Aunque la reforma petrolera es estratégica, impostergable y vital para la economía mexicana, los partidos políticos se han apoderado de ella como un botín político, al que pretenden sacarle el mayor provecho electoral, aun a costa de los intereses nacionales. Las tres principales fuerzas políticas nacionales reiteran en lo general sus tradicionales posturas en el tema: el PAN, hace una propuesta tímidamente privatizadora; el PRD, simplemente se coloca en su posición opositora, sin propuesta propia; y el PRI, aprovecha estas dos posiciones extremas para tratar de situarse en un punto intermedio e intentar capitalizar a su favor los aciertos y errores de las otras dos fuerzas políticas.
En marzo y abril del presente año, mientras Calderón y el PAN –por un lado—y Andrés Manuel López Obrador y el FAP –por el otro— se desgastaban en la defensa de sus posiciones y la ocupación de las tribunas de las cámaras, el Partido Revolucionario Institucional se mantenía agazapado esperando el mejor momento para intervenir.
A pesar de esos errores y tropiezos las dos fuerzas más beligerantes lograron algunos aciertos y mejorar sustancialmente en las percepciones ciudadanas, sin embargo, su obstinación les impide sacarles un mayor provecho y, particularmente, utilizarlos para catapultar sus posiciones.
En el caso del PRD, a pesar del extendido apoyo (interno y ciudadano, como lo muestran todas las encuestas) a la consulta iniciada el pasado domingo, el tema y su procesamiento sirvieron nuevamente para evidenciar sus diferencias internas. Sin duda alguna, la ocupación de las tribunas y las manifestaciones de AMLO, obligaron al PRI y al PAN a discutir abiertamente el tema, convocar a los debates y evitaron el albazo. En ese sentido el triunfo de la posición perredista fue contundente, sin embargo, el destino final un gran error.
No por que la realización de una consulta ciudadana lo sea, sino por las condiciones en las que se realizó y el considerarla un fin en sí misma. Los ejercicios de consulta siempre serán positivos porque contribuyen al debate público de temas fundamentales para la vida nacional, promueven la construcción de ciudadanía y abren cauces para la participación pacífica, informada y razonada de la sociedad civil.
Sin embargo, lo cuestionable de este ejercicio es que la conducción del mismo recayera en una de las partes interesadas y, más allá de todos los problemas técnicos que enfrentó y que ya fueron señalados incluso por los mismos auditores ciudadanos de la misma, sus resultados eran altamente previsibles y, por lo mismo, no fortalecían su posición negociadora.
Por lo mismo, el PRD –como segundo grupo parlamentario en la Cámara de Diputados y tercero, en el Senado— tendría que encauzar toda la información en la construcción de una propuesta propia y no simplemente para rechazar las ya presentadas. En este sentido es más inteligente la posición de quienes convocan al diálogo a las otras fuerzas políticas, aunque irán en franca desventaja mientras no logren presentar su proyecto alternativo.
En el caso de los blanquiazules, el éxito es que lograron posicionar el tema en la agenda pública pues hoy, más allá de sus posiciones, los mexicanos están conscientes que es imperativo modificar la legislación existente. Además, de acuerdo a los conteos que hicieron algunos medios de comunicación, las posiciones favorables a las iniciativas presidenciales fueron ligeramente superiores a las contrarias, aunque más que considerarlo un triunfo, los blanquiazules debían utilizar algunas de las propuestas alternativas que mayor consenso generaron para mejorar la iniciativa presidencial.
La actitud de los senadores blanquiazules debería ser proactiva no reactiva, es decir, demostrar que su actitud en los foros fue de escucha activa, por lo que utilizarán los argumentos allí vertidos para fortalecer sus posicionamientos en los temas en los que los apoyos fueron amplios o las evidencias contundentes, pero que también están dispuestos a revisar su propuesta siempre y cuando los cambios se traduzcan en un mayor beneficio para México.
Y aquí es precisamente donde los priistas muestran su largo y retorcido colmillo, pues utilizaron los foros para posicionar y promocionar sus propuestas y ahora resulta que presentan sus iniciativas como producto de las discusiones en el Senado, aunque en realidad fue a la inversa.
Así los priistas pretenden presentarse ante la opinión pública como los sensatos, sensibles y preocupados por el bienestar nacional. Cuando todavía se escuchaban los últimos posicionamientos, ellos ya tenían las propuestas que recogían las preocupaciones de los expertos y permitían construir una opción ganadora, es decir que, de acuerdo con sus cálculos, les permitirá obtener los votos necesarios para ser aprobada en el Congreso de la Unión. La realidad es muy distinta: son manipuladores, pragmáticos y oportunistas.
A fuerza de ser realistas hay que aceptar que la cuarta reforma estratégica del sexenio correrá la misma suerte que las anteriores: será simplemente la reforma posible, que se convertirá en un paliativo transitorio que permitirá salvar la crisis coyuntural, pero no resolver las causas estructurales y profundas que propician la ineficiencia del sector petrolero y menos aún aprovechar al máximo esta riqueza en beneficio de los mexicanos.
En estas condiciones las tres principales fuerzas políticas nacionales no buscan cómo perfeccionar las iniciativas de ley, sino cómo capitalizar al máximo su posicionamiento en el debate nacional para obtener más votos en las elecciones federales y estatales del próximo año. Y, en esta lógica, hasta el momento, los tricolores parecen llevar la delantera.