El siglo XX, fue un período de noticias esperanzadoras y frustraciones desesperantes: por una parte, como nunca, se habló de libertad, con importantes avances en el derecho de expresarse; muchos países sometidos, especialmente africanos, lograron su independencia; las organizaciones mundiales abogaron y ganaron dignidad de trato para grupos minoritarios: las mujeres y derecho al voto, el movimiento feminista, o de homosexuales, entre otros, llamaron la atención pública iniciando un diálogo de verdadero análisis en referencia a su condición de “diferentes”.
Nacieron organizaciones como la ONU, ante la experiencia de devastadoras conflagraciones mundiales, con la promesa de encontrar foros de diálogo para que no se repitiera el acto más salvaje de la humanidad: la guerra.
El despegue en la investigación científica, dio como resultado sorprendentes inventos tecnológicos: la radio fue superada por la televisión, ésta por la Internet; la industria alcanzó la sistematización con alta producción a bajo costo, dando esperanza a muchos pueblos de poder comer, vestir y vivir mejor; la salud humana encontró armas importantes contra enfermedades infecciosas; también el manejo de la energía eléctrica y atómica, abrieron expectativas de desarrollo para muchos países agobiados por el atraso.
El mundo se encontraba ante un aparente amanecer, donde los humanos tendrían elementos suficientes para alcanzar paz y vida de concordia; el planeta podría aprovecharse en su máxima expresión, hacerlo productivo y dar los frutos necesarios para el goce de todos.
Desafortunadamente no fue así: el apetito por la riqueza desmedida, apoyada en uso de poder contra el débil, impidió que se diera el fenómeno.
La semilla había sido sembrada en siglos anteriores, con un sistema económico internacional que permitía a unos aprovecharse de los otros, hasta sumirlos en la miseria. Finalmente, el veinte por ciento más rico, condenó al veinte por ciento más pobre a la hambruna deshumanizante.
Apareció un marcado incremento en las diferencias entre primer y tercer mundo: unos, alcanzaron inesperados estados saludables, con pronósticos de vida cercanos a los cien años; los otros, sufren pobreza y enfermedad, con decremento en sus esperanzas de llegar a ser adultos mayores.
Las diferencias tecnológicas y capacidades económicas entre países, han creado un abismo en las alternativas para el desarrollo, con empobrecimiento y endeudamiento de los más retrasados, que repercute en alimentación, salud y vivienda de sus habitantes.
La rebeldía ante la injusticia se refleja en las guerras entre pueblos, o fratricidas, con muertes de seres humanos en una misma nación. Hay quienes calculan en ciento noventa millones de defunciones el costo de las diferencias; para mayor desgracia, las bajas ya no son de militares como en épocas anteriores, sino de civiles, muchos de éstos niños. La relación que refieren es triste; en cada cien víctimas: noventa y tres muertos son inocentes, de ellos, treinta y cuatro son menores y sólo siete soldados fallecieron en el cumplimiento de su deber.
La sinrazón aconseja eliminar a todos aquellos que piensan diferente o que ante su rebeldía amenazan la seguridad de los mejor armados. Para imponer la intolerancia, aparecen herramientas desarrolladas con sofisticados métodos, como la publicidad dirigida, el discurso amenazante o la justificación con base a los intereses nacionales, entre ellos los religiosos o de diferencias culturales irreconciliables.
Habrá que integrar, para dar respuesta al problema, a algunos religiosos con su profundización en el dogmatismo o fundamentalismo fanático; otros, integrantes de grupos sociales que dicen defender intereses de los más desprotegidos, por ser minoría; o de autoridades civiles y militares que argumentan “defensa preventiva” ante actos terroristas o intentos de invasión.
Al parecer, prevemos un panorama oscuro con desesperanza; la realidad es otra: los seres humanos estamos siendo sometidos a pruebas de las que empezamos a dar muestras de superación. La sociedad mundial se va involucrando, cada vez más, en generar corrientes de opinión en situaciones de injusticia: las guerras son repudiadas, aun ante el discurso político que intenta lograr la aprobación –incluidas grandes cantidades de dinero– para agredir a otros; los ciudadanos están más atentos contra la desinformación que reciben y en consecuencia, cada día adquieren mayor conciencia de la necesidad de defender sus intereses étnicos y culturales; la religión, está encontrando alternativas en el laicismo –caso del catolicismo– que poco a poco va involucrando a hombres y mujeres en la responsabilidad del culto, su enseñanza y difusión, así como las diferentes acciones de solidaridad social, que anteriormente eran lideradas por ministros, curas y religiosas.
Ejemplo de lo anterior es la defensa de causas distintas, con la participación, unidos, de marxistas con militantes cristianos y/o anarquistas, por ejemplo; prudente reserva en exigencias de minorías, antes estigmatizadas; y búsqueda de valores espirituales, que detengan al materialismo sensual tan dañino.
Así qué ¡ánimo!, a pesar de todo aparece la esperanza y sin duda superaremos el nuevo reto de esta modernidad acelerada. ¿Está de acuerdo?
ydarwich@ual.mx