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Increíble por maravilloso

A la ciudadanía

Magdalena Briones Navarro

A base de ensayo y error, seguramente, el hombre primitivo tuvo que escoger cuáles alimentos le hacían bien y cuáles no. Quizá se atrevió a probarlos luego de observar la conducta animal, quizá tenía los sentidos del gusto y del olfato más desarrollados de los que actualmente conservamos y de alguna manera más selectivos.

Lo cierto es que frente a la maravilla multivariada del mundo circundante fue aprovechando lo digerible y lo agradable que saciaba su hambre y mantenía su vida. Ya sabemos que los primeros asentamientos humanos estables se dieron junto al agua, ríos, lagunas, marismas, pantanos y en las costas, si podían disponer de agua dulce. Requisito para la vida y su desarrollo ha sido el Agua, la Tierra, el Sol y el Aire, desde los primeros organismos unicelulares hasta los más complejos y ello durante más de 2,000 millones de años.

Entre la aparición de las primeras plantas productoras de oxígeno, algas verde-azul y algas rojas (2,000 millones de años), a las primeras semillas verdaderas, coníferas, cicadales, que aparecen hace 450 millones de años han transcurrido 1,500 millones de años. Las primeras flores aparecieron hace 135 millones de años (el género Homo tuvo origen en el continente Africano alrededor de hace 2 millones de años y aproximadamente hace medio millón de años estaba muy diseminado).

“Las primeras plantas con semilla que han sobrevivido son las coníferas, los miembros de las familias del pino y del abeto. Estaban tan adaptadas a la vida de la tierra, que en tan largo tiempo de existencia han experimentado relativamente pocos cambios evolutivos. El pino y el abeto constituyen la tercera parte de todos los bosques existentes. Donde la vida resulta difícil para otras plantas, en el Ártico, en la altura de las montañas y en los bordes de los desiertos, las coníferas suelen ser los últimos árboles. Entre las plantas vivas superiores, la que posee registro fósil más antiguo, el Ginkgo, está emparentado con las coníferas”.

Cuando las hojas de las plantas verdes están expuestas a una luz fuerte (el Sol), transforman la energía luminosa en energía química, fabrican azúcar y oxígeno a partir de dióxido de carbono y agua. El primero lo absorben del aire y la segunda del suelo –la tierra- y la humedad ambiente. El proceso se llama fotosíntesis y genera 150,000 millones de toneladas de azúcar por año. ¡Prodigioso!, ¿no? La energía queda disponible en el azúcar por lo que algunas veces se consume directamente desde la planta misma, otras, después de millones de años.

“Este proceso puede invertirse desdoblando el azúcar mediante oxígeno, para liberar la energía absorbida por la luz, con formación de dióxido de carbono y agua como subproductos”.

Llamo su atención sobre esta maravilla, que no es la única en las plantas y de explicación mucho más amplia, porque tendríamos, los pretenciosos humanos, que ir con muchísimo cuidado en nuestro actuar. Ya estamos cometiendo pecado capital al atentar contra los logros alcanzados por la Naturaleza en miles de millones de años también contra nosotros mismos, no importa si nos pensamos superiores a todo por inteligentes. Si la Vida es única en la Tierra dentro de nuestro sistema planetario por haber sido lugar ideal para producirla de acuerdo con su distancia al Sol, la existencia de agua, el viento, los minerales, la fuerza de gravedad, etc. etc. ¿cuál es el mérito de destruirla? ¿Seremos acaso los últimos invitados y según eso, los más favorecidos, “el corolario de la creación”, quienes terminemos con todo?

Cómo estarán las cosas que el Papado ha extendido los pecados a drogarse, al enriquecimiento monetario y a los atentados contra la Naturaleza. Esta declaración seguramente será polémica. Quien cree que el mundo y su contenido son hechura de Dios, seguramente tratará de plegarse a estos mandatos. Es posible ser mejor. No se deberá atentar contra el Creador sin recibir un castigo. Quien no es creyente y por ello no cree que será castigado, es torpe o ciego o las dos cosas; el castigo ya lo estamos viviendo, no solamente a través del desgaste por mal uso de los bienes de los que abusamos, sino en el desastre social que estamos presenciando y del que somos causantes directos, cómplices conscientes o no del desamor, la insensibilidad con que tratamos a los demás, subproducto principal de la competencia por los bienes naturales.

Libro consultado Las Plantas de la Colección de la Naturaleza, Time-Life, 1972.

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