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Fin del capitalismo

JAQUE MATE

Sergio Sarmiento

“La mayoría de las crisis financieras… han venido precedidas por períodos de euforia económica, gasto excesivo y una expansión del crédito”.

Guillermo Ortiz

La actual crisis es producto de la falta de una regulación estricta sobre las instituciones financieras. Demuestra que los mercados no funcionan, por lo que el Estado debe meterlos en cintura. El derrumbe financiero de 2008 es para el capitalismo lo que para el comunismo fue el desplome del muro de Berlín de 1989. La crisis marca, de hecho, el fin del capitalismo.

Ha sido casi divertido escuchar estas interpretaciones de la tormenta financiera que hoy ruge en el mundo; pero el riesgo es que, como ocurre tantas veces, los políticos se crean estas posturas y tomen medidas exactamente contrarias a las que deben aplicarse para enfrentar la crisis. El daño podría ser tan importante como el que generaron el Estatuto Glass-Steagall en 1933, durante la gran depresión, o el Sarbanes-Oxley de 2002, tras el desplome de Enron.

Algunos periodistas, y no pocos académicos, son dados a ofrecer visiones grandilocuentes o incluso milenaristas de eventos como la actual crisis. ¿Cómo olvidar El fin de la historia y el último hombre de Francis Fukuyama, que afirmaba que la historia, como lucha de ideologías, había terminado ante el triunfo de la democracia liberal frente a los regímenes comunistas? ¿O las afirmaciones de que los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 marcaban una nueva era de choques de civilizaciones, en el esquema previsto por Samuel P. Huntington?

Para saber si realmente la crisis de las hipotecas señala el fin de la economía de mercado, habría que entender primero su origen. Hay quien afirma que el desastre es producto de una falta de regulación sobre los sistemas financieros. Pero el desastre se esté registrando no sólo en Estados Unidos, país, que tiene reglas financieras relativamente laxas, sino en Europa, donde los reglamentos son mucho más estrictos e intervencionistas.

La verdad es que la crisis surge no de una falta de regulación sino de una política monetaria y fiscal excesivamente laxa en los Estados Unidos. Toda burbuja en la historia ha sido producto de un exceso de crédito o de consumo. La actual, expresada en hipotecas y bolsas, fue promovida por una política monetaria excesivamente laxa de la Reserva Federal, o banco central de los Estados Unidos, durante los años en que Alan Greenspan encabezó la institución y que no se ha moderado en los años de Ben Bernanke (véase mi artículo “Las burbujas” del 7 de abril de 2008).

La política monetaria de la Reserva Federal creó una tasa de interés negativa durante un período demasiado prolongado. Ahorrar dinero en el banco no tenía sentido porque equivalía a perder valor de manera gradual. En cambio se incentivaba la compra a crédito tanto de bienes de consumo como de casas. Cuando todos los estadounidenses con buenos historiales de crédito tuvieron no sólo una sino dos o más hipotecas, los bancos se vieron obligados a prestar a quienes no tenían historial o lo tenían malo. Se creó así el mercado de las hipotecas subprime, en que los clientes tenían pocas posibilidades de pagar sus créditos.

No sólo aumentó en los últimos años la deuda privada en los Estados Unidos sino también la pública. Como presidente Bill Clinton mantuvo un presupuesto equilibrado y logró incluso un superávit, pero George W. Bush lo transformó en un enorme déficit, el cual es nominalmente de un 3 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), pero que resulta en realidad mayor, por el gasto militar en Irak (el cual se contabiliza aparte) y ahora por los pasivos generados por el rescate bancario. Como si esto fuera poco, Estados Unidos ha producido, por su expansiva política monetaria interna, un déficit de Cuenta Corriente superior al 7 por ciento del PIB que no podía mantenerse en el largo plazo.

La deuda total de Estados Unidos, tanto pública como privada, aumentó de 1.5 veces el PIB en 1980 a 3.5 veces en 2007, según Jorge Suárez, analista económico de CNN. Pero ningún país del mundo, como tanto nos han dicho los propios especialistas del Gobierno de Estados Unidos en el pasado, puede vivir siempre de prestado.

La crisis no se produjo porque los burócratas no regularon los mercados: nunca hay controles suficientes para evitar un colapso financiero. No falló tampoco el sistema de libre mercado. Las crisis no se evitarán con más camisas de fuerza para las instituciones financieras. El actual problema es consecuencia directa de errores cometidos por un grupo de burócratas, empezando por Greenspan y terminando por el presidente Bush, que nunca quisieron darse cuenta de que estaban creando una burbuja que tarde o temprano iba estallar.

OPORTUNIDADES

Toda crisis lleva dentro de sí las semillas de una recuperación… siempre y cuando los gobiernos no intervengan y compliquen el problema. No hay dinero gubernamental que pueda detener un desplome financiero como el que estamos viviendo hoy. Hay que dejar que los mercados caigan hasta donde deben hacerlo y se recuperen por sí mismos. “Todas las crisis son oportunidades”, decía Carlos Slim el pasado mes de junio. Y tiene razón. Es sólo cuestión de tiempo para que los inversores más aventureros encuentren las oportunidades en el mercado y lo hagan revivir.

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