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Informe presidencial averiado y trunco

Julio Faesler

La Constitución de Colombia, en su Artículo 139 establece que al Presidente de la República “corresponde instalar y clausurar conjunta y públicamente las sesiones del Congreso, sin que esta ceremonia, en el primer evento, sea esencial para que el Congreso ejerza legalmente sus funciones”.

En Argentina, el Artículo 99 de la Constitución, señala, que el Presidente realiza “anualmente la apertura de las sesiones del Congreso…dando cuenta …del estado de la Nación, de las reformas proyectadas por la Constitución y recomendando a su consideración las medidas que juzgue necesarias y convenientes…”.

El Artículo 168 constitucional del Uruguay establece que “al Presidente de la República, actuando con el Ministro o Ministros respectivos o con el Consejo de Ministros, corresponde informar al Legislativo al inaugurarse las sesiones ordinarias, el estado de la República y las mejoras y reformas que considere dignas de su atención”.

En Chile, según el Artículo 24 de la Constitución, “el 21 de mayo de cada año el Presidente de la República dará cuenta al país del estado administrativo y político de la Nación ante el Congreso Pleno”.

En los Estados Unidos, cuyo sistema de Gobierno es el antecedente del nuestro desde mediados del siglo XIX, la presentación que hace el Presidente de la República a todo el Congreso sobre el estado en que se encuentra la “Unión”, es importante pieza política en el equilibrio de poderes. De acuerdo con el Artículo 2° de la Constitución, el Presidente informará al Congreso, de cuando en vez (from time to time) de la marcha del país recomendando las medidas que estime convenientes y necesarias.

En los casos que comentamos, y un buen número más de países, la presencia física del Jefe de Estado o de Gobierno es elemento que se incorpora al quehacer parlamentario, sea para inaugurar las sesiones o informar a los representantes de la Nación el estado en que se encuentran las cosas públicas.

Esta comunicación directa entre el Presidente y la Asamblea Nacional es una de las características centrales de la modificación constitucional que el presidente Nicolás Sarkozy de Francia logró fuera aprobada este año.

Lejos de ser una ceremonia simplemente protocolaria, el Informe presentado personal y directamente por el Primer Mandatario ante la representación popular, es indispensable para realizar una comunicación completa entre los Poderes Ejecutivo y Legislativo en toda su necesaria extensión sobre la multitud de hechos y circunstancias que confluyen en el acontecer nacional.

Pero la reforma aprobada este año por nuestro Congreso limitó al Presidente de la República a enviar con un propio un documento que contiene el Informe que la Constitución le exige. Se acabó de un tajo la comunicación directa y personal entre el Jefe del Poder Ejecutivo con el Legislativo. Obsesionados con aniquilar todo rastro del ceremonial que durante décadas el régimen priista fue desarrollando con majestuosa aura el “Día del Presidente”.

Es cierto. Recuérdese que al finalizar su Administración en 1952, el Presidente Miguel Alemán fue objeto de interminables vítores. El primero de septiembre se engalanaron las calles con festones y en la avenida Cinco de Mayo de la capital se erigieron arcos de triunfo que rezaban “¡Gracias Señor Presidente!” de parte de cada Estado de la República. Se sondeó la opinión callejera sobre la posibilidad de reelección por otros seis años. Entre los regalos que recibió el licenciado Alemán hubo un bastón de mando, cetro en realidad, decorado con los escudos de cada entidad federativa.

En el contexto de un régimen centrado en la figura y poderes presidenciales formales y “no escritos” como fue el del PRI, sucesor del PRM y del PNR en línea directa a lo largo de 70 años (1929-2000), el ritual de sahumerio oficial alcanzó niveles de verdadera adulación que se expresaban en la larga fila de funcionarios y ciudadanos que hacían cola después del Informe para el obligado besa-manos.

El quiebre histórico se dio con la interpelación a Miguel de la Madrid por Porfirio Muñoz Ledo, censura que años después sería llevada a plenitud por Carlos Medina Plascencia al responder el Informe de Ernesto Zedillo. En el año 2000 finalizó la época de la exaltación de la persona del Presidente en turno. Los perdedores centraron su amarga revancha en echar abajo el rito del Informe Presidencial. En lugar de afinar la ceremonia para regresar a su esencia original de comunicación entre los dos poderes. La ceremonia se eliminó de cuajo y el país se quedó sin los elementos positivos del Informe.

De la pedacería se ha armado hoy un chueco adefesio incompleto que el lunes pasado requirió improvisaciones de última hora. La entrega del Informe, ahora sólo escrito, se tuvo que hacer previo a la apertura del Congreso. No hubo sesión plenaria que lo recibiera. Todavía falta expedir el reglamento del nuevo formato para que el año entrante no se repita la vergüenza y confusión.

Vergüenza mayor es, empero, que la representación popular que es el Congreso se privó a sí misma de escuchar de viva voz la rendición de cuentas que el Jefe de Estado y de Gobierno tiene, en toda lógica, la obligación de presentar directamente a la Nación. Para superar el entuerto el presidente Calderón ha recurrido a una serie de mini-informes presentados a través de spots televisivos y entrevistas que le han realizado varios connotados comentaristas. El intento es válido pero insuficiente ya que no puede suplir la presentación completa, orgánica, de la obra hecha en el año transcurrido, ni de las apreciaciones suyas indispensables de dar a conocer, ni la perspectiva que quiera compartir con sus conciudadanos en cuanto al escenario nacional y mundial.

La precipitada e irreflexiva acción de nuestro Congreso es un ejemplo más de la inmadurez con que rechazamos las oportunidades para perfeccionar la República. En la etapa evolutiva en que nos encontramos, destruir es el recurso fácil. Pero no hay que desesperar. Ya aprenderemos a construir.

Coyoacán, septiembre de 2008.

juliofelipefaesler@yahoo.com

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