“Somos el ejército colombiano. Bienvenidos a la libertad”. Esas fueron las primeras palabras que escucharon quienes conformaban el grupo liberado en Colombia, entre quienes se encontraba Ingrid Betancourt.
Ella estuvo más de seis años en cautiverio y jamás perdió la esperanza de regresar con los suyos.
Ello nos prueba que la fe y la esperanza en un determinado regreso, nunca se debe perder.
En muchas ocasiones vimos, por televisión, a Ingrid en posición de oración. Cansada, pero no derrotada. Quizá humillada y maltratada por sus captores, pero jamás derrotada.
Ella pasa ahora a la historia como un ejemplo de fortaleza y esperanza.
Mientras no nos enfrentemos a una certeza, la posibilidad de que algo maravilloso suceda, está latente, no importa cuán imposible se crea que aquello es.
Mientras la esperanza se mantenga viva, todo puede suceder.
Tenemos que aprender a tener fe, a mantener la esperanza y a orar por que suceda lo que deseamos.
Y un día, veremos materializados nuestros deseos.
Lo he dicho muchas veces: Para mí la amistad es algo fundamental en mi vida.
Lamentablemente, no siempre depende sólo de nosotros el conservar a nuestros amigos.
Algunos nos abandonan definitivamente, en alguna parte del camino. Otros simplemente permanecen ausentes físicamente, pero siguen estando con nosotros.
Lo maravilloso, es que hay otros más que habían permanecido alejados por un tiempo, y un día, sin más preámbulos, aparecen de nuevo en nuestras vidas.
Así me ha sucedido en estos últimos años. He logrado recuperar a amigos que simplemente había dejado de ver.
Para mi fortuna, a veces, un simple detalle nos permite recobrar la comunicación con ellos, lo cual nos llena de alegría.
En compensación hay otros que han permanecido con nosotros por casi cincuenta años.
Son tan sólo unos cuantos, pero no cualquiera puede decir que va a cumplir cincuenta años de ser amigo de una persona.
La presencia de mis amigos me produce múltiples satisfacciones. Y espero que así continuemos hasta nuestros últimos días.
Hemos caminado juntos, por casi cuarenta años, pero sin atropellarnos.
Hemos volado juntos, pero sin ataduras.
En todo este tiempo, he aprendido muchas cosas, entre otras:
Que toda relación debe de estar fundada en el amor, el respeto y la solidaridad.
Que, sin el respeto a la propia individualidad, acaba uno perdiendo identidad y sintiéndose vacío.
Que se puede caminar muy lejos, pero sin estorbarse uno al otro.
Que la desconfianza y la sujeción hacia una persona, acaba por perderla para siempre.
Que es necesario abrir los espacios para que cada cual pueda respirar con libertad.
Que cuando queremos abrazar fuertemente a la persona que amamos, acabamos por asfixiarla.
Que si queremos que alguien permanezca a nuestro lado, hay que dejar “la jaula” abierta y de esa manera regresará siempre.
Por todo esto y mucho más. Hoy más que nunca pienso que: “Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de Su mano”.