Quienes cotidianamente trabajamos con jóvenes, sabemos que uno de los principales peligros que los acecha es la tentación de consumir alcohol de forma inmoderada… con todo lo que ello acarrea: conductas antisociales, degradación personal, accidentes de todo tipo, y en algunos casos, la muerte o mutilación a consecuencia del descontrol.
Lo peor es que nuestra cultura estimula esos comportamientos. Los jóvenes no sólo son bombardeados por anuncios y publicidad de todo tipo; sino que la misma sociedad se encarga de promover tan nefasta práctica: sobran padres de familia que estimulen en sus hijos la embriaguez “para que prueben que son hombrecitos”. Y no faltan madres que permiten emborracharse a sus hijas adolescentes “para que aprendan a ser bebedoras sociales”.
Además, la cultura juvenil misma pretende que el no beber equivale a “no estar en onda”, “no ser cool” y bobadas parecidas. Quienes ya pasamos hace buen rato por la adolescencia sabemos lo estúpido de esos argumentos… pero no quienes en estos momentos se hallan en una edad tan crítica. A eso añádase la poca supervisión por parte de sus progenitores, en muchos casos igual de inmaduros e irresponsables que sus hijos.
Una de las peores manifestaciones de este mal es la costumbre que tienen no pocos jóvenes y no tan jóvenes de aprovechar las promociones de algunos establecimientos para beber y embrutecerse lo más rápidamente posible. Las “horas felices” y “barras libres” sirven de pretexto para que mucha gente se ponga en estado burro en un lapso muy corto de tiempo, con las previsibles consecuencias: peleas, accidentes, degradación.
Y esto lo vemos en muchísimos jóvenes, todos los fines de semana. Aquí, en Torreón. A unas cuadras de su casa, amigo lector.
Claro que el problema no es exclusivo de esta ciudad ni mucho menos. Pero aquí ni siquiera se reconoce como problema. Y eso lo agrava.
Todo ello viene a cuento porque la Asociación de bares y cervecerías de Gran Bretaña hace tiempo que admitió que esos fenómenos afectan a la sociedad en general. Y decidió tomar cartas en el asunto.
Muy racionalmente, esa asociación consideró que era responsable de las numerosas broncas y accidentes ocasionados por sus parroquianos, especialmente a la hora del cierre de los establecimientos. Y decidió, de mottu proprio, acabar con las promociones de “hora feliz”, “barra libre” y otras añagazas que tenían como consecuencia el barato y súbito embrutecimiento de la concurrencia. Y eso, parejo: con jóvenes, adultos, maduros interesantes (léase, de cincuenta años) y vejancones.
Quizá van a dejar de hacer negocio. Pero consideraron que era su responsabilidad con la sociedad el evitar en lo posible la degradación de su clientela… y la inseguridad que ello trae consigo.
Claro que estoy hablando del primer mundo. ¿Cuándo se harán responsables los antros, cervecerías y piqueras de aquí, de los males que provocan… y que tanto benefician sus bolsillos?
Y por eso seguiremos en el tercer mundo.