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Happy (& Sad) Hours

EL COMENTARIO DE HOY

Francisco Amparán

Quienes cotidianamente trabajamos con jóvenes, sabemos que uno de los principales peligros que los acecha es la tentación de consumir alcohol de forma inmoderada… con todo lo que ello acarrea: conductas antisociales, degradación personal, accidentes de todo tipo, y en algunos casos, la muerte o mutilación a consecuencia del descontrol.

Lo peor es que nuestra cultura estimula esos comportamientos. Los jóvenes no sólo son bombardeados por anuncios y publicidad de todo tipo; sino que la misma sociedad se encarga de promover tan nefasta práctica: sobran padres de familia que estimulen en sus hijos la embriaguez “para que prueben que son hombrecitos”. Y no faltan madres que permiten emborracharse a sus hijas adolescentes “para que aprendan a ser bebedoras sociales”.

Además, la cultura juvenil misma pretende que el no beber equivale a “no estar en onda”, “no ser cool” y bobadas parecidas. Quienes ya pasamos hace buen rato por la adolescencia sabemos lo estúpido de esos argumentos… pero no quienes en estos momentos se hallan en una edad tan crítica. A eso añádase la poca supervisión por parte de sus progenitores, en muchos casos igual de inmaduros e irresponsables que sus hijos.

Una de las peores manifestaciones de este mal es la costumbre que tienen no pocos jóvenes y no tan jóvenes de aprovechar las promociones de algunos establecimientos para beber y embrutecerse lo más rápidamente posible. Las “horas felices” y “barras libres” sirven de pretexto para que mucha gente se ponga en estado burro en un lapso muy corto de tiempo, con las previsibles consecuencias: peleas, accidentes, degradación.

Y esto lo vemos en muchísimos jóvenes, todos los fines de semana. Aquí, en Torreón. A unas cuadras de su casa, amigo lector.

Claro que el problema no es exclusivo de esta ciudad ni mucho menos. Pero aquí ni siquiera se reconoce como problema. Y eso lo agrava.

Todo ello viene a cuento porque la Asociación de bares y cervecerías de Gran Bretaña hace tiempo que admitió que esos fenómenos afectan a la sociedad en general. Y decidió tomar cartas en el asunto.

Muy racionalmente, esa asociación consideró que era responsable de las numerosas broncas y accidentes ocasionados por sus parroquianos, especialmente a la hora del cierre de los establecimientos. Y decidió, de mottu proprio, acabar con las promociones de “hora feliz”, “barra libre” y otras añagazas que tenían como consecuencia el barato y súbito embrutecimiento de la concurrencia. Y eso, parejo: con jóvenes, adultos, maduros interesantes (léase, de cincuenta años) y vejancones.

Quizá van a dejar de hacer negocio. Pero consideraron que era su responsabilidad con la sociedad el evitar en lo posible la degradación de su clientela… y la inseguridad que ello trae consigo.

Claro que estoy hablando del primer mundo. ¿Cuándo se harán responsables los antros, cervecerías y piqueras de aquí, de los males que provocan… y que tanto benefician sus bolsillos?

Y por eso seguiremos en el tercer mundo.

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