Un servidor es amante de la montaña y el bosque como lugar de esparcimiento y descanso. No hay mejor manera de recargar pilas que disfrutando de la frescura serrana, contemplando (para variar) paisajes verdes, y deslumbrándose con el espectáculo de las estrellas nocturnas, que en la Sierra parecen multiplicarse prodigiosamente, y estar casi al alcance de la mano. Sin duda, eso es mucho mejor que andar dándose de codazos con multitudes que apestan a aceite de coco, contemplando el deterioro físico de la Humanidad a punta de celulitis, o andar de shopping en algún gélido mall en donde se vende prácticamente todo, excepto la paz y la felicidad… que es lo que importa.
El problema que tenemos un servidor en particular, y los laguneros en general, es que las cadenas montañosas más elevadas, y que tienen pinos en vez de huizaches, nos quedan a cientos de kilómetros de distancia. La más cercana, la oriental, está a unos 300. Ahí los alojamientos son caros, y la belleza del medio ambiente no es tan abrupta y escabrosa como la que presenta la Occidental. Pero ésta nos queda a 400 kilómetros, muchos de los cuales estábamos acostumbrados a recorrerlos en una carretera angosta, llena de sinuosidades y pendientes, y en la que uno se jugaba la vida al menos una vez por recorrido. Si García Márquez afirma que todos somos sobrevivientes de una curva, los que recorríamos la carretera Durango-Mazatlán somos mimados por la suerte y tenemos ángeles de la guarda Región Uno.
Pero en mi última excursión a Mexiquillo, risueño desarrollo turístico ejidal que prueba cómo el capitalismo se puede dar la mano con la propiedad social, me llevé una grata sorpresa. La autopista Durango-Mazatlán ya tiene sus buenos ochenta kilómetros terminados y recorribles; de manera tal que el tiempo para llegar a El Salto, por ejemplo, se reduce considerablemente. Y no sólo eso: prácticamente no hay pendientes ni curvas. Lo que antes era una pesadilla, hoy es una travesía hasta deleitosa.
Claro que con sus inconvenientes, como ocurre con toda obra pública mexicana. La autopista no es de cuatro carriles, sino de tres: cada sentido tiene un carril y medio, y se supone que la gente lenta o precavida usará el generoso acotamiento de la derecha para dejarse rebasar por los vehículos más rápidos. Conociendo a mis compatriotas, a ver qué tan bien funciona el arreglo cuando la vía esté en pleno funcionamiento.
A la que aún le falta un buen tramo por terminar, y es el más difícil: atravesar la Sierra Madre, lo que implica perforar túneles y construir puentes que representa auténticos retos de ingeniería. Pero la verdad, valdrá la pena. Y no sólo por que así el tiempo de carretera a Mazatlán se cortará a la mitad. Sino porque, al fin, La Laguna tendrá una salida al mar más o menos decente. Claro, todavía sin ferrocarril. Pero al menos una más rápida y segura que la de siempre, que era un inhibidor de inversión marca chamuco. Hay que pensar en todo. No sólo en lo rápido que será el irse a embarrar aceite de coco y darse de codazos con laguneros que viajaron huyendo… de la cotidianidad de La Laguna.