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Fríos de cuerpo y alma...

Hora cero

Roberto Orozco Melo

Vinieron los fríos y fueron bien venidos. Les dimos la bienvenida porque el frío es el mejor amigo de la vida si no exagera. Las bajas temperaturas del ambiente congelan todo: los cuerpos, las almas, las casas, las escuelas, el transporte público, los automóviles, los animales y las personas, sean pobres o ricas, adultos o infantes, precandidatos a diputados, diputados a punto de “ex” o simples ciudadanos.

Hombres y mujeres ateridos por la hipertermia no encuentran modo de calentar sus manos: si friccionarlas, usar guantes de lana o colocarlas en su boca a modo de bocina para exhalar sobre ellas un par de vahos de precaria calidez corporal. El frío constituye la temperatura crítica del medio ambiente, la que más resentimos, sobre todo cuando comparamos el actual invierno con la experiencia de anteriores invernadas que registraron pocas bajas a menos cero en el termómetro.

Otra consecuencia del gélido invierno que padecemos y hemos de padecer, Dios sabrá hasta cuándo, es el congelamiento de la economía y con éste la inmovilidad de los sueldos, que siempre operan en sentido opuesto a las necesidades humanas. A la tradicional curva ascendente en los precios que aparece en cada Enero de cada nuevo Año, ya hemos sumado y asumido en 2008 las alzas en la gasolina y los puntuales incrementos anuales en el costo de la electricidad doméstica, en el precio del gas, en el transporte público y en la carestía de los que componen y descomponen la canasta básica popular que el Gobierno Federal siempre anuncia que nunca sube, pero la verdad literal es que nunca baja.

Quienes vivimos el eufemismo de la “edad en plenitud” con que ahora se designa a los viejos, sabemos que cada hora, día, semana o mes marcan tramos de avance rumbo a la congeladora eterna; pero si dicha fatalidad preocupa durante los años verdes de la vida, en las edades invernales apenas significa una micra de angustia “Lo que será será” decimos filosóficamente al saber el amortecimiento de los amigos, parientes o personas apreciadas por nuestra comunidad. Una mejor conformidad con la fatalidad evidenciaba mi abuela Tolita al querer jugar bromas contra el destino: “Es caminito que todos ‘han’ de seguir”, afirmaba y sin embargo, ella también lo siguió. La senectud acaba por ser un ambivalente estado vital: grato si a supimos cuidar nuestra salud y nuestra familia; ingrato si al periclitar vemos, sentimos y comprobamos el fatídico recrudecimiento de enfermedades y sus consecuentes achaques a los que nunca dimos importancia; entre otros el abandono.

Hay quienes desprecian con olímpico gesto las prudentes orientaciones oficiales que difunden los medios de comunicación social sobre cómo cuidar la salud de nuestro cuerpo: si somos gordos, fumadores, tragones, drogadictos, alcohólicos, descuidados con el ejercicio físico, etc., estamos condenados a convertirnos, con irresponsabilidad traducida en placeres, en hombres y mujeres fatalmente propensos a adquirir enfermedades de difícil o imposible curación: por cada afición o adicción licenciosa, en apariencia inocua, acaece una reacción fisiológica en organismo humano que pudiera ser el primer indicio de una grave enfermedad. Siento que los adictos que me leen ahora, sonríen con suficiencia y afirman con soberbia: “A mí no me pasa nada, ni me va a pasar”.

Pero lo pasa el tiempo en que continúa el imprudente abuso de la adicción hasta que sucede algo en el organismo; lo saben y lo sienten, pero soslayan la realidad cuando deberían verlo como un timbre de alarma para abandonar el cigarro, o la copa, o la tragazón, o cualquier otra práctica constante y dañina. “Ve a ver al médico”, aconseja la esposa. Observa tu cuerpo, mira tus uñas casi moradas, fíjate en el temblor de los dedos, anota la frecuencia de tus calambres y cuéntale todo lo que te pasa y no lo dices. Y tú, lector, si te sientes aludido por los síntomas, seguramente responderás a tu cónyuge: “Ái después, cuando pase el invierno, ahora hace mucho frío, en verano lo hago”.

Las esposas siempre dan buenos consejos, amigos, pero si al experimentar los gritos de alarma que pega nuestro cuerpo no acuden oportunamente ante un profesional, entonces resignen sin lamentos. Después podrían sentir la imperiosa necesidad de buscar a un sacerdote que no ande ocupado en la política...

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