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Fin del informe

Sergio Sarmiento

“La política es conflicto, pero también cooperación… es confrontación, al tiempo que es conciliación”.

Gilberto Rincón Gallardo

Dicen que se acabó el “día del presidente”. Pero la verdad es que desde hace mucho tiempo el primero de septiembre era todo menos eso. ¿O acaso ya olvidamos cómo los mandatarios se convertían ese día en blanco no sólo de críticas e interpelaciones sino de gritos e insultos? ¿No nos acordamos ya que en 2006 no se permitió a Vicente Fox entrar al recinto legislativo o que en 2007 se le prohibió al presidente Felipe Calderón hablar durante la ceremonia de entrega de su informe escrito?

No, de ninguna manera han sido los primeros de septiembre un día del presidente, por lo menos no en las últimas décadas. Desde el primero de septiembre de 1988, cuando el entonces senador Porfirio Muñoz Ledo interpeló al presidente saliente Miguel de la Madrid, esa fecha dejó de ser un acto de pleitesía para el presidente en turno. Los días primero de septiembre han sido, desde entonces, más bien un escenario para exhibir la falta de racionalidad de nuestra clase política. Nada más triste que ver cómo los diputados abandonaban todo decoro y pretensión de educación y cultura; cómo le daban la espalda al presidente de la República, exhibían cartelitos, pegaban de gritos o se ponían máscaras de puerquito para llamar la atención.

Quizá eso es lo que hoy quieren ocultar los legisladores: su propia falta de civilidad e incluso de educación.

Hubo un tiempo, es cierto, cuando el primero de septiembre era realmente el día del presidente. Los actos de pleitesía resultaban inenarrables; los besamanos interminables. Pero lo que no entendieron los legisladores que cambiaron el formato es que el problema no era del informe sino del poder desmedido de la Presidencia de la República.

A partir de este lunes ya no tendrá el presidente ni siquiera que presentarse en el Palacio Legislativo. Simplemente mandará un informe por escrito al Congreso de la Unión a través de un mensajero caro y elegante, que en este caso será el secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño. ¿Se beneficiará en algo el país por el hecho de que el presidente de la República no deba ya presentarse ante el Congreso y leer un mensaje a los legisladores y a la nación? Todo lo contrario.

La presentación y lectura de un informe es parte de un proceso de rendición de cuentas del jefe del Ejecutivo en todos los países democráticos del mundo. En unos cuantos años, estaremos tratando de regresar al informe tradicional como una forma de lograr, precisamente, una mejor rendición de cuentas del presidente ante el Congreso y ante la nación.

Los diputados y senadores que promovieron la eliminación del mensaje político del Ejecutivo en la ceremonia de apertura del periodo ordinario de sesiones del Congreso se sienten aparentemente orgullosos de haber despojado al presidente de un foro importante para expresarse.

Pero ellos mismos se hacen tontos. El mandatario sigue teniendo muchas oportunidades para estar presente en los medios de comunicación y de expresar sus posiciones. Esto lo hemos visto en los últimos días, ya que el presidente Felipe Calderón ha comprado espacios en la televisión de cinco minutos diarios a las 9:45 de la noche.

Aun cuando el jefe del Ejecutivo haya decidido no pronunciar un discurso en Palacio Nacional como estaba previsto, quizá para evitar una mayor furia de los legisladores, sabe que puede ordenar una cadena nacional cuando lo requiera. Quienes se quedarán sin la oportunidad de aprovechar este primero de septiembre para sus propósitos políticos serán los dirigentes de las bancadas legislativas. La vieja ceremonia del informe presidencial les daba, después de todo, una oportunidad para fijar sus posiciones en la “más alta tribuna” de la nación. Ni los medios de comunicación ni la gente les prestaban tanta atención como al presidente, pero sin duda obtenían más de la que generan sus discursos habituales. Ahora no habrá ni siquiera esa ventana.

Quienes realmente salimos perdiendo, sin embargo, somos los ciudadanos. Nosotros, los que financiamos con nuestros impuestos todo el costoso aparato estatal, tenemos derecho a que el presidente nos informe sobre lo que está haciendo y sobre lo que piensa hacer. Pero los legisladores nos han quitado también este derecho.

RINCÓN GALLARDO

Gilberto Rincón Gallardo fue uno de los personajes más dignos de la política mexicana de las últimas décadas. “De cuerpo contrahecho e inteligencia privilegiada”, como escribí hace años, Gilberto fue encarcelado durante el movimiento estudiantil de 1968 por ser miembro del Partido Comunista y por supuestamente haber arrojado bombas molotov a la Policía, cuando su discapacidad física claramente lo hacía imposible.

Peleó por la causa de Cuauhtémoc Cárdenas en las elecciones presidenciales de 1988 y participó en la fundación del PRD, pero se alejó del partido porque quiso mantener posiciones de izquierda moderna y democrática cuando el partido se radicalizaba. Fue candidato a la Presidencia en 2000 y después se le nombró presidente de la Comisión Nacional para Prevenir la Discriminación. En 2006 sostuvo que no veía pruebas de que Andrés Manuel López Obrador hubiera sido víctima de un fraude. Si la izquierda moderna y democrática que él representó hubiera triunfado en el PRD, México habría tenido quizá avances similares a los de otros países con izquierdas responsables, como España o Chile.

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