EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

¿Hasta dónde?

DIÁLOGO

Yamil Darwich

Hace unas semanas tuvimos en la Universidad Autónoma de La Laguna, (UAL), una reunión de análisis, ayudados por el Dr. Luis Orozco, como facilitador externo, para estudiar hasta dónde podemos aceptar cambios en las normas de relación entre jóvenes.

La idea nació con una discusión relacionada a la permisividad observada en algunos jóvenes laguneros, que han roto con normas que pudiéramos llamar “sociales y tradicionales”.

Es un problema “de modernidad” que incluye a la Comarca Lagunera. Buscan otras formas de expresión, diferentes a las de los mayores, repudiando usos y costumbres anteriormente aceptados.

Le escribo ejemplos: actualmente prefieren ir al “antro”, sin arreglos especiales de vestuarios y personas, contra las viejas tradiciones de los bailes de gala, formales, en salones bien iluminados, con mesas y sillas asignadas, tocando orquestas de moda “en vivo”.

Ahora el trato es más simple y directo, particularmente entre jóvenes de diferentes sexos; las mujeres exigen igualdad y desempeñan sus trabajos –muchas veces mejor– en las mismas circunstancias que los varones.

Abrir la puerta del coche, no fumar en público y abstenerse de beber alcohol en reuniones, –caso de las mujeres– son cosas del pasado, de “ñores”.

Pasa lo mismo con los adolescentes y hasta los púberes, quienes con desenfado deambulan en lugares abiertos y públicos abrazados, fumando o deteniéndose para darse un beso apasionado.

Muchos profesores no saben cómo actuar y en algunas escuelas permisivas lo consienten, porque quieren mantener contentos a los “clientes”. Otras, promueven espectáculos con cómicos “irreverentes” para entusiasmar a los muchachos con la “buena onda” que existe en su ambiente estudiantil.

Todos estamos pagando el precio.

Las preguntas en esa reunión aparecieron: ¿qué es bueno o malo?; ¿cómo atender el “estira” –que no se disparen– y “afloja” –no perder la comunicación–?”

Los asistentes concluimos que debemos insistir en defender los valores, la identidad y el sentido de pertenencia cultural entre los jóvenes, aún cuando tengamos que afrontar la “deseducación” y competencia desleal existente, indiferente al compromiso educativo.

También pactamos no permitir se cumpla la premisa de “mal menor por bien mayor”, reconociendo como solución trabajar aún más, todos los días de la semana, el tiempo que permanezcan los muchachos en la escuela; además, encontrar fórmulas para que los estudiantes convivan más horas al interior de la institución, aunque represente mayor costo y esfuerzo.

Habrá que luchar para que los muchachos identifiquen y contrasten la moda contra valores imperecederos, insistiendo en aquello que no les parece tan agradable como la disciplina académica, incluidas puntualidad y asistencia, exámenes, combatir el tabaquismo, tatuajes, “piercings” y los vestuarios informales. Recordar que tenemos la responsabilidad de educar, no cumplir metas de mercadotecnia.

Curiosamente, por esos días, circuló un video de Emilio Calatayud Pérez, Juez de Menores en España, hablando ante un grupo de profesionales de la educación, durante unas “Tertulias Académicas”. Les hace ver la importancia de trabajar unidos a favor de los jóvenes; trabajar en equipo las autoridades civiles, escolares, maestros y padres de familia; remató asegurándoles que el pago se verá reflejado en el beneficio que recibirán los menores. (http://www.youtube.com/watch?vK2GTauJT5Vg)

Entre otras cosas les reprochó: “Les damos a los menores muchos derechos, hasta “los derechos del niño”, pero no atendemos sus deberes”. “Él –los adolescentes– pertenece a una familia, tiene sus derechos, pero tiene sus responsabilidades”. “Hemos pasado del padre autoritario a la corriente psicológica y educativa; del padre autoritario al “posconstitucional”, al colega: ¡yo no soy su amigo, soy su padre!, porque si no, es huérfano”.

Refiriéndose a los padres actuales se quejó diciendo: “somos la generación perdida; esclavo de mi padre y ahora esclavo de mi hijo” y con su experiencia como juez aseveró: “Si solucionamos los problemas de la casa y el fracaso escolar, habremos solucionado mucho de los problemas de delincuencia juvenil”.

Sus argumentos son aplastantes, en España y en La Laguna. Terminó ofreciendo una receta simple, de seis puntos:

Primero: Los padres que sean padres; segundo: la escuela que “se ponga las pilas” y atienda los problemas que tiene dentro; tercero: la sociedad que no sea hipócrita; cuarto: el legislador que sea coherente; quinto: si son menores, son menores, si son mayores, son mayores; sexto: compromiso social.

Habrá que preguntarnos: ¿cumplimos cómo padres?; ¿las escuelas hacen el trabajo de educar, o sólo medio instruyen?; ¿cuánto compromiso personal tenemos para involucrarnos atendiendo el problema?; ¿las autoridades están comprometidas y aplican las leyes?; ¿atendemos a los menores, como tales?; y: ¿tenemos compromiso social? Coincidentemente ahora, en el Distrito Federal, anuncian que multarán a los padres que “peguen” a los hijos.

Empecemos por juzgarnos nosotros mismos; luego a las escuelas y cumplimiento de su responsabilidad educativa; después a las autoridades; y, por último, el compromiso que tenemos todos para educar a las nuevas generaciones. Lo invito a que exijamos más, pero… lo hagamos predicando con el ejemplo.

ydarwich@ual.mx

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 345263

elsiglo.mx