Los reyes de España posan con el poeta argentino Juan Gelman, quien recibió el Premio Cervantes, máximo galardón de las letras hispanas. (EFE)
El poeta argentino Juan Gelman recibió ayer el Premio Cervantes, con un discurso marcado por las heridas que provocó en su vida y en la de su familia la dictadura militar argentina, pero también con un recuerdo a San Juan de la Cruz y a Santa Teresa de Jesús, quienes le acompañaron en su exilio, y por supuesto con constantes referencias a su admirado Miguel de Cervantes y a “El Quijote”.
El premio le fue entregado por el rey Juan Carlos en un emotivo acto que presenciaron su esposa y sus cuatro nietos, entre ellos Macarena, a quien recuperó 23 años después de que militares argentinos la secuestraran y entregaran a una familia adoptiva tras asesinar a sus verdaderos padres.
Tras agradecer el premio Gelman comenzó su discurso defendiendo la vigencia de la poesía en estos “tiempos mezquinos y de penuria, como los calificaba Hölderlin”, recordó, “y en un mundo como el actual en el que cada tres segundos un niño muere de enfermedades curables, de hambre, de pobreza”, lamentó. “Pero ahí está la poesía: de pie contra la muerte”, afirmó.
A continuación se refirió a Santa Teresa y San Juan de la Cruz y el consuelo que le brindaron durante el exilio al que le condenó la dictadura de su país, “porque su lectura desde otro lugar me reunió con lo que yo mismo sentía, es decir, la presencia ausente de lo amado: Dios para ellos, el país del que fui expulsado para mí”. En este sentido recordó a Santa Teresa cuando decía que moría muchas veces, “y yo moría muchas veces y más, con cada noticia de un amigo o compañero asesinado o desaparecido que agrandaba la pérdida de lo amado”.
El poeta recordó que la dictadura desapareció a 30 mil personas. Entre ellos a su hijo Marcelo y a su nuera Claudia, que estaba embarazada de siete meses, a quienes no volvió a ver jamás ya que en 1976 fueron torturados y asesinados. “Hay recuerdos que no necesitan ser llamados y siempre están ahí y muestran su rostro sin descanso”, dijo. “Es el rostro de los seres amados que las dictaduras militares desaparecieron”, añadió. “Pesan en el interior de cada familiar, cada amigo, cada compañero de trabajo y alimentan preguntas incesantes: ¿Cómo murieron? ¿Quiénes lo mataron? ¿Por qué? ¿Dónde están sus restos para recuperarlos y darles un lugar de homenaje y de memoria? ¿Dónde está la verdad, su verdad? La nuestra es la verdad del sufrimiento. La de los asesinos, la cobardía del silencio”, añadió.
En este sentido aseguró que las heridas de la dictadura “aún no están cerradas”, sino que “laten en el subsuelo de la sociedad como un cáncer sin sosiego”. Y dijo que su único tratamiento “es la verdad. Y luego, la justicia. Sólo así es posible el olvido verdadero”.
De “El Quijote” señaló que es “una gran novela del amor imposible” y recordó que la leyó por primera vez en la adolescencia. Dijo que tras esa lectura conoció un poco más a Cervantes: “Su vida de pobreza y sufrimiento, sus cárceles, su cautiverio en Argel, su Lepanto, los intentos fallidos de mejorar su suerte”. Pero no sabía “cómo habría sido el hombre, don Miguel”.
Entonces recordó el autorretrato que trazó en el prólogo de las Novelas ejemplares, donde se describía como “de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada”, pero “nada me decía salvo la mención de sus alegres ojos”. Y comprendió “que él era en su escritura”. Hoy en día, al internarse en ella aún cree a veces escuchar sus carcajadas cuando acostaba a El Caballero de la Triste Figura en el papel. “Sólo quien, desde el dolor, ha escrito con verdadero goce puede dar a sus lectores un gozo semejante”, concluyó.
