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Fregados and company

Hora Cero

ROBERTO OROZCO MELO

Todo parece indicar que las elecciones presidenciales de Estados Unidos cuentan con un guión y una dirección cinematográfica, (ojo IFE: a ver qué aprenden) pues tal como sucede en las telenovelas mexicanas no se sabe cómo van a concluir. Casi escucho al encargado del proceso electoral estadounidense, si es que hay algún humano al frente –no una computadora— declarando a los periodistas destanteados: “Cuando se acerque el último capítulo lo vamos a pensar, lo vamos a escribir y lo vamos a filmar”.

Barack Obama e Hillary Clinton han sido pareja a lo largo del complicado proceso de las elecciones primarias; una pareja dispareja sin embargo, y no sólo por que él sea de tez obscura y ella la tenga blanca, sino por la cerrada competencia establecida entre ambos. A lo largo de las “primarias” evidencian los demócratas de un estado que la señora Clinton es la mejor opción para su partido, pero al día siguiente, en otra entidad, los demócratas responden diferente.

El sistema electoral estadounidense no tan claro como el nuestro (¿será?) ya que en él intervienen factores de distinta índole: no es suficiente ganar por simple mayoría de sufragios; hay que obtener cierto número de delegados a la convención del partido –demócrata o republicano— y aún entre éstos, no todos los representantes son iguales, ni sus votos valen lo mismo. El que sabe mucho de esto es Al Gore, pues lo trae en carne viva: en las anteriores elecciones fue derrotado por el actual presidente Bush mediante la manipulación de delegados y de votaciones, más una conveniente e inapelable decisión de la Suprema Corte.

Para nosotros, en México, sólo es necesario que el sedicente triunfador de la elección obtenga un voto arriba de los conseguidos por el otro competidor; y miren ustedes cómo le fue a Felipe Calderón con resultados reñidos. Es fecha que el tropical Andrés se publicita como “presidente legítimo” de México mientras Calderón tiene hinchado el hígado por haber triunfado con mínima diferencia.

Mas no exageremos y respetemos las formas y los sistemas del país al Norte del Río Bravo ya que de todas maneras a nosotros, pobres y sencillos vecinos del Sur, nos va a ir como en feria con cualquiera de los partidos. Los demócratas y los republicanos son como el pinto y el colorado: no hay a cuál irle.

Hoy desayunamos con dos noticias sobre la competencia política yanqui: 1) Bush ganó el título de presidente más impopular en los dos siglos de historia de su país y 2) Hillary Clinton ganó de calle las elecciones primarias de Pennsilvania con 10 puntos porcentuales de posible triunfo sobre Barack Obama. Todos sabemos que los artilugios de la Casa Blanca lograron adelantar el triunfo republicano de John McCain.

Cuando cursamos la historia universal en la escuela secundaria el profesor se hacía lenguas de la democracia “americana” (la de USA) calificándola como “la más pura del mundo” por sobre Suiza y Costa Rica que presumían el mismo título. Al paso del tiempo fuimos constatando que esa apreciación carecía de sustento, era una falacia.

Lo verdad monda y lironda es que el partido republicano se ha convertido para el pueblo estadounidense en una verdadera dictadura económica y política, lo mismo, sólo que con tremendas consecuencias de sangre y luto ante muchas otras naciones en el mundo.

Los demócratas, en cambio, cuentan con el hecho indiscutible de que la historia corre a su favor; su prestigio liberal se apoya en el importante papel que algunos presidentes demócratas han realizado al mando de Estados Unidos. Pero, orgullosos de los logros, tienen miedo que si gana ahora uno de sus candidatos pasado mañana podrían velarlo, como antes velaron a Lincoln y a Kennedy.

Ambos presidentes actuaron con energía y decisión ante la problemática interna, social, económica y política en sus respectivas épocas. La lucha de Lincoln contra el esclavismo y de Kennedy a favor de la integración racial afroamericana constituyeron los más grandes hitos históricos para el liberalismo demócrata de Estados Unidos, aun a costa de las vidas de ambos, como todos sabemos.

Nadie, con dos dedos de frente, podría apostar al triunfo del partido demócrata en las inmediatas elecciones presidenciales de Estados Unidos, excepto los latinoamericanos cuya experiencia bajo los gobiernos republicanos de USA ha sido de fatales consecuencias; y menos aún nosotros los mexicanos, quienes por padecerlos en la inmediatez geográfica, bien sabemos de lo que hablamos.

Lo único que podríamos hacer, con todas las reservas del caso, sería invocar a la patroncita de los mexicanos, la Virgen de Guadalupe, para que ponga a los demócratas en el camino de conseguir mayores apoyos económicos y más delegados a favor ante la convención nacional demócrata. Esto se antoja más difícil que un triunfo de México en las olimpiadas de Beijing. La verdad es que la engañosa buena vecindad siempre nos ha mantenido fregados and Company.

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