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Ética y solidaridad ante los retos

Julio Faesler

El severo golpe psicológico que el desastre financiero de los Estados Unidos ha asestado al mundo entero es el inicio de un nuevo período que desde ahora ya marca al Siglo XXI.

Como la Gran Depresión de 1929-30, los acontecimientos que estamos viviendo son preámbulo de cambios profundos que apenas se anuncian. En aquel momento se impuso la necesidad de apartarse de las ortodoxias de presupuestos fiscales equilibrados para pasar a los gastos públicos destinados a estimular la vida económica que se había detenido.

Hoy día la Reserva Federal norteamericana ha tenido que recurrir a una serie de fuertes inyecciones de fondos públicos para salvar a la economía de un desastre total. Aún más, el plan de rescate financiero, semejante a nuestro Fobaproa, pero de dimensiones multiplicadas, se extiende mucho más allá de una mera aplicación de las recetas keynesianas.

Los hechos que se desenvuelven en el drama norteamericano de estos días apuntan a la necesidad que tenemos de responder con acciones autónomas diseñadas para evitar la pérdida de empleos en nuestro país. En efecto, el deterioro de nuestras ventas al mercado estadounidense, actualmente el 85% del total de las exportaciones, podrá afectarnos profundamente si no lo compensamos con un mejor aprovechamiento del mercado nacional. Esto bien podrá significar la implementación de una serie de acciones para proteger al productor mexicano.

Las medidas de protección mencionadas no deben sorprendernos ya que forman parte de un rediseño inaplazable de la estructura económica que vivimos. En efecto, el desarrollo económico del país en el pasado fue entregado a los dictados y conveniencias de la libre empresa de la que no puede esperarse autodisciplina que controle su ilimitada procuración de ganancias, que en esencia, es su razón de ser.

En este esquema a la iniciativa privada se le releva de toda responsabilidad social, lo que para los bancos y financieras se traduce en una activa promoción, visto no como una función complementaria del ingreso del individuo, sino como sólo como un “producto” desligado de su verdadera función social.

Defender a la economía contra el abuso del crédito es papel de las autoridades. En los Estados Unidos el tema fue olvidado con las dramáticas consecuencias que están a la vista. En México, por el contrario, se han aplicado políticas conservadoras cuyas ventajas ahora se aprecian al no estar nuestro sistema financiero arrastrado al desastre americano. La volatilidad bursátil por otra parte, es un fenómeno distinto y tiene que ver con las perspectivas a futuro de la actividad económica.

En virtud de lo anterior, debemos prepararnos para proteger lo mejor posible las actividades en el campo y la industria. La primera prioridad es la de defender las plazas de trabajo existentes y, aunque parezca difícil, emprender programas para crear nuevos empleos. Para ello, el gasto público en infraestructura será un importante detonador. La responsabilidad de la empresa privada es fundamental. Asegurar una adecuada demanda nacional de los productos del campo, de la agroindustria y de las manufacturas nacionales, tendrá que suponer medidas que impidan la competencia destructiva o desleal del exterior.

Es momento de ser previsores. No sólo hay que abrir oportunidades de trabajo para los que no se han ido, sino también para los que vienen de regreso, víctimas de la desocupación en los Estados Unidos.

Si hace algunos años se nos invitó a administrar la abundancia, hoy día tenemos que sujetarnos a la austeridad. Son tiempos de mucha retrospectiva para eliminar hábitos que nos han lastrado. La solidaridad y el comportamiento ético son las armas para enfrentar los retos actuales.

Coyoacán, octubre 9, 2008

juliofelipefaesler@yahoo.com

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