El martes 22 de julio se cumplieron 61 años de la infausta muerte de don Ignacio Cepeda Dávila, gobernador de Coahuila. El trágico suceso culminó una implacable campaña de la Presidencia de la República para desplazarlo del Poder Ejecutivo de Coahuila.
El gobernador Cepeda Dávila inició su mandato en Coahuila el primer día de diciembre de 1945. Tanto en su campaña política, como en su primer discurso de gobernador, refrendó una añeja aspiración de los coahuilenses, y bien podríamos decir de todos los norteños: la demanda de un auténtico federalismo. Los vocablos, federal y federalismo, se habían vulgarizado en la retórica de los funcionarios capitalinos.
Palabras lucidoras en la oratoria, pero inexistentes en a vida real. Tal era la situación que entonces vivía en el país, que por desgracia viene a ser la de la actualidad, aunque con otros protagonistas.
Al transcurrir 1946 el presidente Miguel Alemán Valdés desmesuró la desviación centralista del Gobierno “federal” al iniciar ante el Congreso de la Unión una reforma a la fracción XXIX del Artículo 73 constitucional que centralizaba el ramo fiscal “producción y consumo de cerveza” declarándolo privativo del ámbito impositivo federal. Este impuesto era reconocido como fuente importante de ingresos en las tesorerías estatales y municipales, pero los industriales de la cerveza lo calificaban de complejo y oneroso.
Para la Secretaría de Hacienda de Alemán era constitucionalmente imprescindible la colaboración de los congresos locales en la asignación del nuevo ramo privativo. En una primera instancia, las Legislaturas de los Estados debían derogar los decretos que crearon el rubro impositivo a favor de las entidades; y en un segundo paso se les exigía expresar puntualmente su “visto bueno” a la susodicha reforma constitucional de la fracción XXIX del Artículo 73.
La Legislatura del Estado de Coahuila se negó a cometer esa barbaridad. Los diputados sabían lo importante que eran tales contribuciones para la flaca economía municipal que representaban.
Ipso facto el Gobierno Federal empezó a poner en marcha una campaña de presiones diversas hacia el Jefe del Poder Ejecutivo de Coahuila para todo el año 1946. Como primer paso las relaciones de la Federación con Coahuila se pusieron en la “congeladora”, no obstante que el gobernador Cepeda escribía con frecuencia al Presidente y a los Secretarios del Gabinete para plantear proyectos y ofrecer la colaboración de los coahuilenses. Cero respuestas. Luego empezó a recibir telegramas y llamadas telefónicas de funcionarios de la Presidencia, de la Secretaría de Gobernación, de la Secretaría de Hacienda, de los industriales de la Cerveza, del PRI, de los líderes del Senado y de la Cámara Baja, del gobernador de Veracruz, de los sindicatos cerveceros, etc.
Los medios escritos –entonces no había de otros– empezaron a publicar calumnias e infamias contra el gobernador Cepeda y sus funcionarios. Otros periódicos y revistas se ofrecían para defenderlo, y obviamente anexaban sus elevadas tarifas de publicidad.
En este contexto de exigencias transcurrió el año 1946, mas no fue suficiente el encono presidencial para lograr la paralización del Gobierno coahuilense. En la capital los políticos festinaban las infamias de los diarios, pero Coahuila trabajaba con su gobernador. Sería largo enumerar los esfuerzos de acercamiento de Cepeda Dávila. Fueron tantos y sin respuesta, que el 9 de julio de 1947 llamó a Leon V. Paredes, secretario de Gobierno, para decirle que los diputados habían aceptado convalidar la federalización de los impuestos a la cerveza. Estas fueron sus palabras ante el decreto respectivo que debían promulgar: “Firma tú primero esta iniquidad, así por lo menos el remordimiento de mi conciencia será menor”.
Un último esfuerzo de acercamiento hizo el gobernador Cepeda Dávila, pues solicitó audiencia con el presidente Alemán por medio del senador López Sánchez y fue recibido el día 16 de julio de 1947 por el mandatario nacional, no sin haber conocido antes el cambio de criterio de la Legislatura. No bastó el cambio de opinión y aquella audiencia devino gélida y silenciosa. El día 21 Nacho Cepeda fue llamado a la Secretaría de Gobernación y de ahí salió a reunirse con sus acompañantes para abordar esa misma tarde el tren de regreso a Saltillo. Al día siguiente, ya en su casa, Ignacio Cepeda Dávila decidió conservar el honor de su nombre mediante el sacrificio de su vida. El pasado martes 22, al escuchar las palabras pronunciadas por Francisco Cepeda Flores, uno de los hijos de don Ignacio Cepeda Dávila y doña Estela Flores Garza de Cepeda, pensé en que estos terribles y complejos acontecimientos políticos deberían ser evocados año tras año para que la actual sociedad coahuilense y las nuevas generaciones hagan conciencia de lo brutal que suele ser la política cuando el poder se ejerce en forma centralista y totalizadora. Bien por el PRI coahuilense al organizar este acto de justicia histórica.
ÚLTIMAS PALABRAS
Me congratulo por el merecido destino de la Presea Saltillo que se entregará mañana en el aniversario 431 de nuestra ciudad capital. Un abrazo a Javier Villarreal Lozano, Arturo Berruelo González y Jorge Torres López, con un entrañable recuerdo para un cumplido y honesto funcionario policiaco: el capitán Raúl Lemuel Burciaga. Vale.