EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

Estos eran dos tenores...

HORA CERO

Roberto Orozco Melo

Durante el agonizante año 2008, esta columna se ocupó de algunos asuntos agradables, otros fueron todo contrario y algunas veces tocamos temas que hicieron reír o provocaron lágrimas. Los periódicos son trasuntos de la vida ordinaria y los periodistas procuramos reflejarla, cada quien a su modo.

Por tanto quiero invitar a quienes habitualmente leen esta columna a seguir estos renglones. La historia que les contaré los puede conmover o, por lo menos, les hará sentir que este mundo, a pesar de todo lo que sucede aún tiene remedio.

La historia está en la Internet, ese medio electrónico de comunicación entre humanos, que unas veces usamos y admiramos; pero en otras detestamos, al grado de anhelar el retorno, Dios no lo quiera, del viejo Servicio Postal Mexicano de los años cincuenta. La anécdota trata de sólo dos de los tres más grandes tenores que la humanidad ha disfrutado desde el medio siglo XX hasta los inicios del XXI: los señores Plácido Domingo y José Carrera.

Recordemos que uno y otro son parcialmente coterráneos. ¡Cuántas noches deleitosas e inolvidables nos obsequiaron sus poderosas voces de tenor en una gama impresionante de temas operísticos, romanzas, canzones y otras entrañables composiciones líricas novedosas o ya conocidas.

Armonizados en la interpretación musical, José Carrera y Plácido Domingo no estaban así durante sus vidas: españoles ambos, uno catalán el otro madrileño, mantenían posiciones políticas encontradas y nada, ni nadie, podría cambiar los opuestos sentimientos. Eran tan radicales, ¡ibéricos tenían que ser!, que los agentes artísticos sudaban para lograr el desarrollo feliz de sus actuaciones: quién primero, quién después, quién abriría la función, quién la cerraría. Sin embargo, ya puestos en escena, lo que mandaban era el programa y la batuta del director de orquesta. El intercambio de saludos, antes y después de la actuación, tenía lugar en forma distante e impersonal. Ni uno ni otro retrocedía un milímetro en sus posiciones políticas, aunque durante el bell canto aparecieran como hermanos siameses.

Dios y la vida tenían, malgré tout, planes diferentes. Carrera empezó a sentirse mal durante el año 1984. Se le veía debilitado, pálido, ojeroso.

Dejó de cantar aunque conservara su voz y pudiera hacer gala de las más difíciles tesituras. En mala hora le dieron el diagnóstico de su enfermedad: padecía leucemia y debería tratarse con los inmisericordes tratamientos que exige la curación de ese tipo de cáncer. En 1987 se le acabó el dinero para hacer frente a la enfermedad y a sus costos. El mundo se derrumbaba en torno de José Carrera; sin embargo los médicos insistían en el tratamiento. El cantante supo, entonces, de la existencia de una institución española de beneficencia que podría auxiliarlo. Se llamaba “Hermosa” podría recurrir a ella y si el Consejo del organismo lo autorizaba le auxiliarían de inmediato.

El secretario del Consejo informó a los médicos de Carrera sobre el acuerdo: “Hermosa” financiaría los gastos de su difícil tratamiento. El tenor español se sometió a las prácticas terapéuticas. Fueron días y noches difíciles, tanto por las sesiones de quimioterapia y de radiación como por los efectos terribles que, finalmente, devinieron efectivos. Fue hasta entonces cuando Carrera se enteraría de que el patrono principal de “Hermosa” era el tenor Plácido Domingo y que su vieja enemistad política había dado instrucciones de mantener oculta su participación para evitar que un mal rato de su antagónico colega fuera a rechazar aquel apoyo.

De hecho la beneficencia “Hermosa” había sido fundada con fondos de Plácido Domingo. Lo había hecho para que Carrera no pudiera rehusar aquella mano que se le tendía para sacarlo del profundo pozo en que estaba. La culminación de este drama tuvo lugar semanas después cuando José Carrera apareció en el teatro donde cantaba Plácido Domingo y subió al escenario, se arrodilló ante su antiguo adversario y lloró de gratitud pidiendo que perdón por sus antiguas ofensas. Gratamente sorprendido emocionado Plácido lo ayudó a reincorporarse desde el suelo, y luego ambos de estrecharon y lloraron juntos ante cientos de conmovidos espectadores.

Un periodista interrogó a Plácido Domingo: ¿Qué le movió para ayudar tan noblemente a quien había sido su adversario político? Con prudencia y cordialidad, Plácido Domingo respondió: “Pensé que España no podía ser privada de una voz tan bella”.

Crean, amables lectores, que ahora mismo, al escribirlo, estoy conmovido, tanto por la generosidad de Plácido Domingo como por la humildad de José Carrera: los más grandes cantantes del género operístico del mundo. En estas fechas de máxima esperanza cristiana, imploró a Dios que el hermoso episodio sirva de paradigma para que México encuentre la ruta de la armonía social. Y que el gesto de generosidad de Plácido Domingo obtenga eco y respuesta, al igual que la suprema humildad de José Carrera, entre los enconados y cegatos politicastros que protagonizan el drama político nacional y esto redunde en el bien de México.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 403441

elsiglo.mx