“¿Por qué nos odian?... Odian nuestras libertades”.
George W. Bush, 20 septiembre 2001
NUEVA YORK.- Para muchos en el mundo Estados Unidos fue siempre una potencia benigna. Es verdad que durante la guerra fría Washington apoyó con frecuencia a dictadores sanguinarios simplemente porque se oponían al comunismo, pero las violaciones a los derechos humanos de la Unión Soviética le daban al régimen de la Unión Americana un rostro positivo. Estados Unidos podía señalar que era un país de libertades, de garantías individuales y de procesos judiciales, por lo menos en comparación con la URSS y sus satélites.
Por eso ha sido tan brutal el deterioro en el prestigio de los Estados Unidos a causa de los abusos cometidos en la prisión iraquí de Abú Ghraib y en la cárcel de Guantánamo. En Abú Ghraib, por supuesto, el Gobierno estadounidense puede argumentar que los abusos fueron perpetrados por algunos soldados en lo individual que rebasaron sus instrucciones y facultades. Pero en Guantánamo hemos visto un esquema diseñado para despojar sistemáticamente de garantías individuales a un grupo de personas por ser sospechosas de terrorismo.
Según escribe Kenneth Roth, director ejecutivo de Human Rights Watch, en un artículo en la revista Foreign Affairs de este mes de mayo, 778 personas han pasado por la cárcel que el Gobierno de los Estados Unidos estableció en la base naval de Guantánamo. De ellos, alrededor de la mitad, de acuerdo con el ex subsecretario de Defensa de los Estados Unidos, Donald Rumsfeld, han sido ya liberados. Quienes han quedado en Guantánamo, según Rumsfeld, son “lo peor de lo peor”, los terroristas más peligrosos que han podido capturar las fuerzas de seguridad de los Estados Unidos.
Si lo son, sin embargo, no podemos constatarlo. La razón por la cual estas personas están detenidas en Guantánamo es, precisamente, para evitar un juicio justo. Algunos están ahí desde enero de 2002, cuando se abrió esa cárcel, pero ni se les ha enjuiciado ni se les ha permitido un contacto con el mundo exterior. No sabemos realmente si hay pruebas contra ellos o si se les ha detenido por error o por malicia de alguien.
Yo soy el primero en entender que un país puede requerir medidas excepcionales para enfrentar un reto como el terrorismo. La cárcel de Guantánamo fue abierta meses después de los ataques del 11 de septiembre de 2001 que conmocionaron, y con razón, a los Estados Unidos. Pero hay un límite a las violaciones a las garantías individuales que un Gobierno puede cometer en aras de combatir el terrorismo.
Los reos de Guantánamo han sido detenidos en distintos lugares del mundo sin orden de aprehensión y sin atención a las leyes vigentes en cada uno de los países en los que se encontraban. A ninguno se le ha sometido a juicio. Ninguno ha contado con un abogado que tuviera la posibilidad de defenderlo. La simple decisión de un comandante estadounidense ha sido suficiente para detenerlo, condenarlo y sentenciarlo. Muchos han sido, incluso, torturados. No hay manera de que la sociedad pueda saber quiénes son los acusados y cuáles son las pruebas en su contra.
Se les ha recluido en Guantánamo porque esta base está fuera del territorio estadounidense. Así se pretende evitar que las leyes de la Unión Americana, que siguen justamente garantizando el respeto a las garantías individuales para todos, incluso para los no ciudadanos, puedan aplicarse en sus casos. Pero no deja de ser paradójico que Cuba, un país que Estados Unidos presenta ante el mundo como ejemplo de falta de respeto a los derechos humanos, respete más las garantías individuales que Estados Unidos con los detenidos en Guantánamo.
Nadie puede objetar que el Gobierno estadounidense aplique medidas especiales a los presuntos terroristas. Los ataques del 11 de septiembre de 2001 fueron de tal magnitud que deben obligar a cualquier país a revisar sus criterios de justicia y de seguridad. Pero echar por la borda el respeto a las garantías individuales que ha sido la base de la justicia estadounidense a lo largo de la historia de ese país es un error mayúsculo.
Si es verdad, como dijo el presidente George W. Bush el 20 de septiembre del 2001, cuando se dirigió a una sesión solemne de las dos cámaras del Congreso, que la razón por la que los terroristas odian a Estados Unidos es por las libertades de este país, los terroristas han conseguido un triunfo mayor al que pudieron haber soñado. Han logrado, después de todo, que “la tierra de los libres y el hogar de los valientes” elimine todo respeto a las garantías individuales para un número importante de detenidos.
SALINAS AUTOCOMPLACIENTE
No he tenido oportunidad aún de leer La década perdida, el nuevo libro de Carlos Salinas de Gortari, aunque la información disponible sugiere que el ex mandatario está presentando el mismo autocomplaciente argumento de siempre: Todo lo que yo hice fue magnífico; pero mis sucesores, los neoliberales de derecha y los autoritarios de la izquierda, opuestos a los principios verdaderos del liberalismo social, lo echaron todo a perder. No puede negarse la importancia de las reformas estructurales que Salinas impulsó como presidente. El hecho es que, hasta ahora, nadie ha pretendido echarlas para atrás. Pero la visión maniquea del ex mandatario sobre lo que vino después es sesgada e injusta. Mucho más creíble sería su visión sobre la década perdida si aceptara los errores que él mismo cometió como presidente.