Los instrumentos utilizados en el Son Jarocho han variado muy poco desde su creación.
El Universal
MÉXICO, DF.- El son, herencia negra que aterrizó en México hace más de 400 años, padeció discriminación y persecución de gobiernos retrógrados, de élites culturales y, por supuesto, de la Santa Inquisición.
A partir de los años 90, nuevas generaciones de aficionados y músicos han vuelto a cultivar este género en sus diversas modalidades. El encuentro anual de jaraneros de Tlacotalpan es prueba de que el son jarocho goza de buena salud.
San Joaquín no es una población muy publicitada en la geografía queretana, pero los soneros la tienen identificada como el corazón de la huasteca queretana. Ahí se lleva a cabo desde hace 38 años el concurso nacional de huapango, en el que parejas de las seis regiones huastecas e incluso del extranjero demuestran sus dotes al son -nunca mejor dicho- de leyendas de la música huasteca como Los Camperos de Valles o los Leones de la sierra de Xichú.
El concurso se llevó a cabo del 24 al 26 de abril, es un gran pretexto para difundir lo que los habitantes de los seis estados que conforman la huasteca (Hidalgo, Querétaro, Veracruz, Puebla, San Luis Potosí y Tamaulipas) hacen para mantener con vida e inyectarle nuevos bríos a esta música tan distintiva de la región, algunos jóvenes músicos incluso comienzan a experimentar fusiones con el jazz, el blues o el flamenco, lo cual provoca admiración en algunos y gestos de reprobación entre los tradicionalistas.
Paralelo a este certamen, se realizó el concurso nacional de violín, interpretación de huapango, abierto sólo a menores de 18 años y auspiciado por la Escuela Nacional de Laudería, con sede en la capital queretana.