En la primera temporada fueron rivales, casi peleados a muerte. Ella descalificaba sus credenciales para ser presidente y decía estar más preparada para tomar una llamada de emergencia a las 3 de la mañana; él la acusaba de haber cometido un grave error y de representar más de lo mismo. En la segunda temporada, él salió victorioso y ella tuvo que, a regañadientes, convertirse en una aliada indispensable y literalmente tragarse sus palabras. En la que parece ser la tercera temporada, él la está considerando para dirigir la diplomacia estadounidense.
Todo indica que Barack Obama y Hillary Clinton emularán la historia de cómo hace 148 años Abraham Lincoln le ofreciera el Departamento de Estado a William Seward, quien irónicamente también era senador por Nueva York y el rival más fuerte de Lincoln en la búsqueda de la candidatura presidencial republicana. La historia es ampliamente conocida y documentada por Doris Kearns Goodwin en su grandioso libro “Equipo de Rivales”.
Hillary parece haber superado ya los obstáculos que tenía para integrarse a la Administración de Obama. La investigación que realizó el equipo de transición del presidente electo sobre las actividades internacionales de Bill Clinton y de las donaciones millonarias que ha recibido su fundación de gobiernos y empresarios extranjeros parece no haber encontrado un posible conflicto de intereses.
De confirmarse la aceptación de Hillary, ella habría también superado su propia trayectoria y su reputación. Después de todo, aceptar el trabajo que le ofrece Obama implica un fuerte costo para la aún senadora por Nueva York.
Sin duda alguna, Hillary salió muy fortalecida del reciente proceso electoral. Pese a no haber ganado la candidatura presidencial de su partido, los 18 millones y pico de simpatizantes que votaron por ella son un indicador de su fortaleza a nivel nacional y su campaña le hizo ganarse el respeto de demócratas, republicanos e independientes. En el Senado, Hillary tiene un trabajo seguro. Dado que no hay un límite a la reelección legislativa, ella podría quedarse en el Congreso por décadas y convertirse en una especie de Ted Kennedy, una leonesa liberal.
Si Hillary acepta la oferta, su trabajo estaría sujeto a la voluntad de su jefe. Si hay conflicto entre ella y el presidente, Hillary no sobreviría ni siquiera los dos primeros años en el cargo y se quedaría sin nada. Más aún, aceptar la oferta sería alimentar la percepción que millones de personas tienen de ella como una “mujer a la que sólo le importa el poder”. Tan sólo basta con leer algunos de los cientos de comentarios que han sido dejados por los lectores del New York Times o del Washington Post en sus sitios web.
De aceptar el Departamento de Estado, Hillary tendría que reportarle al presidente Obama, limitarse a la agenda del presidente y estar lista, irónicamente, para tomar una llamada de emergencia a las 3 de la mañana de parte del hombre al que ella calificaba como inexperto para ser presidente.
Finalmente, pese a que ambos han mostrado una madurez política envidiable, para Obama elegir a Clinton también conlleva el riesgo de traicionarse a sí mismo. Después de todo, Hillary votó por la invasión de Irak. Más allá de ello, el equipo de transición de Obama y los nombres que se mencionan para su Gabinete suenan a un tercer mandato de Bill Clinton. Incluir a Hillary en su Gabinete haría a muchos preguntarse ¿quién se robó mi cambio?
Politólogo e Internacionalista
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