Alguna vez se hizo una encuesta entre los árbitros del sector profesional de la Federación Mexicana de Futbol en el sentido de si el balompié en México era violento; la respuesta mayoritaria fue que no, pero que era terriblemente indisciplinado.
Estoy hablando de hace veinte años y la realidad no ha cambiado mucho, ya que, efectivamente, es la conducta antideportiva lo que prevalece en nuestras canchas dejando al juego violento un porcentaje menor.
El tema tendría que centrarse en donde y cuando empieza la indisciplina. No hace falta ser brujo para saber que, generalmente, son los entrenadores de equipos infantiles o de barrio los primeros que pretenden, so pretexto de que los chavitos “agarren colmillo”, enseñarles el truco y la chapuza como parte de su formación.
Algunos de estos jóvenes llegan a fuerzas básicas de algún club y nadie hace algo para quitarles las malas mañas sino por el contrario, se las aplauden. Esto sin contar a las decenas de miles que jamás llegan y se refugian en el “llano”, convirtiéndose en azote de los silbantes con marrullerías tan grandes como su peso.
Pero ya instalados en el futbol espectáculo, la responsabilidad de un juego fuera de trucos y de acciones antideportivas debería recaer en toda la estructura de la organización.
Es inadmisible que los directivos compren, frecuentemente y muy barato, el pueril argumento de parte de su entrenador del “robo” arbitral. El mensaje que se manda a sus propios jugadores es que ellos no son responsables de las derrotas y existe una fuerza exterior, maligna y despiadada, que se confabula para evitar que ellos ganen.
Obviamente el mensaje, difundido por la prensa, tiene como destinatario final al público, a quien se pretende engañar con el mismo truco: no es culpa nuestra.
Ejemplos sobran: La directiva del Monterrey apela el castigo a su técnico por invadir la cancha e insultar al juez; el sábado, Felipe Baloy y Diego Ordaz se sienten con todo el derecho de asumir actitudes trogloditas ante un rival que les pegó un baile.
Los defensas centrales del América se hacen expulsar por faltas lejanas a su área o por actitudes irresponsables, como aquella violenta entrada de Sebastián Domínguez ante Toluca o el penal infantil de Ismael Rodríguez ante Santos y su expulsión por insultos al árbitro o la reciente de Rodrigo Íñigo a 80 metros de su portería y no se sabe de alguna recriminación por parte de la dirigencia.
Sin embargo, cada semana oímos hablar de “consignas”, de “robos”, de actitudes asumidas por la “calentura del partido” y una bola de sandeces que lo único que hacen es enmascarar el problema de la indisciplina.
La bronca es que luego, cuando se compite internacionalmente o a nivel de selección nacional, esa falta de educación deportiva aflora y se pretende culpar a otros de los errores propios.
Así que a trabajar con los jóvenes, porque el chango viejo no aprende suertes nuevas.