No se podía creer. Una y otra vez parecía que la pelota seguiría eternamente negándose a entrar, por sexta vez, en la portería. Se sentía que la de gajos tenía voluntad propia. Por algún motivo ignorado se resistía a atravesar el umbral formado por dos postes y un larguero. La gente expectante, con la boca reseca, se acababa el tiempo, veía cómo la bola era pateada de tal manera que salía disparada por encima de la cabaña como si hubiera decidido por sí misma no perforar la meta. Hubo un tiro de castigo a nueve metros del lugar donde se encontraba el cancerbero y la caprichosa esférica fue atrapada antes de que cruzara la raya del gol. Hubo un momento en que se creyó que los haitianos habían colocado algún conjuro mágico que impedía a la esférica tocar las redes. Si me lo preguntan diré que los jugadores habían sufrido un embrujamiento. No era posible que en un área de la meta, encontrándose el portero en el lado opuesto, sin nada que lo obstruyese fuera chutada por el delantero de manera tan defectuosa que saliera hacia arriba, siendo que era más fácil meterla que volarla, como al efecto sucedió.
Hay en nuestro país una gran decepción. La gran mayoría de los aficionados pide la cabeza de Hugo Sánchez. Que se vaya, él es el único responsable de la actuación de la selección de jóvenes que estaban buscando su pase a la olimpiada. El cinco veces Pichichi no pudo con el paquete, vociferaban inchas del equipo tricolor. El rival era un conjunto de jugadores sin tradición fubolística, sin juego. Tan es así, que hubo un momento en que nuestra selección pensó jugar con suplentes. Eran los de Haití un club fácil de vencer. La estrategia nuestra no tenía comparación con la manera deshilvanada con la que jugarían los contrarios. ¡Oh!, cruel desilusión. Los maletas resultaron los nuestros. Estaban en el momento culminante del encuentro deportivo. Una anotación los separaba del fracaso. ¿Mas qué cosa sucede? Si se cree en el esoterismo, la mala vibra la pusimos nosotros. Cual más, cual menos, en lo más interno de nuestro ser esperábamos una derrota. Estamos tan acostumbrados a perder, que en nuestro interior, en ese momento en que del ser se apodera lo contradictorio, anhelábamos que nuestra selección se quedara en casa. A eso le llamamos masoquismo.
¿Cuál es la causa de que, torneo tras torneo, veamos frustradas nuestras ilusiones más recónditas? ¿En qué radica que nos apasionemos sólo cuando hay una competencia internacional de la envergadura de las olimpiadas? Y si se trata de remediar el asunto atendemos a lo más fácil: correr al director técnico que es el menos culpable. Si se trata de renuncias, nuestro país presenta varias filosas aristas que hemos de tomar en cuenta antes de aplicar la guillotina. He de dejar sentado que Hugo es un buen técnico, tan bueno como cualquier otro, o quizá, mejor. Lo malo es que no tiene pelos en la lengua. Esto último hace que los enemigos proliferen al calor de una egolatría no controlada.. Ahora, que eso es lo que nos hace falta a los mexicanos, tener esa codicia que es la principal característica de Hugo. Lo malo para él es que golpeó la avidez de quienes ven en el futbol un fabuloso negocio. Los que desde hace tiempo lo traen en remojo es una magnífica oportunidad que no desaprovecharán, para echar su gato a retozar. En el alma de estas personas se desatarán las más bajas pasiones excitadas impetuosamente por el deseo de vengar viejos o nuevos agravios. Todo indica que no los moverá un deseo sano de resolver el asunto deportivo con una fría reflexión.
Si no fuera así, me quito el sombrero. Lo que deberíamos preguntarnos ¿Los asustó la posibilidad de ganar? ¿Sus piernas, por las que cobran cantidades exorbitantes, se les entorpecen cada vez que hay un torneo importante?, ¿aún persiste el síndrome del mexicano que se siente inferior a los demás? o ¿son el reflejo de lo que pasa en una sociedad utilitaria? ¿La dulce vida se apodera de sus sentidos dejando de lado la necesidad que tienen de cumplir con cabalidad lo que se espera de ellos? En lugar de honor, decoro, decencia o dignidad, se les inculca la idea de que traer un auto lujoso es lo único que superará su mediocre existencia. ¿Es el dinero un sueño que debe alcanzarse a cualquier costo sin reparar en lo humilde de su origen? La protección, el libertinaje, como un sello de irresponsabilidad favorecida por los dueños de los equipos, ¿es algo que ayudará a los muchachos a madurar?