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Jóvenes de a DeVeRas

Las laguneras opinan...

Laura Orellana Trinidad

Hace una semana vi una imagen, en este mismo diario, que literalmente me “persiguió” todo el día: una fotografía con dos jóvenes encima de lo que queda del DVR, esa magna obra con la que supuestamente entraríamos de lleno a la modernidad en el centenario de nuestro terruño. De hecho, si mal no recuerdo, era el regalo principal. Apenas le quitamos el moño y las catástrofes aparecieron. No fue un obsequio el que recibimos, sino un elefante blanco representando la burla, la incapacidad gubernamental de realizar algo con calidad. Esta cáscara, que comenzó a desmoronarse casi de inmediato, resultó el símbolo de la falta de entrega de las autoridades y profesionales que la proyectaron y la levantaron, pero también de quienes han ocupado el poder y no han establecido (o acelerado) acciones jurídicas contra quienes resulten responsables.

La acción de esos dos muchachos me hizo sentir vergüenza, porque si bien he despotricado por esa maraña de puentes como todos en la región, no he tenido las agallas de hacer algo concreto, lo que sea posible, y eso incluye, quizá, subirse a la obra para parar la demolición hasta que aparezcan los culpables y paguen por su irresponsabilidad o tocar el claxon y entregar volantes como Juan Pablo Alemán, Marco Portal y sus amigos lo han hecho.

A algunos puede parecer una cruzada sin posibilidades, sin embargo recordé a otros muchachos que hicieron algo grande hace ya varias décadas. A finales de los años setenta, Sigfrido Macías, José Medrano y Alejandro Máynez, los tres de la sociedad de alumnos de la facultad de Ciencias Políticas de la UAC de aquel entonces, fueron sensibles al significado del que ahora consideramos uno de los edificios más bellos de Torreón, el teatro Isauro Martínez, y comenzaron una lucha que incluyó hacer “cadenas” con estudiantes afuera del teatro para que no tocaran “ni una piedra” del mismo. Juntaron a compañeros y amigos que, con las manos enlazadas, impidieron en un inicio su demolición. Ni qué decir del resultado. Despertaron la inquietud en los laguneros amantes de la música y el teatro y exigieron el apoyo de instancias gubernamentales. El teatro no sólo se salvó de ser demolido, sino se restauró para adquirir su belleza original. Pero es importante, muy importante decir, que al llamado inicial se sumaron muchos esfuerzos, se dedicó mucho tiempo y se tardaron años en conseguir el resultado.

Esta semana se sumaron más jóvenes a la protesta del DVR. En un entorno donde se habla hasta el cansancio del desencanto y apatía de los estudiantes, resulta especialmente significativo su cuestionamiento. La pregunta es simple y directa; racional y emotiva a la vez: ¿qué podría hacerse con casi 300 millones de pesos (por cierto, se pagarán 100 millones sólo para la demolición)? ¿Qué necesidades de las colonias marginadas podrían cubrirse? ¿Cuántos empleos podrían generarse? Si Usted forma parte u organiza una ONG, ¿qué haría con esa cantidad? ¿Cuántas escuelas podrían tener un mínimo mantenimiento? Parecería que no nos importa que unos cuantos pillos hayan realizado su travesura y después, a plena luz del día y después de haber atracado a la ciudadanía, se hayan ido tranquilamente a su casa, como bien lo dice Juan Pablo. Seguramente sin ninguna culpa ni remordimiento. Y casi escucho desde el más allá a mi abuela y su letanía cotidiana: “los pueblos tenemos los gobiernos que merecemos”. Y es que cada vez nos indignamos menos, somos más pusilánimes ante las injusticias.

En un foro lagunero se lanza la interrogante acerca de si estos dos muchachos harán la diferencia. Reproduzco la respuesta de Vartan, nombre de un internauta, que me pareció a mi juicio, muy acertada: “Ellos dos han hecho más por Torreón que un campeonato de futbol. El simbolismo implícito en una protesta de este tipo alcanza casi dimensiones poéticas. Tiene muchos elementos que admiro en un acto de este tipo:

1. La protesta la hacen ciudadanos, no grupos para-simedas-hacemos bola.

2. La protesta es silenciosa, en oposición a una enésima repetición de consignas y cantos revolucionarios.

3. No afecta la libertad de nadie más.

4. No obedecen a un líder que busca conseguir algo a cambio, ni privilegios, becas, apoyos para sí mismos.

5. Pero aun así de minimalista, tiene toda la fuerza de detener toda la obra de demolición”.

Y Vartan termina con una reflexión: si los dos se multiplican, y alcanzan a ser 400, entonces la presión para hacer justicia crecería exponencialmente…

Me parece que Juan Pablo y Marcos nos enseñan también una lección que esperemos no olviden en su vida profesional: la congruencia entre el decir y el hacer; entre lo que se estudia y lo que se hace. ¿Qué se espera idealmente de un abogado? Que sea sensible ante las situaciones ilegales, las que afectan al bien común; ¿Qué esperamos idealmente de un ingeniero civil? Que sea ético en su manera de proyectar y construir, que busque las mejores opciones para las obras que realiza. Sabemos que no es fácil encontrar dichas actitudes en este tipo de profesionales.

Quiero pensar que metafóricamente estos futuros abogado e ingeniero, ambos excelentes estudiantes, representan a jóvenes más comprometidos con su comunidad, con Torreón.

lorellanatrinidad@yahoo.com.mx

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