En India, la muerte es parte de la vida, y en un restaurante del occidente del país, también es parte del almuerzo. El Restaurante Buena Suerte, que suele lucir repleto en Ahmadabad, es famoso por su té con leche, sus panecillos con mantequilla y por las tumbas entre las cuales están dispuestas las mesas.
Es un lugar donde los ancianos leen el periódico y discuten de política por la mañana, y las parejas jóvenes comparten una cena a la luz de las velas y se toman las manos, por la noche. El hecho de que esas velas estén colocadas encima de las tumbas hace todavía más especial el ambiente.
Durante casi cuatro décadas, Krishan Kuti Nair ha ayudado en la administración del restaurante, construido sobre un cementerio musulmán de varios siglos de antigüedad. Sin embargo, no sabe quién está sepultado debajo del piso.
Al parecer, a los comensales les agradan las tumbas, parecidas a pequeños ataúdes de cemento, y eso es lo único que desea saber Nair.
"El cementerio trae buena suerte", dijo Nair una tarde reciente, cuando pudo darse un respiro después del trabajo agitado a la hora del almuerzo. "Nuestro negocio es mejor gracias al panteón".
Las tumbas están pintadas de verde y se elevan hasta llegar casi a la altura de las rodillas. Diariamente, el gerente decora cada una con una flor seca. Las tumbas se diseminan desordenadamente en el restaurante: una frente a la caja registradora, tres en el centro, junto a una mesa para dos, cuatro paralelas al muro, en las proximidades de la cocina.
Los meseros parecen tener en sus mentes el plano del lugar, y han dominado el delicado arte de desplazarse entre las tumbas con una taza de té caliente en cada mano.
"Estamos acostumbrados a esto", dice Kayum Sheij. "No hay nada raro en esto".
Probablemente, las tumbas pertenecieron a la familia o los colaboradores de Sufi, santo del siglo XVI, cuya tumba está cerca de ahí, de acuerdo con Varis Alvi, profesor retirado en Ahmadabad.
El restaurante data de la década de 1950, antes de que las bocinas de los automóviles, el tránsito desquiciado y los altos edificios rodearan el sitio. K.H. Mohamed abrió un puesto donde vendía té frente al cementerio, dijo Nair, quien ayudó a administrar el lugar y se volvió socio del fundador.
El negocio marchaba bien y el puesto siguió creciendo, hasta que sus paredes de hojalata rodearon las tumbas.