifique la realidad y los fenómenos sociales. Las imágenes son signos producidos intencionalmente para transmitir determinados mensajes. Un individuo puede saber leer y escribir en su propia lengua con propiedad, para sentirse incapacitado para decodificar signos de otra naturaleza”.
Con esta consigna a cuestas, países como Canadá, Australia, España, Estados Unidos y Alemania se han dado a la tarea de incorporar al currículum obligatorio de la escuela primaria y secundaria, una capacitación para el desarrollo de un pensamiento autónomo y crítico sobre los mensajes que se transmiten por los medios de comunicación, abordando el estudio del cine, la televisión, los diarios, la fotografía y las historietas. También en estos cursos se ha analizar cómo se producen los mensajes en cada uno de ellos y el comportamiento de las audiencias. En Chile y el Brasil, para el caso de Latinoamérica, se imparten talleres con los mismos objetivos, pero vinculados a la educación popular de adultos.
Aunque gran parte de estos cursos pretenden, como se ha dicho, una formación crítica, no parten de la idea de que los receptores tengan que alejarse y percibir en forma negativa a los medios; al contrario, se trata de aprender un lenguaje específico que está contenido detrás de las imágenes para apreciar cada vez más el ámbito audiovisual.
Las experiencias de este tipo de talleres son tan diversas como su aplicación: desde una profesora de primaria que pidió a sus alumnos “vestir” una televisión que estaba en el salón de clases y convertirla en una invitada permanentemente con el fin de enseñarles sus funciones: narrarles historias (información), ser una chismosa (para entretenerlos) o venderles productos (publicidad), hasta metodologías más sofisticadas con la pretensión de tomar conciencia de los estereotipos que manejan los medios. Un ejercicio muy interesante es la decodificación de los personajes que aparecen en los comerciales, buscados con características específicas. Por ejemplo, normalmente aparecen mujeres consideradas “bellas”, es decir: 1) jóvenes, 2) esbeltas, 3) con tez blanca, 4) con el cabello rubio, 5) con ojos claros, 6) altas. La práctica consiste en preguntarse: ¿qué pasaría si la sustituyéramos por mujeres: 1) maduras, 2) obesas, 3) morenas, 4) con el cabello oscuro, 5) con los ojos negros, 6) de estatura baja? ¿Se vendería de igual manera el producto? ¿Por qué se construyen determinados estereotipos? ¿Por qué si en un país predominan las personas morenas y de estatura baja, los comerciales están repletos de güeras y altas? Esto pone a pensar a los estudiantes acerca de la construcción cultural que hacen los medios sobre la belleza y de muchas temáticas más, que aceptamos y defendemos en la vida cotidiana como si fueran propias.
La Educación para los Medios, por parte de niños y jóvenes, sería un elemento de primordial importancia para desarrollar la posibilidad de aceptar, rechazar o negociar los mensajes que cotidianamente son propuestos por las distintas pantallas a las que acceden. Seguramente, seríamos un país de ciudadanos más críticos y propositivos.
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