Vivir en Estados Unidos en pleno 2008 resulta una experiencia interesante y complicada.
La convulsionada economía y la incertidumbre por el futuro político mantienen a la sociedad norteamericana asustada y semiparalizada.
El triunfo del demócrata Barack Obama levantó grandes expectativas a lo largo y ancho del país, sin embargo esto no se refleja en los indicadores económicos que registran un proceso de franco deterioro.
A dos semanas de las elecciones, las noticias negativas sofocan a las positivas.
Citibank recortará 52 mil empleos; Circuit City se declara en bancarrota: las grandes armadoras Ford, General Motors y Chrysler se acercan a la quiebra; el secretario del Tesoro, Henry Paulson, no logra aterrizar su plan de rescate.
Este agitado coctel informativo provocó que la Bolsa de Nueva York cayera al nivel más bajos desde 2003 y que reine la desconfianza ante la profunda recesión económica que se espera para 2009.
La sensación de un deja vu, es decir volver a pasar por algo ya vivido, es casi natural para quienes vivimos en México en décadas pasadas.
Son circunstancias y dimensiones distintas entre esta crisis que golpea a Estados Unidos y la que vivimos los mexicanos en 1995, pero las causas y algunos efectos gozan de cierta semejanza.
En aquellos años México cayó en una aguda recesión producto de la fuga de capitales y la falta de liquidez que afectó tanto al Gobierno como a la banca.
Todo se originó en la desconfianza que reinó en el país a lo largo del fatídico 1994 que arrancó con la sublevación en Chiapas, siguió con el asesinato de Luis Donaldo Colosio, luego el crimen de José Francisco Ruiz Massieu y cerró con el “error de diciembre” cuando el peso mexicano sufrió una severa devaluación.
En Estados Unidos la desconfianza es patética y se inicia desde que el presidente George W. Bush metió al país en una guerra absurda y costosa, siguió con los errores en el manejo de la tasas de interés, luego con el desplome de los bienes raíces para terminar con el desastre financiero en organismos cúpulas y en la bolsa de Nueva York.
La frase ya célebre en política de que “es la economía, estúpido”, bien podría adaptarse a nuestra cultura para decir “no te hagas buey, es la desconfianza”.
El sentimiento del deja vu se exacerbó al escuchar en días pasados en San Diego, California, al ex presidente Ernesto Zedillo, hablar de la actual debacle económica y de sus repercusiones en América Latina.
Con algunos años y canas de más, Zedillo dijo que aquellos gobiernos que hicieron bien su tarea en cuanto a sanear las finanzas, liberar su economía y profundizar en sus procesos democráticos, saldrán mejor librados de la turbulencia.
No dio nombres, pero Zedillo se refería claramente a países como México, Chile y Brasil que han modernizado sus economías, mientras que países como Argentina, Venezuela, Bolivia y Ecuador sufrirán daños más severos.
Zedillo habló como doctor en economía y no como ex presidente. No aludió a temas actuales de México, se limitó a enfatizar que hoy más que nunca, en medio de esta crisis, los países latinoamericanos están obligados a realizar reformas estructurales en su economía y organización política.
En Estados Unidos la crisis estalló a finales de septiembre y su clímax se vive en noviembre. Al igual que ocurrió en México, lo peor vendrá cuando el nuevo gobierno destape la cloaca e inicie los ajustes y remiendos que requiere el sistema financiero.
Ciertamente lo más urgente será restaurar la confianza y la credibilidad en el Gobierno y en las instituciones financieras norteamericanas, tarea que el presidente electo Barack Obama y su equipo podrán iniciar a partir del 20 de enero de 2009.
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