Fascinantemente... explotada
La Momia es un tema recurrente del cine de horror; aunque en ocasiones más que miedo, causa risa.
El descubrimiento de la tumba del faraón Tutankamón en 1922, extendió en Occidente la fascinación por el Antiguo Egipto y sus misterios.
Las pirámides, esculturas y tumbas egipcias poseen una esencia mística aunque la Momia, como monstruo vengativo y ejecutor de pavorosas maldiciones, es creación cinematográfica. Si bien la cultura reinante en El Nilo creía en otra vida después de la muerte, las ideas de reencarnación, la posesión de espíritus o la resurrección física a manera de cadáveres asesinos procede de la imaginación de novelistas, guionistas y cineastas.
El reencuentro de almas cuyo amor fue imposible en otra época era el soporte argumental trastocado en pesadillas de cuerpos momificados reanimados con los que instituyó un subgénero del cine de horror.
De entre los muertos
Las momias inspiraron relatos desde 1827 -casi una década después del Frankestein (1818) de Mary Shelley-; en el cine, la aparición de este horror cubierto de vendas data de 1899 en la mini épica Cleopatra, de George Méliès. Al menos 9 películas silentes incluyeron a esta criatura en narraciones fantásticas y comedias con personajes disfrazados de momias, pero el filme que la situó entre los grandes monstruos de la pantalla fue el clásico de Karl Freund: La Momia de 1932.
Amante del Expresionismo Alemán, Freund desarrolló una atmósfera de terror psicológico a lo largo del filme: manejo de luces y sombras, movimientos lentos de la criatura y énfasis en el miedo a lo desconocido.
El otro factor que contribuyó al éxito de la película fue la interpretación de Boris Karloff como el siniestro sacerdote Imhotep.