La Semana “Santa” o “Mayor” es un buen tiempo para reflexionar sobre el amor; quizá el único perfecto, el de Dios hecho hombre, Jesús, que entregó su vida al sacrificio en la cruz por nosotros. Al menos es la creencia de quienes nos decimos cristianos y por ello conmemoramos.
Así, desde el sacrificio, asentado por muchos autores, cuatro reconocidos como “inspirados”, la interpretación ha dado materia para que nos peleemos todos contra todos: católicos y protestantes, musulmanes versus judíos y éstos oponiéndose a las visiones cristianas en relación a la responsabilidad de la crucifixión. Luego, los tres grupos monoteístas enfrentando a los demás, crean lo que quieran creer. El caso es que el ejemplo de amor lo hemos distorsionado hasta darle forma de instrumento de odio.
Hay dos formas reconocidas de leer la Biblia y de ella hacer la interpretación –hermenéutica– que más nos parezca o convenga: la tomada literalmente y la de la moral; una se refiere a los escrito escrupulosamente; la otra, a la enseñanza que queda, reflejándose en más pleitos y discusiones vanas, como aquella que sostuvieron los Padres de la Iglesia a principios del cristianismo, sin encontrar solución, sobre “¿cuántos ángeles caben en la cabeza de un alfiler?”
La letra escrita –según lo leído de los que dicen saber– se refiere al sentido literal o el hecho histórico narrado; el espiritual, indicador del misterio escondido en el hecho, que se comprende sólo a través de la fe.
Dentro del sentido espiritual, distinguen tres niveles de significado: el cristológico que subraya la referencia a Cristo y a la Iglesia; el moral que se refiere al actuar cristiano; y escatológico, que se refiere al cumplimiento final.
Con esos elementos podemos dialogar hasta saciarnos sobre distintos hechos referidos en las escrituras y sus interpretaciones, tales como: ¿quién o quiénes fueron finalmente los responsables de la muerte de Jesús? Injusto decir que los judíos, cuando los gentiles –el pueblo– seguían al predicador y eran maltratados por los fariseos y publicanos; ¿Jesús fue un guerrillero?, otra postura desechada por los pensadores actuales, ya que filosóficamente el Mesías no podría contravenirse en esencia al hablar de amor y predicar la violencia, lo que elimina muchos “ismos” religiosos.
Vale la pena hacer mención que entre los radicales estaban los zelotes –Barrabás uno de ellos– que predicaban la violencia como medio para lograr la liberación.
Quienes dicen que la muerte de Cristo fue eminentemente política sólo tiene parte de razón: el predicador, con sus ideas, no era conveniente para el orden social, donde los ricos sometían a los pobres y negociaban con los invasores; también era económica porque movía a las masas a diferenciar los bienes materiales de los espirituales –“Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”–, castigando además a los usureros, que en antecedente remoto de corrupción agregaban su “comisión” a los impuestos que realmente entregaban a los romanos.
Las enseñanzas de la Iglesia nos dicen que vino a confirmar el amor del Padre a los humanos y con su vida pagar la deuda que habíamos adquirido por el pecado, haciendo que el hecho se transforme en sublime y que su sacrificio tenga sentido trascendente.
Gran revuelo debió causar Jesús entre la sociedad de aquel tiempo, bástenos revisar el tipo de muerte a que le sometieron: la cruz, unido a ella con clavos, una ofensa que no a todos los criminales les aplicaban. Por cierto, otros autores dicen que medían de 15 a 20 centímetros, con una punta de 6 cm. y que atravesaron ambas muñecas, ya que de haberlo hecho en las manos, éstas no hubieran soportado el peso del cuerpo. ¿No le parece que fue mucha saña para ser un simple alborotador?
Sea por fe o simple interpretación literal de lo escrito por los evangelistas, Jesús representó para la humanidad un cambio radical en vías de la superación humana, tanto así que nuestras cuentas del calendario son referidas en términos de antes y después de Cristo.
Si le parece que en aquel tiempo vivían personas que tenían maneras bárbaras de relación –muertes en la cruz, lapidación de pecadores y total descuido del bienestar social– valdría la pena hacer un recuento de los actos del presente y nuestras formas de interactuar.
A pesar del paso de los años, la presencia de Jesús en la Tierra no ha sido olvidada, prueba de ello son estos días de descanso; tampoco hemos dado pasos de trascendencia en la relación con el prójimo y tal vez estemos aún más lejos de practicar aquello que pregonó: “amarse los unos a los otros”.
Le propongo el tema para discutirlo en estos días y en familia; tal vez obtengamos beneficio en términos de calidad de relación humana. ¿Le parece? ydarwich@ual.mx