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Intolerancia y discriminación

arturo gonzález gonzález

La convocatoria fue: “Matando emos. Tú y yo por una Laguna sin emos. Sábado 15 de marzo en Plaza Cuatro Caminos a las 7:00 PM, te esperamos para madrear a todos los emos posibles, ayúdanos a acabar con ellos, sigamos el ejemplo de nuestros hermanos de Querétaro, esperamos contar con tu apoyo”. El texto va acompañado de un fotomontaje en donde se ve un brazo sosteniendo la cabeza de un joven de apariencia “emo”. Con este volante electrónico alguien pretendía reproducir en la región los actos de violencia ocurridos recientemente en otras partes de la República contra un grupo de jóvenes cuyos gustos musicales y cuya manera de vestir, hablar, escribir y comportarse, causan en algunas personas un nivel de irritación que resulta inexplicable e injustificable. Por fortuna, en Torreón nadie atendió al llamado.

En el ciberespacio hay un sinnúmero de artículos que describen a los emos, y existe otro tanto de comentarios a favor y en contra de esta moda o movimiento juvenil. En términos generales, los emos son adolescentes generalmente muy delgados que asumen una actitud negativa frente a la vida, escuchan bandas de rock que componen canciones con letras “depresivas”, visten ropa algo llamativa de colores rosa y negro preferentemente y con el cabello cubren una parte de su rostro. Algunos se maquillan el contorno de los ojos con colores oscuros y utilizan adornos de perforación. El término con que se definen, emo, viene de la palabra emocional, ya que dicen basar toda su imagen y comportamiento en problemas emocionales.

La actitud emo se ha extendido por todo el mundo industrializado —Norteamérica y Europa principalmente— y ha penetrado también en los países latinoamericanos. Su aparente tristeza, tendencias suicidas, desplantes masoquistas como el cortarse la piel y el hecho de tomar elementos de otras modas o movimientos, han despertado desde curiosidad hasta un airado rechazo de algunos sectores de la sociedad, rechazo que en México ya alcanzó la forma de violencia.

En Querétaro, el 7 de marzo pasado cientos de jóvenes acudieron a la convocatoria para “limpiar” el Centro Histórico y acabar con los emos que, según los agresores, se habían “apoderado” de la Plaza de Armas. El saldo de la golpiza fue de cuatro jóvenes lesionados y 25 detenidos. El hecho provocó la reacción inmediata de organizaciones civiles y amplios sectores de la ciudadanía queretana, quienes censuraron los hechos violentos y cuestionaron la pasividad de la autoridad local para impedir la agresión, aun cuando era del conocimiento público lo que se estaba gestando.

Siete días después, el 14 de marzo, decenas de jóvenes identificados con otras “tribus urbanas” fueron convocados por medio de un blog al centro comercial Paseo Durango, en la capital duranguense, para “golpear emos” y “limpiar” la plaza. El saldo: dos jóvenes heridos y cerca de 80 detenidos. Al día siguiente ocurrió otra agresión en el Distrito Federal, durante un encuentro de emos en la Glorieta Insurgentes, a donde acudieron varios chavos identificados como “punketos” para insultar y golpear a sus “rivales”.

En otras ciudades de la República, como en Torreón, se han hecho llamados a “seguir el ejemplo de los hermanos de Querétaro” y acabar con los emos, pero afortunadamente no han prosperado. Los acontecimientos, el discurso, el odio evidenciado, son alarmantes. Estamos frente a actos detestables que no corresponden a los de una sociedad que se presume moderna y civilizada. La violencia en sí misma es reprobable y los motivos que arguyen los detractores de los emos son por demás irracionales e incomprensibles. Los integrantes de otros movimientos parecidos dicen que les están “robando” sus elementos de identificación y que están “desvirtuando” sus creencias. Otros asumen una postura con claros tintes homofóbicos y hasta fascistas al lanzar diatribas contra los emos porque parecen “gays” o porque son unos “degenerados”. Al amparo del anonimato de la Internet es posible encontrar una gran cantidad de videos, comentarios y panfletos anti-emo verdaderamente cargados de odio y con frases que incitan abiertamente a la violencia. Esa incitación ya llegó a la región, pero no ha rendido frutos, al menos no todavía.

Se puede estar de acuerdo o en desacuerdo con la forma de vestir, hablar o comportarse de cualquier persona. Puede cuestionarse la coherencia de su pensar con su actuar, la fortaleza o debilidad de sus argumentos, la profundidad o superficialidad de su discurso. Puede entablarse una discusión respecto a esta o aquella postura ideológica, sobre tal o cual moda. Pero agredir al que es diferente por el simple hecho de serlo o por considerar que está equivocado es acto de barbarie y el que lo comete, legitima esa violencia contra sí mismo. Yo no comparto la forma de pensar o de actuar de los emos ni sus gustos, pero eso no me da ningún derecho a perseguirlos o atentar contra ellos.

Hoy es difícil aún saber todo lo que hay detrás de este frente violento contra un grupo de jóvenes que, como todos los adolescentes, han adoptado una moda o postura, más o menos superficial que otras, más o menos extravagante que las demás. Pero mientras se van revelando los orígenes de este odio, es necesario que autoridades y ciudadanía trabajen para evitar que los vergonzosos acontecimientos de Querétaro, Durango y Ciudad de México se reproduzcan en nuestra región. Podemos empezar por llamar a las cosas por su nombre: estamos frente a actos flagrantes de discriminación e intolerancia. Y la discriminación y la intolerancia, según nuestras leyes, no deben tener cabida en este país.

Correo electrónico:

argonzalez@

elsiglodetorreon.com.mx

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