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Es lo de hoy…

Hora Cero

Roberto Orozco Melo

No queremos descubrir el hilo negro, ni buscamos el hilo de la madeja y mucho menos podemos seguir uno de los tantos hilos de las tantas investigaciones que mantienen pendientes nuestras autoridades judiciales y policiacas. Es necesario observar, si, la impavidez y el desconcierto de los adultos ante los nuevos usos y costumbres de la juventud, asunto aparentemente trivial que mañana los puede poner a la orilla del desorden moral.

Esos cambios, algunos francamente escandalosos, se disculpan con una frase simple: “Es lo de hoy”. Y eso que es de ahora es lo que acostumbran hacer y justificar nuestros jóvenes con el desenfado de que son capaces. Véase, si no, el siguiente caso:

“¿A dónde va tan chula mi niña?”, pregunta un embobado padre a su única hija cuando la ve de dieciséis años, muy guapa y peripuesta en espera de que llegue por ella el insípido jovencito que suele acompañarla. “¿Vas a alguna fiestita de quince años?” pregunta el señor su padre. La muchacha, sin dejar de contemplarse al espejo, le aclara: “No papito lindo bonito chulo hermoso: ¡vamos a un antro!”. El padre, asaz desorientado por la franqueza de la respuesta, observa a su esposa, quien teje una chambrita para la criatura que nacerá en sesenta días. Sin decir palabra la interroga con mímica: (¿Qué es eso del antro?). La feliz madre sonríe y aclara: ‘antro es una cantina’. ¿Una can qué… cuestiona con alarma el buen señor. Madre e hija acoplan voces para explicar que “¡Una cantina es un antro! ¿No sabías?...”. Se alebresta el hombre: “¿Cómo que un antro? Claro que lo sé: una cantina es poco menos que un antro y un antro es un lugar peor que una cantina. Pero tú, mi hijita, no irás a ninguna. Ponte pijamas y métete a la cama, es lo que vas a hacer”.

La niña grita, llora y patalea ante lo drástico de la orden. Colmo de colmos, en ese preciso instante suena el timbre de la puerta: es el galancete. El padre va abrir mientras el llanto de la teenager amenaza inundar el hall y la madre, pasiva, cuenta vuelta tras vuelta del tejido; de paso le hace un guiño a su bello engendro. “Ya no digas nada, métete al baño y arréglate la cara, ya se te corrió el maquillaje, luego te despides de tu papá con un beso y nomás llega temprano”.

El padre, mientras tanto, abre la puerta de la calle e interroga al muchachito: “¿Qué quieres?” La actitud y el tono espantan al jovenzuelo: “No nada, señor, creo que me equivoqué de casa”. El portazo que cierra la puerta hace temblar al inmueble, la niña grita de histeria, la madre pierde la cuenta de la chambrita y el mandamás hace una dramática entrada a la sala mascullando: “muchachito pen… quien cree que es…”.

Al ver lo encarajado del jefe de familia, la chiflada niña y la madre consentidora optan por guardar un respetuoso y estratégico silencio que interrumpe el tono de llamada del celular de la pequeña. El tono es el toque militar de atención del Ejército y se repite dos veces. “Con permiso, papito”, avisa la jovencita y se retira para responder su móvil donde no la escuchen sus padres. El señor resuella, resopla y reniega, mientras su señora esposa suspira tristemente.

“Y tú que tienes” interroga el hombre y ella responde: “Tengo al marido más bueno, el padre de familia más responsable y el mejor amante que pueda haber en el mundo. Eso tengo”. El irascible cónyuge y padre pregunta entonces a la rozagante puberta: “¿Y tú que tienes?”. La muchachita responde con simpática coquetería, en lo que se encamina a la puerta: “Es lo que quiero saber, papito, lindo, hermoso, bonito ¿Tengo permiso acaso para ir al antro con..?

Sin atender la pregunta de su hija le escucha, el severísimo jefe de familia se deja caer en la tumbona, prende la televisión, sintoniza Televisa y sigue las desgracias de la familia Fierro. Luego señala al monitor y comenta a su pasiva esposa, quien ya había subido a su habitación: “No vieja, si nosotros estamos en la gloria; vieras lo que sufren los de la familia Fierro. Aunque el viejo Fierro es como yo: firme, intransigente y nada dejado. Fíjate: si su mujer lo engaña, él no le dice nada, pero toma venganza con una joven guapérrima. ¡Aaay que bonito!”.

Vieja, vieja, éitale… ¿pos dónde andas y en qué?... y la señora le responde: “Acá dentro y ando en bloomers, viejito, ya vente a dormir. Preparé tu “sedilin” para que duermas como lo que eres: mi rey. Y no te mortifiques con que la huerca llega o no llega temprano. Al fin y al cabo ya oíste: ella hace lo de hoy. Es decir lo que les da la gana…”.

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