“Es mejor ser negro que gay. Por lo menos si eres negro, no les tienes que decir a tus papás”.
Judy Carter
La comunidad homosexual ha salido del clóset. Quizá no en todo el país, pero ciertamente en la Ciudad de México. Este sábado 28 junio una multitud calculada en 200 mil personas participó en una “marcha gay” del Ángel de la Independencia al Zócalo.
Esta marcha es ya un festejo anual. Se ha convertido en lo más cercano a un carnaval que ofrece la capital de la República. Muchos de los participantes llegan disfrazados. Vestidos de novias con liguero, colegialas de falda tableada o prostitutas, los travestis ofrecen siempre un atractivo para los fotógrafos profesionales y aficionados. Los antros que atienden a la comunidad gay pagan grandes camiones con plataformas en que se ofrecen espectáculos de música y bailarines. Otros camiones llevan a grupos de lesbianas: algunas vestidas con camisetas negras, otras de color rosa.
Este 2008 los organizadores celebraron el 30o aniversario del desfile. Sólo que las circunstancias han cambiado de manera dramática desde aquella primera marcha que se llevó a cabo en pleno sexenio de José López Portillo. Los organizadores señalan que en aquella primera ocasión sólo unos 40 valientes se atrevieron a iniciar el desfile, a los cuales se unió un centenar más durante la marcha. Las autoridades les eran hostiles. La marcha se llevó a cabo en la calle de Río Lerma, ya que se negó a los organizadores el permiso de cerrar el Paseo de la Reforma.
Hoy el desfile se realiza con pleno apoyo de las instituciones capitalinas y se financia parcialmente con dinero de los contribuyentes, aun de aquellos que encuentran la homosexualidad objetable. El Gobierno del Distrito Federal promovió el desfile con anuncios en las pantallas del Metrobús y otorgó apoyos a través de la Secretaría de Desarrollo Social. Los carriles centrales del Paseo de la Reforma fueron cerrados por patrullas de la Secretaría de Seguridad Pública. La Secretaría de Cultura pagó el templete y el equipo de sonido del concierto con el que cerró el festejo en el Zócalo.
No deja de ser curioso que los mismos grupos que rechazaron la entrega de un donativo del Gobierno panista de Jalisco para la construcción del Santuario de los Mártires consideran no sólo natural sino una obligación del Gobierno del Distrito Federal apoyar las actividades de esta marcha gay. El cuestionamiento al gobernador Emilio González Márquez no tenía así nada qué ver con un rechazo a un presunto mal uso de dinero público sino simplemente al hecho de que éste es panista o de que los recursos se entregaron a una causa de “derecha”. El uso de dinero público para causas privadas “políticamente correctas” no genera problemas en los medios de comunicación.
Yo tengo dudas muy serias de que sea correcto utilizar recursos de los contribuyentes para ésta o para causas similares, pero me parece maravilloso que la comunidad gay haya salido, aunque sea sólo en cierta medida, del clóset y pueda realizar un festival como éste. Nadie sabe a ciencia cierta cuántos mexicanos son homosexuales, pero probablemente se trata de entre 5 y 10 por ciento de la población. Una minoría de esta magnitud no puede permanecer encerrada indefinidamente en un armario.
La mayoría de los homosexuales no es, por supuesto, “reina de carnaval”, como tantos o tantas que desfilaron este sábado en el Paseo de la Reforma. Millones mantienen una vida normal sin distinguirse del resto de la población. Acuden día tras día a sus trabajos o a sus escuelas; viven, comen, se divierten, hacen el amor y duermen sin molestar a nadie. Si acaso, mantienen su vida personal más privada que los heterosexuales. Sus compañeros de escuela o de trabajo no se enteran de sus preferencias sexuales, ni conocen nunca a sus parejas, porque persiste en la sociedad mexicana una fuerte corriente de discriminación.
Emilio Álvarez Icaza, el presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, hizo bien en participar en el inicio de la marcha. Pocas comunidades en nuestro país han sido tan discriminadas como la homosexual. Es mucho más correcto usar el dinero público para combatir la homofobia que emplearlo en apoyos de marchas o para la construcción de santuarios.
Hoy lunes reinician sus actividades cotidianas los 200 mil homosexuales y sus amigos y parientes, así como los simples curiosos, que participaron en el gigantesco gay parade del sábado. Millones de homosexuales más, que no estuvieron en la marcha y que no gustan de desfilar vestidos de prostitutas por el Paseo de la Reforma, se benefician, sin embargo, de que en los últimos 30 años la actitud de los mexicanos hacia la homosexualidad haya empezado a cambiar.
CONSULTA AMAÑADA
El Gobierno del Distrito Federal prometió realizar una consulta pública honesta y equitativa sobre la reforma petrolera. Pero no parece haber intención de ello. Tengo en mis manos un volante para “promover” la consulta pública del 27 de julio, pagado con dinero de los contribuyentes y que lleva sellos tanto del Gbierno del Distrito Federal como de la Asamblea de Representantes, que señala: “En 1938 expropiamos nuestro petróleo a empresas extranjeras. Hoy quieren quitárnoslo para dárselo otra vez a empresas extranjeras”. Después de esta sesgada afirmación, el volante invita a los capitalinos a participar en la consulta: “Porque aquí mi opinión sí cuenta”.