¡Ufff! La verdad, creo que muchos sentimos que un enorme peso se levantaba de nuestros hombros, respiramos más libremente y el fantasma del insomnio quedó atrás. El máximo temor que puede sentir un mexicano ha desaparecido: el de pasarse horas y horas frente al televisor, observando deportes que nunca había sabido que existían, esperando que México logre al menos una medalla y no se vaya en blanco. Que es lo que bastante gente piensa, pero no dice: llegará una Olimpiada, más tarde que temprano, en que este país no se traiga a casa más metal que los ceniceros que los atletas y (sobre todo, según sus costumbres) los directivos se vuelen en los hoteles.
Por lo pronto, ese temor ya desapareció gracias a la buena actuación de Paola y Tatiana. Sí, soy un igualado que, al igual que cien millones de compatriotas, se siente con la confianza como para llamar a esas esforzadas clavadistas por su nombre, y sin necesidad de identificarlas con el apellido: Paola y Tatiana a secas ya pasaron a la mitología nacional. Son mexicanas extraordinarias, fuera de serie, porque hicieron las cosas bien y triunfaron. Bueno, tercer lugar, pero simplemente el pararse en el pódium tiene su mérito.
Cada cuatro años se refuerza la esquizofrenia nacional: a los Juegos Olímpicos enviamos atletas que no tienen la menor oportunidad de competir siquiera. ¿Por qué no tienen oportunidad? Porque han de practicar con las uñas, con entrenadores improvisados, sin apoyos, en el segundo país con más obesos en el mundo y en donde la educación física en la escuela es una de las tantas bromas siniestras de la Maestra Elba Esther. Y porque los millones de pesos destinados a desarrollar al deporte se van en los salarios, viajes y viáticos de mafias que se preocupan más por pasársela en la grande, que en los deportes que se supone se hallan bajo su sabia guía. Y ahí están las consecuencias: casi puras vergüenzas, incluida la necesidad que tuvo el equipo de voleibol playero de pedir ropa prestada… porque la Federación respectiva ni siquiera se tomó la molestia de averiguar las reglas de vestuario de esa disciplina.
Pero aún sabiendo que la delegación mexicana va al fracaso, ¿qué hacen las televisoras mexicanas? Arman un tinglado extraordinario, con docenas de comentaristas (algunos que apenas saben el castellano), una cobertura que no tiene ningún país europeo (incluidos los que sí ganan medallas) y un circo que incluye payasos y dizque-cómicos que están para vomitar. Las televisoras del resto del mundo se sorprenden del esfuerzo y el dinero que México dedica a hacer minuciosa crónica de nuestros fracasos.
Esa esquizofrenia tiene su contraparte: el tiempo y dinero que gastamos en nuestra clase política, todavía más inepta que los deportistas, y asimismo dominada por mafias de todo tipo. Clase política que encabeza a un país de derrotados que se deja mangonear por ellos. ¿Por qué les extraña la escasa cosecha de éxitos en las Olimpiadas… y en todos los ámbitos? ¿Por qué les extraña el fracaso en los Juegos… y en todo lo demás?