La cuenta regresiva inició finalmente en Iowa. Exactamente el 20 de enero de 2009, George W. Bush le entregará la Casa Blanca a su sucesor o sucesora. Atrás quedará una de las Presidencias que más daño le ha causado a la política estadounidense y al sistema internacional. Ocho años marcados por guerras, intervenciones, desprecio a la diplomacia, irresponsabilidad ambiental, espionaje interno y una política basada en el miedo llegarán a su fin y se abrirá el camino al cambio, con una transición hacia una Presidencia demócrata o incluso con un relevo republicano.
Sin embargo, también el 20 de enero del 2009 un nuevo Congreso entrará en funciones en Estados Unidos. La totalidad de la Cámara de Representantes será renovada, así como un tercio del Senado. El resultado de la contienda legislativa impactará mucho más en el rumbo de la política interna y de la relación de EU con el mundo, México incluido, que el relevo que sucederá en la Casa Blanca.
En otras palabras, la clave del verdadero cambio no está en quién llegue a la Presidencia, sino en si los demócratas consolidarán su débil mayoría en el Congreso o si los republicanos retoman el control de ambas cámaras, pues es en el resultado de la contienda legislativa donde se sientan las bases para el éxito o el fracaso de una Presidencia.
El último año de cualquier presidente en EU normalmente está marcado por la ausencia de resultados y por una parálisis legislativa. Mientras que el presidente saliente se obsesiona con dejar un legado, en el Capitolio todos los congresistas enfocan sus esfuerzos en apoyar a su candidato presidencial preferido para que su partido tenga las mejores posibilidades de obtener victorias en la elección en curso.
En ese sentido, los escenarios para 2009 son cuatro. En primer lugar, lo más probable es que los demócratas amarren tanto la Presidencia como el Congreso, con lo cual se podría abrir más fácilmente el camino tanto para una reforma migratoria, como para el retiro de las tropas estadounidenses de Irak. En segundo lugar, si los demócratas obtienen la Presidencia, pero los republicanos controlan al menos una de las dos cámaras del Congreso, quien llegue a la Presidencia tendrá que usar su primer año para negociar con el Congreso opositor y las iniciativas menos polémicas serían las que lleguen a votación en el Capitolio. En tercer lugar, en el difícil escenario de que los republicanos ganen tanto la Presidencia como el Congreso, tal vez la reforma migratoria tendría posibilidades de prosperar, pero la ocupación en Irak no daría marcha atrás.
Finalmente, si los republicanos retienen la Presidencia, pero pierden el Congreso, lo que veríamos sería una repetición del último año de Bush en el que el tema dominante sería Irak y la reforma migratoria sólo estaría congelada entre argumentos politizados.
Si bien aún faltan poco más de 10 meses para que se realice la elección general y legislativa de noviembre, todo apunta a que los demócratas retomarán la Presidencia. En cuanto al Congreso no se pueden hacer especulaciones todavía. La última encuesta realizada por Gallup, en octubre de 2007, indicaba una fuerte desilusión con el liderazgo demócrata en el Congreso, en especial con los temas de Irak, la economía estadounidense y la migración. Al respecto, hasta un 39% de los encuestados señalaba que estaba “decepcionado” con las políticas adoptadas por el Congreso demócrata en el tema migratorio, al tiempo que otro 26% incluso se definió como “enojado”.
En los siguientes meses la atención mediática seguirá concentrada en el reality show que se ha convertido la contienda por la Casa Blanca. Sin embargo, especialmente para la burocracia mexicana, la mirada debe estar mucho más dirigida a la otra elección, la del Congreso que acompañará al Ejecutivo estadounidense y que será el responsable de aprobar sus iniciativas.
Politólogo e Internacionalista
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