Era el día verde, el día del no-tiempo, previo al año nuevo Maya. Como lo hacía diariamente, desde diez años atrás, aquel hombre maduro que frisaba ya la vejez, se sentó protegiéndose a la sombra de aquella casa de paja que se había convertido en su observatorio matutino.
Él mismo, con sus propias manos había construido aquella pequeña casa, con ramas de palma y pilotes de madera, con la única finalidad de contemplar la belleza del mar caribe, pero al paso del tiempo, fue cambiando el motivo de su observación.
Diariamente, casi a la misma hora, paseaba por aquella playa y frente a sus ojos, una hermosa joven de talle espigado, pechos firmes y una bella cintura que terminaba en dos atractivos posillos que se podían distinguir a kilómetros.
La piel tostada por el sol y la sal y un pelo hirsuto que se mecía al impulso del viento que en ocasiones lo enmarañaba todo.
Alguna vez, la había visto de cerca y apreciado sus hermosos ojos negros que como flechas de obsidiana penetraban su alma.
Se podría decir que él se había obsesionado con aquella mujer, a la que vio crecer y transformarse de una avispada chiquilla en una portentosa hembra.
Solía fantasear pensando que la abordaba, y le hablaba de la grande atracción que ella ejercía sobre él. Le gustaría invitarla a su refugio y platicar con ella de las muchas vivencias de su vida.
Se conformaba sólo con tocarla y darle un beso apasionado, en recuerdo de tiempos pasados, pero sabía que aquello no era mas que una ilusión, pues ni siquiera sabía su nombre.
En realidad, él era feliz acariciándola con la mirada, tocando su pelo con la imaginación y acariciando su cuerpo al través de las olas del mar, cuando ella se decidía a adentrarse en sus aguas.
Pero frente a aquellos sueños la realidad se imponía. Su viejo cuerpo se sentía cansado y si bien en su interior aún buhía la sabia que se alojaba en sus riñones, eran ya pocas las cosas que lo emocionaban y ella era una de ellas.
Ideaba formas de abordarla, hablarle, pero todas le parecían sosas, estereotipadas. En realidad le temía a un rechazo que acabara definitivamente con sus sueños.
No podía perder en definitiva, la última ilusión de su vida.
Pero, al mimo tiempo, se preguntaba, si valía la pena quedarse solo en el mundo de la idealidad o, en algún momento, tendría que jugarse el todo por el todo.
En tanto, los días pasaban y él seguía solo observando a la distancia a aquella hermosa mujer.
Toda su experiencia de hombre de mundo se derrumbaba al momento de pensar en cómo abordarla. La ingenuidad de ella destruía sus esquemas mentales y lo dejaba inerme ante su inocencia y belleza.
Un día bajó a la playa y se colocó justo en la ruta que ella solía transitar. Estaba decidido a hablarle. Sin embargo, al momento que la tuvo al lado, sólo atinó a decirle “buenos días”. Su belleza lo deslumbró.
Él no acostumbraba ir a la cuidad, pero aquel día lo hizo con el fin de distraerse un poco. Deambuló por las calles y los centros comerciales.
De pronto, la vio parada frente a la vitrina de una tienda de ropa de noche.
—Hola, ¿cómo estás?.. ¿Qué haces?.—Le preguntó.
—-Miro ese vestido, que me encanta y que jamás podré comprar. Es muy caro.
—-El “jamás”, no existe. – Le dijo – Y tomándola de la mano la introdujo en la tienda.
Pidió el vestido que tanto le gustaba y pagó su precio al tiempo que lo ponía en sus manos.
—-No puedo aceptarlo. – Le dijo ella.
—-Nunca digas “no”, a algo que realmente quieres.—- Le contestó.
Ella se acercó a él para agradecerle el detalle con un beso en la mejilla, pero cuado lo hizo, él volteó la cara y quedaron de frente, de manera que cuando lo quiso besar sus bocas se encontraron y se dieron un beso, de gratitud, de parte de ella y de pasión de él.
Ese solo beso se convertiría en su gran recuerdo, durante el resto de su vida.
Por lo demás: “Hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano”.