Centro de Desarrollo para Personas Ciegas y de Visión Baja
Neri me pregunta con temor y un poco de vergüenza, ¿por qué Lupita tiene “un ojo blanco y que se le ve chueco”?, su mirada hacia la niña es persistente, pareciera que la analizara profunda y detenidamente como si antes no hubiera visto algo parecido.
Su extrañeza es tal que teme acercarse a ella o incluso dejar que la toque.
Lupita se acerca y le pregunta su nombre. ¿Cómo te llamas?, le pregunta Lupita; Neri, es la única respuesta. ¿Y tú si ves?, Neri responde con seguridad pero con un dejo de duda. Sí, inmediatamente Lupita invita a Neri a acercarse a ella, dirige su mano hacia su mochila y le empieza a describir verbalmente sus libros, sus lápices, la bolsa en la que los carga, su ropa, etc. etc. Poco a poco Neri descubre que Lupita es IGUAL a ella; deja de verla a esa mirada “diferente” a esos ojos “poco comunes”, y mi corazón se llena de alegría al ver a una niña con visión baja profunda dándole a mi hija la primera lección de vida sobre la discapacidad visual.
Incluso por momentos Neri olvida que Lupita no puede ver, hace preguntas dirigiendo su dedo y señalando algo que quiere saber. Lupita: ¡qué es lo que está allá!, la reacción de ella es inmediata y le solicita; llévame y hazme que lo toque.
Los minutos pasaron y después de algunos veía a dos niñas compartiendo información, compartiendo experiencias, pero sobre todo riendo y jugando, sin que la más mínima diferencia fuera perceptible.
Esta experiencia de vida la tuve recientemente, Neri quien como mencioné antes es mi hija (la mayor, aunque sólo tenga cinco años) me pidió que la llevara con los “niños ciegos”. Habíamos tenido una oportunidad previa de hacerlo, pero esa ocasión fue infortunada.
El impacto que causó en ella ver niños con un aspecto totalmente diferente en sus ojos a la mayoría de los niños que había conocido fue tremendo. Sus preguntas iniciales eran persistentes. ¿Por que son así?, ¿por qué tienen los ojos blancos?, ¿por qué son ciegos?
Las preguntas sobraban y las respuestas eran difíciles o mejor dicho imposibles de responder. Pasaron meses y repetí la experiencia. No hubo nada preparado, simplemente la situación se dio gracias a Lupita, quien una vez más me demostró lo que he tenido la oportunidad de experimentar en los años que tengo trabajando con pacientes de visión baja y ceguera, sólo se pierde o disminuye un sentido pero no la vida.
La discapacidad visual es una realidad tangible y visible, pero tristemente soslayada por la ignorancia. De alguna manera todos somos o seremos susceptibles de padecer algún tipo de deficiencia visual, ya sea en nosotros mismos o en algún miembro de la familia. Desde bebés recién nacidos quienes por nacer prematuramente o padecer alguna enfermedad la sufran, adolescentes o jóvenes por accidentes de cualquier tipo o en adultos mayores por cambios propios de la edad. Ésa es la verdadera realidad, cualquiera puede tener discapacidad visual, aunque lo peor es que los verdaderamente discapaces seamos TODOS los que estemos alrededor de ellos.
Continuará el siguiente domingo.