Para quienes vivimos en una frontera como Tijuana-San Diego, cruzar la línea internacional es una necesidad imperiosa que con frecuencia se convierte en un vía crucis.
Para que usted me entienda es un sufrimiento similar al que padecen los habitantes del Distrito Federal cuando transitan la ciudad en las horas pico o el que experimenta un pasajero que se queda varado en un aeropuerto durante un puente vacacional.
De 60 a 120 minutos destinan todos los días unos 50 mil automovilistas que cruzan de Tijuana a San Diego por motivos de trabajo, escuela, compras o asuntos familiares.
Hace veinte años el promedio para cruzar andaba en los 15 minutos, pero en ese entonces Tijuana tenía apenas 500 mil habitantes y unas cuantas maquiladoras.
Hoy en día son más de dos millones de pobladores y más de 200 maquiladoras, además de que el número de ciudadanos norteamericanos y emigrados que viven en Tijuana ha ido en progresivo aumento.
Una buena parte de la población tijuanense se acostumbró a vivir en este mundo binacional que tiene enormes ventajas, pero también grandes costos como perder de seis a diez horas a la semana en cruzar la garita, equivalente a un día de trabajo.
Alguna vez comentaba un amigo que a él no le importaba esta demora porque de joven se acostumbró en la Ciudad de México a padecer los congestionamientos viales.
Pero no todos en Tijuana vienen del D.F. como tampoco se resignan a sufrir los daños económicos y físicos que conlleva esta dramática realidad. Los expertos calculan que por las demoras se pierden unos 7 mil millones de dólares en el comercio, 4,300 millones en inversiones y unos 62 mil empleos anuales.
Simplemente calcule usted el daño para los 75 mil automovilistas y peatones que cruzan todos los días la frontera en desgaste físico y emocional además del costo de la gasolina y en su salud por la contaminación.
Pues bien, estos estragos fueron al fin reconocidos por los poderosos de Washington, quienes aprobaron un presupuesto de casi 600 millones de dólares para remodelar la garita de San Ysidro, cuyos edificios datan de los años treinta del pasado siglo.
Esta cantidad no tiene punto de comparación con lo que gastará el Gobierno de George W. Bush para construir el infame muro en la frontera de Arizona y Texas, pero será una inversión más redituable y desde luego benéfica en todos los sentidos.
La frontera de Tijuana-San Diego es la más visitada en el mundo y quizá la de mayor dinamismo, aunque en las últimas décadas se convirtió en una de las más peligrosas por el creciente tráfico de drogas, indocumentados, armas y autos robados.
Por lo anterior, esta modernización que contará con la más avanzada tecnología tanto para agilizar el paso de personas como para detectar a delincuentes, es una acción que todos debemos aplaudir.
La obra arranca el próximo verano y concluirá en 2014, lo que significa que durante seis años los habitantes y turistas de la región sufrirán las molestias de los trabajos de construcción, pero con la esperanza de contar con un cruce ágil, moderno y acorde al crecimiento de los cruces que se calcula será del 70 por ciento para 2030.
Curiosamente el arranque del proyecto fue anunciado esta semana por el alcalde de San Diego, Jerry Sanders, un ex jefe policiaco de buena reputación que se ha convertido en el más activo promotor de la modernización fronteriza de la garita en San Ysidro.
Queda ahora esperar —¿o soñar?— que políticos visionarios lleguen pronto al poder en Washington y asuman acciones que impulsen la integración de las fronteras de México y Estados Unidos en lugar de imponer trabas burocráticas, muros y políticas separatistas.
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