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Incompetencia política

Sobreaviso

René Delgado

Decir que el año entrante tendrá registro la elección intermedia es eso: es un decir.

El desastre donde naufragan el perredismo y el panismo deja sin opción a la ciudadanía... El PRI saborea no tanto su muy probable triunfo, como el fracaso de sus adversarios. No es que el priismo corrija y mejore, es que perredistas y panistas yerran y empeoran. Esa elección se presenta como un concurso de fracasados, ése es el grado de nuestro subdesarrollo político.

Esto sin mencionar la colección de siglas, nuevas y viejas, grupos que han hecho de su registro como partido la franquicia para “transar” apoyos y alianzas por curules, escaños, puestos, prebendas y canonjías.

Dicho en breve: por como van las cosas, el año entrante no habrá competencia... sino incompetencia política.

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Una elección, por naturaleza, supone la posibilidad de escoger entre varias opciones. Cuando un régimen plural de partidos no ofrece eso, es casi imposible calificarlo de democrático. Pues bien, esas opciones de momento no existen en México. Dos de las tres principales fuerzas políticas están virtualmente desmanteladas, y la tercera cimienta su pedestal sobre el cascajo.

Panistas y perredistas han degradado la política al nivel de un pleito entre pandillas dentro de sus propios partidos, donde muy poco les importa presentarse a la sociedad como instrumento de la ciudadanía.

Cuando uno mira el pleito entre “Los Chuchos” y los lopezobradoristas, cuando uno mira el pleito entre los calderonistas y El Yunque o los neoportunistas de Polanco puede concluir que la traída y llevada transición a la democracia es la ilusión generada por la alternancia sin alternativa.

Hace ya más de una década se dio la alternancia en la Cámara de Diputados y el Distrito Federal, y hace ya más de ocho años se dio la alternancia en la Presidencia de la República, y el panismo y el perredismo no consiguen hacer de la alternancia una verdadera alternativa política como tampoco constituirse en fuerzas con implante nacional y propuesta política.

El tiempo se les ha ido en los ajustes de cuentas internos que borran toda noción relacionada con la idea, si la tienen, del proyecto de nación que supuestamente anhelan. Administran con ligerísimos cambios lo que el priismo les dejó por herencia y toleran, sin mucho problema, las nuevas corruptelas que el ejercicio del poder les genera.

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Si tal desastre estuviera compensado por la reconversión del priismo, quizá podría sentirse cierto alivio. Sin embargo, lo que sostiene al priismo es el valor de la disciplina que, aun con sus focos de rebelión, todavía lo cohesiona. No es su sostén la renovación de su forma de hacer política o el replanteamiento de su ideario y programa como tampoco la solidez del liderazgo de su dirigencia. El PRI navega despacio, pero tranquilo sobre la estela del fracaso de sus adversarios... e, increíblemente, recupera espacio.

El problema del priismo vendrá después de la elección intermedia, cuando el calendario lo obligue a seleccionar a uno de entre ellos para postularlo a la Presidencia de la República. Y es que al priismo lo unifica el aroma del poder, pero lo divide el olor de su cercanía. Disfrutó el aroma en la elección intermedia de 2003 y los mareó el olor en la elección presidencial de 2006.

Por lo pronto, el priismo está de plácemes. No gana muchos votos, pero recoge a manos llenas los que pierden el panismo y el perredismo y, además, tiene por precandidato a un carismático personaje de telenovela tremendamente sensible ante los dictados del corazón, pero no mucho frente a las decapitaciones del narco en sus dominios. Y con mucha brillatina.

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Si en cualquier circunstancia un panorama preelectoral como el prevaleciente sería motivo de preocupación, en la coyuntura adquiere una proporción superior al de la inquietud.

El país va a una elección en medio de una crisis económica cuyo efecto devastador aún no deja sentirse; en medio de la amenaza del narcotráfico que así como diversifica su actividad criminal y lastima a la ciudadanía, infiltra campos no sólo relacionados con la seguridad sino también con la política; en medio de un malestar social que, a pesar del peligro del desbordamiento, no acaba de comprenderlo la élite política; en medio de una situación donde jueces y árbitros electorales no acaban de consolidar su autoridad; en medio del desafío que plantean los factores reales de poder frente a las instituciones e institutos políticos... Va el país a una elección a la mitad de una Administración que no acaba de constituirse en Gobierno y de un desastre al interior de los partidos.

El ejercicio electoral del año entrante debería ser doblemente decisorio. Doble porque, por un lado, el electorado debería fortalecer aquellas agrupaciones que lo convencen y, por el otro lado, implicar en su voto la decisión de reconducir los múltiples problemas nacionales por el sendero que, a su parecer, es el correcto.

Sin embargo, el telón de fondo no garantiza una elección. Simple y sencillamente porque no hay de dónde escoger como tampoco posibilidad de castigar o premiar a los concursantes porque, en los hechos, empatan en su mediocridad.

Habrá precampañas y campañas, spots, promesas y discursos, pero no necesariamente habrá la posibilidad de elegir.

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Desde esa perspectiva y reconociendo la complejidad del año entrante, la ciudadanía deberá tomar la circunstancia por los cuernos y en esa medida hacer aquello que los partidos le niegan: ajustar políticamente y recortar económicamente el régimen de partidos para colocarse ante la posibilidad de meter en cintura a los políticos.

En esa tesitura y aprovechando que, ahora, la legislación evitará darle vida artificial a partidos que no la tienen, convendrá concentrar el voto sólo en aquellas agrupaciones que realmente le dicen o le proponen algo a la ciudadanía. Salir de la mar de siglas que cubiertas por el manto de las alianzas, terminan siendo rémoras o parásitos de una democracia que no acaba de consolidarse.

Salir de los verdes que son mercaderes, pero no ecologistas, del trabajo que no produce, de las convergencias que no existen, de las nuevas alianzas que son viejos chantajes, de los socialdemócratas que no son ni sociales ni demócratas... desescombrar el espectro y reducir así el gasto y el despilfarro en un régimen electoral que no se traduce en una democracia política. Salir de la simulación que no es síntoma de pluralidad, sino de la perversión que ampara jugosos negocios particulares, sufragados política y económicamente por los contribuyentes.

Junto a eso, repudiar con el voto o incluso con el abstencionismo activo a aquellos candidatos que presentándose como posibles representantes populares, en realidad son representantes particulares de éste o aquel otro mandarín público o privado, de éste o aquel otro interés ajeno al elector que pone el voto.

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El concurso del año entrante difícilmente alcanzará el carácter de una elección como tampoco el de una competencia. Ofrecerá, sin embargo, la posibilidad de salir de la simulación y meter en cintura a los políticos.

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Correo electrónico:

sobreaviso@latinmail.com

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