(Primera Parte)
La familia como motor de socialización
Es verdaderamente increíble lo que como seres humanos somos capaces de hacer, especialmente cuando estamos acompañados. Somos seres sociales y como tales requerimos sentirnos parte de un grupo, tener un sentido de pertenencia. Todos hemos escuchado la importancia de las relaciones madre e hijo, especialmente durante la primera infancia, lo trascendental del apego materno, en definitiva esto crea la pauta para que dé inicio en cada ser humano las mejores posibilidades de desarrollarse socialmente de forma adecuada y nutrida. Mediante la experiencia y la observación, el niño retiene en la memoria de manera simbólica sucesos que le ayudarán a construir habilidades sociales que le permitan interactuar con las personas que lo rodeen en diferentes etapas de su vida. La familia construye el ambiente social donde el niño se mueve, le proporciona oportunidades y experiencias. Érik Erickson dijo: “infancia es destino” y desde este punto damos un vistazo a esas personas con las cuales se mantuvo el primer contacto, ¿qué tan bueno fue? ¿Se dieron las condiciones necesarias para que estableciera un buen vínculo? En este inicio de las relaciones interpersonales es donde nos detenemos a pensar ¿qué sucede cuando ese bebé tan esperado tiene una pérdida total o parcial de la vista? Las circunstancias cambian al interior de la familia. Empieza un proceso de readaptación a las nuevas condiciones de uno de sus integrantes, la lógica nos diría que los mecanismos de socialización deben ser iguales en general, sin embargo la experiencia nos muestra algo diferente. A los padres les cuesta el cambio, la adaptación, no superan tan fácilmente los primeros momentos en los que apareció el déficit, sus herramientas personales no son a veces tan eficaces para afrontar la situación y, por tanto, no hay ajuste emocional adecuado. Es vital que los padres den los primeros pasos para empezar el proceso de socialización de este pequeño y así darle las herramientas necesarias para poder enfrentarse al mundo; que ese vínculo afectivo materno–paterno sea tan nutritivo que le permita al niño poder desarrollar sus mejores habilidades a pesar de su limitación visual.
Pero no es tan sencillo para los padres reaccionar emocionalmente, por lo que se hace necesaria una intervención terapéutica que les permita reducir los efectos estresantes de la situación que viven y que dilatan el proceso de ajuste eficaz en el desarrollo evolutivo de los niños, ya que la afectividad es básica para cualquier aprendizaje. La conducta de apoyo puede jugar un papel de disminución del sufrimiento facilitando la adaptación. El escuchar a otras familias cuya similitud es la negación emocional a la aceptación de su hijo o hija sirven como desahogo emocional que permite vencer las resistencias y colaborar en tareas relacionadas al desarrollo social adecuado del niño. En Ver Contigo no sólo se trabaja con niños ciegos y de visión baja, también se proporciona el apoyo psicológico necesario para que los padres puedan afrontar de la mejor manera esta nueva realidad. La próxima semana hablaremos más sobre este tema.
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