La mitología histórica del Siglo XX dice que las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 1960 se definieron en un debate televisivo. Y ello cambió el rumbo de los Estados Unidos durante décadas.
En aquellos entonces los candidatos eran, por el Partido Demócrata, John F. Kennedy: héroe de guerra, carismático, joven, rico y católico; ah, y guapote, como solía decir mi difunta madre. Por el bando republicano se hallaba Richard Nixon, vicepresidente durante ocho años, y con más colmillo político que una morsa dientona. Cuando se propuso la novedad mediática de hacer un debate televisado entre los dos candidatos, sobró quien pensara que Nixon se iba a comer crudo al novato senador por Massachusetts.
Pero no resultó así: en el novedoso medio televisivo Kennedy se vio aplomado, elocuente y seguro, además de aparecer arreglado como un maniquí. Nixon, en cambio, se vio inseguro, molesto por el calor de las luces, sudoroso y con una sombra de barba vespertina que lo hacía parecer sucio y rufianesco. Se supone que ahí se definió la carrera por la Casa Blanca, que se resolvió por una pestaña: menos de 50,000 votos populares a favor de JFK.
Desde entonces los debates entre los candidatos presidenciales se han vuelto rutinarios. Qué tanto influyen estos eventos en el ánimo de la gente sigue siendo discutido. Algunos analistas sostienen que el buen desempeño de algún debatiente se esfuma en el mediano plazo. Otros aseguran que la gente no le pone tanta atención a la discusión de los asuntos como a la prestancia e imagen de los candidatos… y eso lo cuidan todos con pinzas, así que no hay mucho margen para equivocarse.
Barack Obama y John McCain sostuvieron un debate el viernes pasado. Al parecer la percepción generalizada fue que el demócrata se llevó la mejor parte. Pero como decíamos, eso no necesariamente influirá tanto en el resultado de las elecciones dentro de cinco semanas. Y faltan otros dos debates entre ellos.
Lo extraordinario de este año es que se ha suscitado más interés en torno al único debate que sostendrán el día de hoy los candidatos a vicepresidente: el senador demócrata Joseph Biden; y la gobernadora de Alaska Sarah Palin, republicana.
Y ello no sólo por enfrentarse un hombre maduro y con mucha experiencia política en contra de una mujer joven que gobierna un estado habitado mayoritariamente por alces. Sino porque la señora Palin ha estado metiendo pata tras pata en sus muy escasos encuentros que ha tenido con la prensa en el mes que lleva como nominada. Y un mal desempeño en el debate podría colapsar su candidatura.
Por supuesto, qué actuación es buena y cuál mala es una cuestión subjetiva. Pero el futuro político de la novata Palin parece depender de la percepción que se tenga esta noche de si es digna de confianza para estar, como dicen por allá, a un latido del corazón (de McCain) de la Presidencia. A ver qué pasa.