Los precios internacionales del petróleo se encuentran en niveles extraordinariamente altos, que alcanzaron hace unas semanas hasta los 110 dólares por barril (db), precio que representó un máximo histórico en términos reales, ya que el anterior récord data de 1980, cuando rebasó ligeramente los 105 db a dólares actuales.
El precio de la mezcla mexicana de petróleo presenta una tendencia similar a la de las cotizaciones internacionales. En el primer trimestre de este año el precio promedio fue alrededor de 83 db, monto considerablemente superior al registrado en el mismo lapso del 2007 (47.74 db) y al supuesto de 49 db utilizado en el presupuesto de egresos aprobado por el Congreso de la Unión para 2008.
Como en cualquier mercado, el precio del petróleo es un indicador de las condiciones de su oferta y demanda. Hoy, sin embargo, el incremento de la demanda es lo que juega el papel más importante en el alza reciente de la cotización del hidrocarburo. Ello se explica, esencialmente, por el dinamismo de la economía China, pero también por el ritmo acelerado de la expansión económica mundial en años recientes, donde prácticamente todos los países registraron avances significativos.
Es por ello que, en lo inmediato, no obstante las dificultades que atraviesa la economía estadounidense y los esfuerzos para complementar con biocombustibles la creciente demanda de petróleo, todo parece indicar que su precio permanecerá relativamente alto; por lo menos mientras Asia y en particular China no pierdan vigor de manera substancial.
Eso es una buena noticia para México y un golpe de suerte para el gobierno de Felipe Calderón, porque la salud de nuestras cuentas externas, la estabilidad del peso y el creciente gasto público dependen cada día más de los ingresos petroleros.
Estos ingresos siguen creciendo porque el nivel extraordinariamente alto de la cotización actual del petróleo compensa, con creces, la caída en los volúmenes de exportación de crudo, la cual se debe en parte a los accidentes ocurridos en algunos pozos, pero principalmente a la disminución en la producción de nuestro principal campo petrolero.
Los datos del primer trimestre de este año son una muestra elocuente de esa situación. Los ingresos por exportaciones de petróleo crudo en ese lapso fueron de 10,809 millones de dólares, frente a los 7,356 md del mismo período de 2007.
Los casi 3,500 md de diferencia se explican, prácticamente en su totalidad, por el incremento de casi 75 por ciento en el precio de venta, así como por el hecho fortuito de que este año es bisiesto, lo que da un día más de exportaciones.
El volumen, por su parte, fue un lastre importante, ya que se contrajo en alrededor de 16 por ciento, pasando de un promedio de 1.712 millones de barriles diarios (mbd) en el primer trimestre de 2007 a 1.432 mbd en los primeros tres meses de este año.
Es evidente, por tanto, que mucha de la tranquilidad económica y financiera actual se apuntala, no por los oficios del gobierno de Calderón, sino por la suerte de que el precio del petróleo se mantiene inusualmente elevado. Otra historia muy distinta estaríamos viviendo si, por ejemplo, dicha cotización se hubiera ubicado en o por debajo del nivel previsto en el presupuesto.
Los altos precios del crudo, sin embargo, plantean varias dificultades para la economía global que tarde o temprano tendrán repercusiones negativas sobre nuestra economía. Por un lado, están las presiones inflacionarias que dificultan la tarea de los distintos bancos centrales, en particular la Reserva Federal, para hacer frente a los daños de la crisis de vivienda y crédito en EU.
En efecto, el margen de maniobra de las autoridades monetarias para disminuir las tasas de interés puede reducirse de manera significativa, principalmente si la cotización del petróleo no cede terreno y propicia no sólo presiones crecientes de precios sino, más grave aún, un deterioro de las expectativas inflacionarias.
Por otro lado, algunos estudios estiman que por cada 10 por ciento de aumento en el precio internacional del petróleo en relación con el nivel de 90 db, se reduce en 0.33 por ciento el crecimiento económico global del año siguiente al aumento.
Este impacto es relativamente bajo y no podría por sí solo generar una crisis global, pero dados los problemas mencionados en los mercados de crédito en EU y varios países de Europa, la presión alcista en el precio del petróleo podría ser el detonador de esa crisis.
En ambos casos, el resultado final sería una disminución en el ritmo de crecimiento global, ya sea porque las autoridades monetarias elevaron las tasas de interés para contrarrestar las crecientes presiones inflacionarias; o porque los precios altos del crudo y la crisis estadounidense repercutieron negativamente sobre el crecimiento del resto del mundo.
Esto, de suceder, acabaría por reducir la demanda de petróleo y, poco después, su precio, lo que se traduciría en un doble impacto negativo sobre nuestra economía, que tendría que lidiar con las consecuencias de la recesión estadounidense y los efectos que tendría la caída de nuestros ingresos petroleros sobre las cuentas externas, la estabilidad del peso y el gasto público.
Es evidente, por tanto, que urge la aprobación de una reforma energética que, antes de que se nos agote la suerte, disminuya la enorme dependencia que tiene México del petróleo. Y no me refiero solamente a la tan mentada autonomía de PEMEX, sino a la participación de la inversión privada en el negocio petrolero.
Eso, sin embargo, no va a ocurrir, porque el gobierno de Calderón y el Congreso no están dispuestos a incurrir en los costos políticos de abandonar el mito de que el petróleo, para beneficiar a nuestro país, necesita ser forzosamente un monopolio público.